LA SOMBRA EN EL MURO
¿Por quién doblan las campanas de la noche?
Humberto Guzmán
México no es el país de nunca jamás, sino el país de todo se puede. Cierto día, en una estación del metro, la policía nos abrió la puerta a los usuarios. Un compacto grupo de jóvenes empezaba a gritar un “goya”, o un “huélum”, mientras una chica policía me decía, “es que ahora todo el mundo hace lo que quiere”. “No todo el mundo”, pensé, “sólo grupos organizados o dirigidos; si yo intento algo así me capturarían y me impondrían días de cárcel, multa y el agravio de estar fuera de la ley”.
De ahí, pasando por el vandalismo que ha destruido edificios, puertas históricas, golpeado y hasta quemado a policías (ya no dan miedo, ahora dan lástima), con bombas molotov, secuestrado, robado e incendiado, pasamos a un hecho aterrador: el ajuste de cuentas de supuestos “revolucionarios” (CETEG, normales rurales…) que “enjuician” a otros ciudadanos, en un acto de artera venganza y sadismo. Me refiero a los periodistas, con sus familias, que fueron secuestrados por hombres armados, acusados y obligados a pedir perdón con micrófono, además de maltratarlos física y verbalmente. No falta quién ha declarado, en un periódico estadounidense, que Peña Nieto debe pedir perdón. Coinciden ambas líneas “liberadoras”.
¿Qué clase de dictadura moralista-religiosa-fundamentalista se intenta imponer? A un gobierno hay que exigirle que sea eficaz, que cumpla y sepa aplicar las leyes. ¿De qué sirve pedir perdón? “¿Por qué siempre ese estúpido reflejo de pedir perdón?”, piensa Alain, un personaje de La fiesta de la insignificancia, de Milan Kundera. “Intentamos proyectar en los demás el oprobio de la culpabilidad” (tan juedocristiano). “El que pide perdón se declara culpable. Y si te declaras culpable, animas al otro a seguir insultándote y a denunciarte públicamente hasta la muerte.”
Obligar, a cualquiera, con las armas, con el fuete -como lo hicieron aquellos sujetos en Guerrero-, a que pida perdón, es humillarlo, azotarlo, poco faltaría para matarlo. Aquí recuerdo a la Gran Revolución Cultural lanzada por su Gran Timonel, Mao Tse-Tung y sus Guardias Rojos, la mayoría adolescentes fanatizados, ignorantes: “un movimiento estudiantil” que tenía como objetivo atacar a los enemigos de su líder, pero que golpearon y asaltaron (algunos asesinaron) a la población indefensa y a la propia historia de China.
A propósito, en el movimiento en el que los politécnicos huelguistas —que no eran todos ni mucho menos— trataban con la punta del pie a los representantes del gobierno –que desde el primer encuentro en la calle les dieron todo lo que pedían-, les decían cómo y qué debían hablar, y aquellos se la pasaban pidiendo… ¡perdón!, todo frente a las cámaras del Canal 11 (IPN), como en una revolucioncita cultural adaptada a México.
¿Por qué intereses turbios doblan las campanas —no de Navidad— de la noche? En un Estado consolidado, sólo éste tiene el derecho de ejercer la fuerza (aplicar la ley), pero en México estamos viendo que la violencia la están ejerciendo estas multitudes dirigidas con la “Verdad” a cuestas. Las autoridades dan muestras de temor, indecisión, no saben qué hacer. Se ven francamente débiles. Como si temieran que reglamentar a los protestantes y someter a los vándalos los fortaleciera aún más. Pero, lo contrario de un Estado firme (justo), con un proyecto, es la ingobernabilidad, la nación desaparece, y en su lugar se erige, sí, el país de todo se puede.
Los desaparecidos en Guerrero son el corolario de muchas y peores catástrofes. ¿Por qué ésta tuvo que convertirse en la bandera de los que anhelan el poder?: porque resultó una fuerza política. Se trata de desprestigiar al gobierno actual (que les da la razón) y se les han olvidado los narcos y sus cómplices: los policías de Iguala, los que dirigía el edil Abarca, puesto y sostenido por la izquierda (PRD) y el gobernador de Guerrero. Lo que prueba que su objetivo siempre fue “quemar” a Peña Nieto, en efigie (como lo hicieron en el Zócalo) y en persona. A Gonzalo Rivas, ¿se acuerdan?, lo quemaron vivo los normalistas cuando prendieron fuego a la gasolinera en la que trabajaba. Otro asesinato impune.
Todos hablan de lo mismo, casualmente. Las autoridades y los que los quieren deponer, hablan de justicia, de que “todos somos Ayotzinapa”. Ya no se sabe quién es quién. Porque los que dicen apoyar a las víctimas se han convertido en maleantes. Los roles están cambiados. Éste es el país de todo se puede. Y cuando todo se puede, ya nada es posible. Excepto, desear un año 2015 sin vándalos-redentores.