Escenario internacional

 Nuestra mejor carta de presentación

Guillermo Ordorica R.

Cuando se habla de la globalización, poco o nada se dice de la forma en que afecta la identidad de los pueblos y sus expresiones vernáculas. Es normal, la economía de mercado poco interés tiene en estimular un debate de preservación de culturas, y mucho en seguir desarrollando procesos productivos donde lo único que importa es obtener ganancias y, cuando es posible, consolidar el prestigio de firmas y marcas que, con frecuencia, son más poderosas que los propios Estados. La UNESCO está consciente de esta realidad y despliega esfuerzos orientados a preservar la cultura y generar dinámicas virtuosas entre creadores, industria y mercados culturales; no obstante, los resultados son magros ya que si no sirve para el desarrollo ulterior de la dinámica globalizadora —entiéndase por ello hacer dinero— la cultura es de poca utilidad para los grandes intereses financieros y corporativos.

En este contexto, nada halagüeño, los Estados están llamados a desempeñar una función vital, que evite la mella y menosprecio de la cultura y coadyuve a preservarla, de tal suerte que se genere a nivel internacional un diálogo intercultural que preserve tradiciones, enriquezca patrimonios y coadyuve a un mejor entendimiento de las expresiones originales de los diferentes pueblos. Lo moderno no está reñido con lo tradicional y la globalización no es de signo unidimensional y tampoco pretexto para uniformar identidades alrededor del mercado. Por ello, corresponde a los gobiernos enriquecer su política exterior con acciones de diplomacia cultural, en sentido amplio, que no se agoten en la mera difusión y se constituyan en verdaderas herramientas de poder suave, útiles para alcanzar sus objetivos, lograr un posicionamiento ventajoso en el mundo y preservar sus identidades nacionales en un entorno amenazante y voraz.

Por lo que hace a México, cuya riqueza cultural es incuestionable y hace de nuestro país una verdadera potencia en este capítulo, los nichos de oportunidad son diversos y deben seguir siendo aprovechados en beneficio del desarrollo integral. De manera concreta, entre otros muchos ejemplos, el Día de Muertos, recientemente celebrado, es una de esas festividades que rápidamente ha trascendido fronteras y que ya es parte del calendario cívico festivo de terceras naciones. Tal es el caso de Estados Unidos, donde se ha venido consolidando, para tomar distancia del Halloween anglosajón y hacer de la Catrina un personaje que goza de aceptación popular y, sin perder su mexicanidad de origen, adoptar características particulares. La fiesta de los muertos, con todos sus componentes sociológicos, ofrece un extraordinario vehículo para la promoción de México a través de una diplomacia cultural que, de la mano de la política exterior, coadyuve al objetivo que se ha trazado el gobierno de la república, de consolidar el país como actor con responsabilidad global.

Al Día de Muertos se suman muchas otras efemérides que otorgan a México identidad, carácter y un valioso capital político, útil para fortalecer presencia en todo el mundo y explorar nuevas avenidas de cooperación en los más diversos ámbitos del quehacer público y privado. No todos los países tienen el privilegio de ser como el nuestro, cuyo vasto patrimonio cultural es motivo de orgullo. En ese sentido, es pertinente que el gobierno de la república, como de hecho ya lo hace, impulse en el exterior la obra de jóvenes talentos y nuevos creadores, cuya capacidad para representar el México del siglo XXI es notable y la mejor carta de presentación de un pueblo dispuesto a dialogar con un entorno global culturalmente diverso.

El autor es internacionalista