BELLAS ARTES
Óscar 2013 en la cetegoría de Mejor Película
Mario Saavedra
Nunca he estado del todo de acuerdo con la discrepancia que en diferentes ediciones de los premios Oscar que ofrece la Academia de Ciencias Cinematográficas de Hollywood se suscita a la hora de calificar rubros creo tan afines como el de director y el de película. Al margen de licencias o prebendas de carácter político o ideológico que sabemos suelen darse sin pudor de índole alguna en estos quehaceres, como sin duda sucede de igual modo en las designaciones de los Nobel, por ejemplo, de todos modos nos sigue resultando extraño pensar que quien fue reconocido como mejor realizador cinematográfico no haya logrado, con su talento y su arte, con su oficio y su destreza favorecidos, el producto fílmico más circular y mejor logrado de ese mismo año.
Después de ver el ya aquí ampliamente comentado largometraje Gravedad que le valió a nuestro tan creativo como talentoso Alfonso Cuarón el ser el ganador indiscutible de la categoría a Mejor Director, y hacer lo propio con la cinta 12 años de esclavitud (12 years a slave, Reino Unido-Estados Unidos, 2013) que lo obtuvo en la de Mejor Película, es posible también caer en cuenta que en ocasiones sí se justifica tal divorcio. A diferencia del notable gran ejercicio del mexicano que lo llevó a concebir una especie de gran documental dramatizado, eso sí con toda la mano y con lujo de detalles, con la aplicación lúcida e impecable de todos los recursos artísticos y técnicos al alcance del quehacer cinematográfico del siglo XXI, el realizador británico Steve McQueen (homónimo del primer actor estadounidense que hace más de dos décadas murió en Ciudad Juárez) optó por un tema que por obvias razones sigue pesando en la idiosincrasia y el colectivo norteamericanos. Al margen de dicha recurrencia temática, de su peso específico en la realidad y el contexto de la historia estadounidenses, se trata de una gran película, entre otras razones porque su de igual modo Mejor Guión Adaptado, de John Ridley, tejió fino a partir de un acontecimiento verídico y ampliamente documentado.
Basada en un hecho real ocurrido en 1850, en el ambiente propicio para lo que pocos años después reventaría por fin una Guerra de Secesión que trágicamente distanciaba a los estados progresistas del Norte con las entidades retrógradas del Sur de la Unión Americana, 12 años de esclavitud narra la historia de Solomon Northup, un culto músico negro —y hombre libre, sobre todo— que vivía plácidamente y en paz con su familia en Nueva York, hasta que es engañado por unos sátrapas cuatreros blancos que lo venden como esclavo en una plantación de Luisiana. Víctima de una sociedad que se resiste al cambio y desde entonces apuesta buena parte de su enrarecida energía a las leyes de un libre mercado tramposo y usurero, aunque vayan de por medio los derechos humanos más elementales, Solomon actúa a su vez a la manera de testimonial observador que contempla cómo todos a su alrededor sucumben —en medio del caos de una guerra civil largamente anunciada— a la violencia, al abuso emocional y a la desesperanza.
Fiel a su deseo de recuperar el amor de los suyos, a un ímpetu de libertad que sólo algunos de los de su raza habían logrado conquistar dentro de un país que desde su advenimiento a la Modernidad se ha sabido plagado de toda clase de contrastes y paradojas, Salomon condensa en su ser todos los atropellos de que han sido objeto quienes por otra parte han contribuido notablemente a construir la grandeza de un imperio que igual ha sido ejemplo que motivo de repudio. Objeto de toda clase de vejaciones y abusos, esta especie de Ave Fénix luchará por sobrevivir en la adversidad, por recuperar una dignidad que él mismo ya creía –como algo superado y extinto– circunstancia de otros tiempos, de una realidad distinta y distante, pero que en la brutalidad de cuanto experimenta lo conlleva a redimir la consciencia de una lucha a la que más de siglo y medio después le quedan por desgracia todavía muchos pendientes por saldar.
Con un no menos estupendo diseño de producción de época, valioso como puesta en escena rigurosa y documento puntual, que mereció múltiples nominaciones en rubros tan diversos y complementarios como vestuario, montaje, actor y actor de reparto (Chiwetel Ejiofor y Michael Fassbender, respectivamente), y una banda sonora protagónica del experimentado Hans Zimmer, así como una fotografía impecable de Sean Bobbitt, 12 años de esclavitud sobrecoge en principio por la crudeza del mundo y la realidad que nos muestra (homo hominis lupus, escribió el sabio comediógrafo latino Plauto), por el grado de degradación al que con sus actos puede llegar una condición humana estúpidamente homocéntrica y ambiciosa, víctima primera de sus mayores debilidades y miserias. Entre otros de sus varios logros y conquistas, le mereció a la actriz keniano-mexicana Lupita Nyong’o, extraordinaria intérprete y hermosa mujer, la estatuilla por Mejor Actriz de Reparto.
Tristemente no muy alejados de aberrantes y anacrónicas prácticas de racismo que creíamos de otras épocas y latitudes, una película como 12 años de esclavitud sirve a manera de testimonio de lo que tendríamos que erradicar y ya no debiera ser, porque como condición y como sociedad nos tendría que indignar en su práctica, en cuanto síntoma de sinrazón y de ignorancia, de una profunda deshumanización.
