Continúan riesgos a la baja
Magdalena Galindo
A propósito de que el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informátca (INEGI) tuvo listos los datos correspondientes al primer trimestre de este año, dio a conocer que los indicadores señalan que la economía mexicana está en recesión, por su parte, el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, se apresuró a declarar contundentemente que tal afirmación es incorrecta, aunque como argumentó no se valió de ningún dato de los llamados duros, o sea de cifras y mediciones precisas, sino únicamente aludió a que el Instituto Mexicano del Seguro Social reporta la creación de nuevos empleos.
Unos días más tarde, como parte de su informe sobre la reunión de su Junta de Gobierno, el Banco de México terció en el debate, y aunque con términos suaves y vagos, como suele ser su lenguaje, coincidió en el fondo con el INEGI, al advertir que “continúan los riesgos a la baja para el crecimiento”.
Al parecer, se trata de una discusión técnica entre economistas sobre cuáles indicadores deben tomarse en cuenta, pero en realidad se trata de un asunto político, ya que el crecimiento de la economía constituye el principal factor para apuntalar una administración. Ya lo decía Bill Clinton en 1992: “es la economía, estúpido”, frase que lo llevó a derrotar a Bush (padre) y llegar a la Presidencia de Estados Unidos.
Y el problema para el gobierno de Peña Nieto es que la economía mexicana no repunta, pues al margen de los tecnicismos, y de la discusión de si estamos o no en una fase recesiva, lo cierto es que en todo caso sólo se ha alcanzado un crecimiento mediocre que en el primer año de la actual administración apenas alcanzó el 1.1 por ciento y en lo que va de éste no parece mejorar. Es más, las muchas reformas legislativas y la entrega de la industria energética a la iniciativa privada seguramente agravarán los ya de por sí graves problemas que atraviesa la economía mexicana.
Hay que recordar que en los setentas del siglo XX, cuando estalla la crisis en los países altamente industrializados, todos los gobiernos de América Latina reaccionan aumentando aceleradamente el gasto público, a fin de impulsar el crecimiento y librarse de la recesión que había aparecido lo mismo en Estados Unidos que en Japón, Inglaterra o Francia. Y, en efecto, consiguen su objetivo, ya que durante aquella década las economías latinoamericanas mantienen su crecimiento. El problema es que para financiar el gasto público sólo hay dos caminos, o se aumentan los impuestos o se recurre a los créditos. No hace falta decir que obviamente los gobiernos latinoamericanos echaron mano de los créditos y que esa política los condujo a la insolvencia, a la crisis de la deuda y finalmente a la década perdida de América Latina, esto es que en los ochentas no hubiera crecimiento de nuestras economías.
Ahora, parece que la administración de Peña Nieto está intentando aplicar la política de endeudamiento.