Dios nos ayude
Guillermo García Oropeza
Comenzamos un año nuevo con un deseo de felicidad para todos. En un país que se sigue jugando el futuro. Dios nos ayude. Hay un fenómeno en la historia muy curioso que es la falta de coincidencia entre el transcurrir astronómico del tiempo y los retrasos y adelantos de lo que llamaremos el tiempo histórico.
Específicamente me refiero al hecho de que las épocas llevan su propia lógica, así este año conmemoramos el centenario de un año de gran trascendencia en la historia moderna, que fue 1914. Ese año se cerró una época y se abrió otra, no sabemos si para bien o para mal, el hecho es que cuando ese 1914 iniciaba su curso nadie imaginaba los inmensos cambios que traería.
De hecho al menos en el feliz mundo occidental en 1914 continuaba lo que los franceses llamaron la Belle Epoque, un tiempo feliz al menos para los privilegiados. Sin embargo ya en México la bella época porfiriana había terminado en 1910 de una manera muy surrealista, muy a la mexicana, cuando una revolución anunciada por el apóstol Madero efectivamente se lleva a cabo. Con estos sucesos México entra en el siglo XX.
El aspecto del mundo en 1914 parecía ser perfecto y eterno, incambiable, con una Europa imperial y todopoderosa y con un tercer mundo colonial y sujeto, y donde ya aparecían nuevas fuerzas como la de Estados Unidos que acababa de graduarse como fuerza imperial, noqueando al lamentable Imperio Español. Un mundo en donde reinaba suprema la raza blanca y donde la sociedad estaba dividida en rígidas castas.
La mitad del mundo pertenecía a la corona británica que acababa de gozar los largos y felices años victorianos mientras que otra mitad del mundo era propiedad del absolutista zar de todas las Rusias. Aunque la republicana Francia no dejaba de ser un imperio rival de los ingleses y mantenía viejas glorias militares.
Según los historiadores aquella Europa era próspera y tenía buenos prospectos económicos; socialmente la historia era otra y la aparentemente estable sociedad europea ocultaba viejas tensiones que en su momento habrían de estallar. Todos sabemos lo que sucedió en aquel fatídico año catorce, un magnicidio en los Balcanes puso de repente en movimiento una serie de alianzas militares que sumieron a Europa y luego al mundo en la guerra más terrible que hubiera registrado la historia.
El lector de la revista Siempre! que se interese en el tema podrá encontrar una agilísima crónica de los acontecimientos en el libro de Barbara Tuchman llamado Los cañones de agosto, libro que me viene a la mente porque lo recomendó al mundo entero su entusiasta lector John F. Kennedy. Narrado por Tuchman o por otro historiador, este 1914 traería el fin de un mundo y la aparición dolorosa de uno nuevo. Seguimos viviendo los resultados de aquel año revolucionario.
Este 2014 esperemos que no sea un eco de aquel año del destino y que bien que mal el mundo continúe relativamente tranquilo. Cada quien será, según temperamento pesimista u optimista.