BELLAS ARTES

 

Centenario de su natalicio

Mario Saavedra

Venido al mundo un 22 de noviembre de 1913 en la ciudad de Lowestoft, precisamente en el día en en que se celebra a la patrona de la música Santa Cecilia, el compositor inglés Benjamin Britten fue otro de esos niños prodigios que enseñó habilidades extraordinarias para la música desde muy temprana edad. Su paso por la Escuela Gresham y su contacto con maestros como Frank Bridge le harían afianzar una vocación que pronto se reconoció especialmente dotada para la composición, entendida ésta de una manera mucho más consciente cuando se matriculó en el tradicional Colegio Real de Música y tuvo contacto con compositores de la talla de John Ireland y Ralph Vaughan Williams. Aunque esta vital experiencia académica serviría a su vez para descubrir su auténtica personalidad que mucho contrastaba con los usos y costumbres del quehacer musical británico de la época, en tales circunstancias de reconocimiento fue que su propio talante le inspiró a volver la vista a compositores entonces tan radicalmente vanguardistas como Alban Berg, Arnold Schönberg o Igor Stravinsky

 Autor cuya fuerza se reconoce precisamente en esa en él natural tensión entre las formas tradicionales y contemporáneas, tras las consecución de una poética que terminaría por conformarse en un eclecticismo tan sólido como personal, las primeras composiciones de Britten que permitieron reconocer el advenimiento de un músico fuera de seríe fueron su Sinfonietta y una selección de variaciones corales que por otra parte develó una inclinación no menos natural para trabajar con la voz humana. Esta sería una muy fructífera época de búsqueda estética, en la conformación de uno de los compositores más sorprendentes no sólo de Inglaterra sino de todo el contexto de la música de concierto del siglo XX.

Por esos años tendría dos encuentros determinantes tanto en su desarrollo personal como artístico, primero con el escritor W. H. Auden con quien colaboró en un buen número de obras cruciales de ese importante periodo de consolidación, como el ciclo de canciones Our Hunting Fathers —obra radical no sólo en su tratamiento de los elementos musicales sino además en su propia concepción existencial—, y sobre todo quien sería su pareja sentimental de por vida, el tenor Peter Pears, su más cercano colaborador musical e inspiración de buena parte de su obra vocal y operística para quien fue escrita y que en su mayoría estrenó. Iniciada la Segunda Guerra Mundial, ambos seguirían a Auden a Estados Unidos, en un prolífico periodo en el que verían la luz partituras suyas de vital trascendencia como Las Iluminaciones (a partir del incendiario ciclo homónimo de poemas de Arthur Rimbaud), dedicado por supuesto a Peter Pears y también a Wulff Scherchen, hijo del director Hermann Scherchen.

En la que fue una estancia corta pero fructífera, Britten compuso de este lado del mundo su primera obra lírica, la opereta Paul Bunyan, inspirada en el personaje homónimo y con libreto de Auden, además de su

primer ciclo de canciones para Peter Pears. De este periodo de auto exilio datan también varios trabajos orquestales no menos notables, como por ejemplo sus ya emblemáticas Variaciones sobre un tema de Frank Bridge para orquesta de cuerdas, de 1937, más su hermoso Concierto para violín, que es ya obra de repertorio de los más importantes solistas de ese instrumento, y su menos representativa Sinfonía de Réquiem para orquesta completa

De regreso en Inglaterra en 1942, Benjamin Britten completó los corales Himno a Santa Cecilia, su última colaboración con Auden, y comenzó su ópera por antonomasia Peter Grimes, cuyo estreno en Sadler’s Wells, en 1945, fue uno de los mayores acontecimientos de toda su brillante carrera. Con la oposición propia de un país tradicionalmente conservador, Britten tuvo también que enfrentar la mezquina oposición de un ambiente londinense en ocasiones rancio y en otras desgastado por los avatares de la guerra, y como resultado de esta para él sana disidencia formó el que fuera un parte aguas en la escena operística británica, conocido como Grupo de Ópera Inglesa, que en 1947 fundó el Festival de Aldeburgh, con el objetivo, aunque no exclusivo, de estrenar e interpretar sus propias composiciones.

Nombrado Companion of Honour con motivo de la Coronación de Isabel II en 1953, a manera de reconciliación oficial con un músico cuyo inusitado talento no podía esconderse ni minimizarse, Britten es además autor del hermosamente desgarrador Réquiem de Guerra, magistral obra de difuntos –a manera de tributo a los tantos inocentes caídos, es una de sus partituras más significativas– a partir de poemas de Wilfred Owen. Escrita por encargo para la reapertura de la Catedral de Coventry en 1962, y otro de los grandes sucesos en la trayectoria ascendente del compositor, surgió como una enfática manifestación contra cualquier tipo de conflicto bélico, como denuncia de la inútil irracionalidad que mueve toda guerra, convirtiéndose desde su estreno en un claro símbolo de paz y unidad espiritual, de reconciliación, en la voz de tres solistas de las tres nacionalidades que más protagonismo habían tenido: el barítono alemán Dietrich Fischer-Dieskau, la soprano rusa GalinaVishnévskaya y el tenor inglés Peter Pears

Músico admirado y con un gran reconocimiento en vida, porque además de su genial talento, era un hombre generoso y siempre propositivo, Benjamin Britten desarrolló una estrecha amistad con otros importantes colegas suyos que siempre vieron en él un ejemplo de creatividad y de trabajo, de solidaria complicidad para echar a andar grandes proyectos, de lo cual dejó constancia en sus no pocos esfuerzos de unidad con otras grandes leyendas de la talla de los rusos Dimitri Shostakovich y Mstislav Rostropovich

Orden de Mérito del Reino Unido en 1965 y Barón de Aldeburgh en 1976, poco antes de su muerte, en su última década de vida, con una salud cada vez más mermada por problemas del corazón, tuvo todavía la oportunidad de escribir otras importantes obras de su amplio y variado catálogo (además de su notable música sinfónica que incluye su muy citada Guía de orquesta para jóvenes de 1946, en su no menos sustancial registro lírico caben sus no menos significativas óperas El rapto de Lucretia de 1946, Billy Budd de 1951, La vuelta de tuerca de 1954 (a partir de la novela homónima de Henry James), El sueño de una noche de verano de 1960

(además de la conocida variación shakespeareana de Mendelssohn) como las óperas Owen Wingrave de 1970 y Muerte en Venecia de 1973 (a partir de la novela homónima de Thomas Mann, y casi a a la par de la película de Luchino Visconti), además de la cantata dramática Phaedra de 1975.

El extraordinario compositor estonio Arvo Pärt, que recientemente estuvo en México, compuso la bella cantata conmemorativa Cantus in Memoriam Benjamin Britten, sincero y conmovedor tributo que con todo conocimiento de causa pone en auténtico relieve la verdadera dimensión de uno de los compositores más destacados del siglo XX.