Guerrero
Guillermo García Oropeza
El Estado mexicano en que estamos viviendo vive las más extrañas paradojas: quisiera subrayar una que últimamente ha provocado un verdadero escándalo internacional, una verdadera catástrofe de imagen pública. Me refiero, claro, a lo que es sólo la punta del iceberg, el de los estudiantes desaparecidos misteriosamente y que se han simplemente volatilizado, creando una ola de mala imagen para este pobre país a lo largo del mundo.
Independientemente de la solución final del caso, si es que la tiene, nos estamos enfrentando a problemas serios que afectan la vida nacional, a la res publica. Por una parte, está todo el inmenso y costosísimo aparato de propaganda que sostiene el Estado, esa alianza maligna entre unos medios todopoderosos y monopolistas que día tras día insistentemente van adoctrinando la mente nacional.
Estos medios, como sabemos, tienen una historia espectacular en fortunas hechas en tres generaciones que fueron transformándose en inmensos organismos de manipulación de la realidad, teniendo a su servicio toda la tecnología de punta.
En la historia del capitalismo mexicano hay pocos ejemplos tan espectaculares como este crecimiento de los medios a partir de una original compañía radiofónica, en uno de los casos que aprovechó una feliz circunstancia comercial, allá en las primeras décadas del siglo pasado.
Debe ser muy fascinante para cualquier estudioso del capitalismo contemplar el crecimiento de este tipo de empresas, en donde nos encontraremos ejemplos como las compañías norteamericanas, las grandes cadenas de radio y televisión, el gigante brasileño que alguna vez llevó a la presidencia de su país a su dueño y en circunstancias muy distintas seguramente pero muy atractivas el gigante italiano que convirtió al caballero Silvio Berlusconi en el hombre más todopoderoso de su país.
En el caso mexicano, los medios no han intentado, como en los casos brasileño e itálico, la toma directa del poder, cosa por lo demás innecesaria, pero nadie puede negar su inmenso definitivo poder fáctico.
El país se gobierna desde el punto de vista de la información con un mínimo de elementos, con una asombrosa economía de personas. Por mucho tiempo un solo conductor de noticias iba guiando la conciencia nacional con un estilo parco, sobrio, económico.
Lamentablemente toda esta belleza se ha venido a estrellar contra la terca realidad de un país invadido por la violencia, por la ilegalidad más cínica, por el desprecio total a la ley. Un país de torturadores, un país donde los aparatos de justicia están corruptos hasta el meollo, cosa de la cual somos consientes pasivamente todos los mexicanos. Lo de Guerrero no es sino un incidente sangriento, horrendo, pero uno más entre incontables.
