El Che y Zapata, dos santos de la misma religión
Guillermo García Oropeza
No, no quiero escribir de Ayotzinapa porque estoy muy enojado. Pero permítanme una celebración personal, en estos días en que se abren aunque sea por unos momentos las puertas de la esperanza. Y consciente de que se trata tan sólo del principio de un proceso que puede ser difícil: el retorno de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, que fue propiciado por los canadienses y el papa argentino.
Creo que tenemos derecho a un poco de optimismo y ver el final de una larga afrenta que ha sufrido América Latina por la arrogancia de los norteamericanos castigando la Revolución Cubana que tantos intereses yankis afectó, incluso el gran crimen organizado.
Quisiera concentrarme en un hecho que va más allá de las ideologías, se trata de una realidad de sangre y de espíritu y que es la hermandad de Cuba y México. Una de las pocas esperanzas que nos queda, si es que queremos conservar nuestra nación, es recordar que somos parte de esa América compleja y maravillosa que tiene sangre india, española, portuguesa y negra. Nuestra América.
Vasconcelos hablaba de la raza cósmica y creo que tenía mucha razón, ya que nuestra tierra de tantas razas y culturas está además muy abierta al mundo. Recordar Brasil, Chile, Uruguay, Argentina con sus italianos, alemanes, japoneses, escandinavos… pero el núcleo de esta raza semicósmica se da en países tan cercanos como Cuba y México.
Basta recordar que Cuba es la llave del Nuevo Mundo y la antesala de México. Los españoles nos llegan de Cuba y nuestro México tropical, díganlo o no los paisanos veracruzanos o tabasqueños, ha estado siempre cerca de Cuba. De Cuba nos llega uno de nuestros mayores héroes, José Martí, poeta y mártir, hablando de cosas grandes; pero si hablamos de lo pequeño y humano, recordemos que nuestra concepción del amor, del erotismo, de la canción, de la liberación de los cuerpos en la danza ha sido una larga tradición mexicocubana.
Al cantar un bolero somos medio cubanos como cuando por tantos años el destrampe mexicano era un danzón, una rumba, un inocente cha cha cha o un perverso y maravilloso mambo del Cara de Foca, ese Stranvinsky menor que es nuestro Dámaso Pérez Prado.
Y pese a los embargos gringos seguimos oyendo las canciones de ese monumento de voz que se llama Omara Portuondo o de los compañeros del Buena Vista Social Club, para no hablar de Celia —Cruz por supuesto— o de esa hembra total que se llama Olga Guillot (“la noche de anoche qué noche la de anoche…”).
Perdónenme pero este viejo periodista que quiere ser serio, con una copa de ron cubano me vuelvo guapachoso y quisiera estar viendo, ya nada más viendo, portentosas mulatas en el malecón de La Habana.
Tengo muchas razones más elegantes como mi culto por la literatura de Alejo Carpentier, para mí tan bueno como Gabo, para justificar mi cubanofilia, pero me basta la consanguinidad de nuestros pueblos y saber que nuestra lucha ha sido, es y será la misma como frontera norte de Iberoamérica con el poderoso imperio. Ideología más, ideología menos, las imágenes del Che y de Emiliano Zapata son dos santos de la misma religión de la libertad.
¡Que viva Cuba, caballero!
