BELLAS ARTES
Triunfa el belcantista mexicano Javier Camarena
A Iris Santacruz Fabila, por un entusiasmo compartido.
Mario Saavedra
México ha sido semillero de extraordinarias voces desde épocas muy remotas, desde que nuestro llamado “ruiseñor mexicano”, la soprano Ángela Peralta, conquistó los grandes escenarios italianos en la segunda mitad del siglo XIX. Y si bien este país ha dado sobre todo sopranos y tenores con carreras sobresalientes y una presencia protagónica en importantes casas de ópera del mundo, nombres como los de la recientemente desaparecida mezzosoprano potosina Oralia Domínguez y el barítono chihuahuense Roberto Bañuelas constatan que también en otras tesituras hemos tenido la oportunidad de levantar la mano. Pero qué duda cabe que en lo que esta tierra ha sido verdaderamente pródiga ha sido en tenores líricos –ya sea dramáticos o ligeros–, terreno en el cual México ha contribuido con voces formidables que sobre todo han enriquecido un siempre exigido y difícil repertorio belcantista en el que interpretes como Francisco Araiza, Ramón Vargas, Rolando Villazón y Javier Camarena han cortado el queso, como se suele decir en el argot popular.
“El benjamín”
Siguiendo más o menos la misma ruta de los más de sus colegas, “el benjamín” de ellos, Javier Camarena (Xalapa, 1976), salió de México con un éxito apenas modesto, confirmado dentro de un público local minoritario que de verdad es asiduo de la ópera, y después de haberse hecho presente, por sus notables recursos y condiciones, en concursos de solvente tradición local (entre ellos, por supuesto, el “Carlo Morelli” que ha sido pista de despegue de tantos talentos) donde sus facultades se hicieron notar muy por encima de sus contrincantes. Tras ese mismo itinerario, para perfeccionarse y comenzar a hacer carrera en Europa, en su caso, en Alemania y Austria, empezó a ganar nombre en centros de añeja irradiación como Zúrich, Salzburgo, y por supuesto Barcelona, París y Viena.
Con estudios de canto y música en la Universidad Veracruzana bajo la tutela de la maestra Cecilia Perfecto, Javier Camarena obtuvo la licenciatura con honores de la Facultad de Música de la Universidad de Guanajuato con los maestros Hugo Barreiro, Eugenia Sutti y Edith Contreras, quienes bien supieron avizorar la muy promisoria carrera de un tenor lírico ligero que por la robusta sonoridad y la belleza de su timbre, por su manifiesta musicalidad, por los singulares recursos de una emisión pulcra y de extensos registros —especialmente generosa en una amplia escala de agudos sostenidos e impecables—, estaba destinado a triunfar en los más tradicionales y exigentes escenarios de la lírica mundial.
Ganador del prestigiado Concurso de Canto “Carlo Morelli” en el 2004, recuerdo todavía el enorme entusiasmo con el que su fundadora Gilda Morelli me habló de él en una de las largas conversaciones telefónicas que sosteníamos por aquellos años en que yo vivía en Chihuahua.
Toda una especialista en la materia y con un oído más que fino para detectar estos garbanzos de a libra, Gilda me puso al tanto de esta enorme figura en ciernes, con tan sobrados recursos y dotes que pronto lo llevarían a debutar en la Ópera del Palacio de Bellas Artes, nada más y nada menos que interpretando el siempre endiabladamente complicado Tonio de La hija del regimiento, de Gaetano Donizetti, ópera especialmente conocida porque buena parte de la fama del inmortal Luciano Pavarotti se debió a su singular versión de la popular aria “A mes amis…” del primer acto, acometiendo con un aplomo no menos inusual sus nueve demandantes do de pecho que le hicieron merecedor de la portada de The New York Times.
El mismo primer tenor peruano Juan Diego Flórez, a quien por cierto Javier Camarena acaba de suplir con un triunfo no menos sonado y al cual retornaré más adelante, volvería a armarla con esta ópera de Donizetti escrita en francés, cuando en la Scala de Milán rompió una tradición de 74 años sin bises en este legendario teatro italiano.
Respaldo de Francisco Araiza
Alumno destacado en el Opernstudio del Teatro de Ópera de Zúrich, Javier Camarena ha recibido de su compatriota Francisco Araiza todo ese cúmulo de enseñanzas que difícilmente se puede ofrecer en cualquier conservatorio, porque tienen que ver con la interpretación, con el manejo adecuado y a tiempo de los diferentes repertorios y personajes de acuerdo al desarrollo de la voz, con ese charme que sólo figuras de primer orden como el mismo Araiza pueden transmitir, quien además pone a prueba aquí la generosidad de un gran artista para nada preocupado en compartir las enseñanzas de un personaje con un background como el suyo. Él mismo fue un tenor sobresaliente, que fue cubriendo con solvencia los repertorios belcantista, lírico y hasta dramático, en una carrera ascendente que igual fue conquistando los teatros más exigentes y de mayor abolengo, abriendo así brecha a futuras generaciones.
Con recursos vocales que tarde o temprano lo llevarían a donde ahora se encuentra, el nombre de Javier Camarena ha saltado a la fama porque providencialmente debutó en la Metropolitan Opera House de Nueva York con una gran oportunidad que bien supo aprovechar al máximo, superando las expectativas de cualquiera, enterados o no, especialistas o diletantes.
Como ya se sabe, suplió al mundialmente conocido Juan Diego Flórez en otro de esos caballitos de batalla del belcantismo, La Cenicienta, de Gioachino Rossini, dando vida a un Don Ramiro que verdaderamente encendió a la concurrencia, y llegando a un festejadísimo (¡a rabiar!) “Si, ritrovarla io giuro…”, al inicio del segundo acto, que igual rompió una larga tradición sin da capo ni bises en el MET. La más bien ruda e implacable crítica neoyorquina subrayó la riqueza y la plenitud de su bella emisión, particularmente destacada en los registros medios y altos, sin desconocer su impecable línea de canto, una interpretación fluida y pletórica de musicalidad. Y por supuesto que ahí estará la impronta de su propio maestro Araiza, quien fue todo un especialista en la materia y nos ha legado una hermosísima versión videográfica dirigida, en el podio y en la escena, respectivamente, por el desaparecido Claudio Abbado y Jean-Pierre Ponnelle, con la no menos extraordinaria mezzosoprano Frederica von Stade.
Tenores ligeros como Javier Camarena tampoco se dan a pasto y son muy codiciados, y este formidable y ya histórico gran éxito seguramente traerá otros muchos en cascada, porque tiene los medios y recursos necesarios para llegar muy alto.
¡Enhorabuena!

