Gabriel García Márquez (1927-2014)
Humberto Guzmán
La obra de Gabriel García Márquez es muy importante de varias maneras. Cien años de soledad, la obra que lo lanza a la fama mundial, es una novela bien armada, con todo ese mundo que parece hilvanado desde la irrealidad (realista). Con esos personajes y situaciones sui géneris, pero sin duda comunes (el milagro está en lo cotidiano), en los que los lectores se reconocen, a pesar de que vienen de ese pueblo ya no tan imaginario llamado Macondo. Su natal Aracataca parece más inventado que el primero..
Todo en Cien años de soledad es extravagante, ingenioso; de tan simple, extraordinario; de tan inmediato, “mágico”, dicen. El acierto está en el punto de vista que busca lo asombroso (lo que asombra) de su autor. Éste ha sido el mago de pueblo imaginario que nos ha vendido algunos trucos que se han tomado como “la identidad latinoamericana”, esa que sorprende desde luego a los fuereños, a los extranjeros, a los turistas-lectores de Europa y Estados Unidos. No sé si lo calculó así el mago, pero dio ese buen resultado.
Con truco quiero decir, aquí, oficio de escritor, todo arte literario y de otra índole no deja de ser un truco. Y García Márquez fue un “mago latinoamericano” que dominó sus trucos y no se los notaron, como debe ser.
Ahora recuerdo, como ilustración de lo contrario, al mexicano Juan Rulfo. El truco de Juan Rulfo fue más auténtico y profundo que el de García Márquez. Y por eso exactamente no arrastró tantas multitudes, no era tan fácil como una leyenda, aunque también ha tenido lo suyo. Pedro Páramo apareció en 1955 y Cien años de soledad en 1967, doce años después. Las multitudes se dejan llevar por las corrientes que las empujan. Esto puede ser bueno y puede ser malo. Algo tuvieron estos dos escritores hispanoamericanos que los acercó a su pueblo y a otros distantes, aunque de manera y dimensión diferentes.
Hay otro rasgo que favoreció a García Márquez: la superficialidad o inmediatez propia de lo que se ha reconocido como “realismo mágico”. No, Rulfo no se inscribió en este arte. El realismo mágico es decorativo, y como todo, puede ser bueno o malo, falso o auténtico. En Cien años de soledad es agradable, atractivo, para que quieran al autor: es más original que el de sus seguidores.
Dicen que García Márquez es el mejor escritor de Hispanoamérica. Esto no es exacto. Es el más famoso, el que supo ganarse a la gente ycuya influencia tocó los más lejanos confines. Es mejor decir que el colombiano-mexicano es uno de los mejores escritores de Hispanoamérica, que no es poco.
Pero no lo hagan santo ni “caudillo latinoamericano” ni… ¡Cervantes! No lo necesita. Gocen sus novelas. Basta con que haya logrado lo que el propio novelista decía de que “yo escribo para que me quieran”. Tenía razón. Su literatura no ofende, no molesta, es una música melódica, a veces melosa de tan grata.
Tal vez a García Márquez le gustaba arrimarse a lo que él creía que era bueno (de bondad). Seguro era un hombre de buena fe. Por eso su pública amistad con Fidel Castro, el dictador más grande de Latinoamérica, sin embargo, reconocido en los años sesenta como el adalid del Tercer Mundo. Hasta parece otro personaje de García Márquez.
El colombiano-mexicano tampoco tenía la pésima costumbre de provocar a los que no pensaban como él. Hasta los buenos gringos, como Barack Obama y Bill Clinton, le echaron sus flores, aunque es probable que no sepan mucho de literatura. El “realismo mágico” es una técnica benigna; compite internacionalmente, porque es “muy latinoamericano”. No falta el que dice que así deben de ser los latinoamericanos.
La fama cobra un precio alto, no obstante. Rulfo no lo pagó con su Pedro Páramo. Las flores amarillas y las mariposas blancas venden más que la gélida soledad y los murmullos de los muertos.
Pero mi intención no es restarle méritos ni brillo (imposible hacerlo, como algunos lo intentaron vanamente con Octavio Paz, hace días) a la agradable personalidad literaria de García Márquez. Dios me libre de este pecado; de otros no, pero de este sí. Yo también me sumo al festejo de la obra del “mago latinoamericano” y de su elección de venirse a vivir a México, mientras otros se iban.
Yo también he sido su lector y he disfrutado en especial El coronel no tiene quien le escriba, también El amor en los tiempos del cólera, El general en su laberinto, Noticia de un secuestro, La mala hora, El otoño del patriarca o Crónica de una muerte anunciada, además de su célebre Cien años de soledad y de su admirable decisión de no escribir La vuelta de Cien años de soledad así como de rechazar otros premios después del Nobel. Era honrado. Mis comentarios no se dirigen tanto a la obra del Gabriel García Márquez como a la opinión fácil a propósito de él, que por momentos lo desfigura.