De tormenta a huracán económico
Magdalena Galindo
Si hace unas semanas señalaba, como otros analistas, que se avecinaba una tormenta económica, ahora habría que destacar que los negros nubarrones se han convertido en una tormenta perfecta o bien en huracán de varios grados. Se han aunado la caída del precio del petróleo, con la devaluación del peso y la inminente alza de las tasas de interés. Esos tres factores están conduciendo, por un lado, a los recortes del gasto público, ya anunciados por el secretario de Hacienda, y a un nuevo impulso a la inflación, es decir al aumento de precios; ambos fenómenos, en un mercado interno tan estrecho como el mexicano, ahondan las tendencias recesivas que ya manifestaba la economía mexicana.
Si bien en la ciencia económica siempre se ha recurrido a las metáforas para describir la realidad, y así se puede hablar de los huracanes económicos, hay que aclarar que aquí no se trata de fenómenos naturales, como los sismos o las lluvias que suceden en una región sin que el hombre pueda evitarlos, atenuarlos y aun preverlos. En el caso del petróleo, por ejemplo, la baja en el precio no es un efecto de las veleidades del mercado. Todo el mundo sabe que este descenso es la consecuencia de la ampliación de la oferta, generada por los nuevos productores estadounidenses de petróleo egisto, y como es obvio, no se trata de un ingreso repentino, sino de grandes inversiones que se venían realizando desde hace años, de modo que parece una irresponsabilidad que hace apenas dos meses la Secretaría de Hacienda estableciera en el presupuesto federal y el Congreso lo aprobara, que el petróleo mexicano se iba a vender a 80 dólares el barril, mientras la semana pasada ya había bajado a 38.11 dólares, o sea menos de la mitad de lo fijado en el presupuesto. Y no se trata de una estimación errónea que sólo tenga como consecuencia el desprestigio de los funcionarios, sino que tiene efectos directos sobre la economía.
En primer lugar, porque la venta del petróleo aporta más del 30 por ciento del presupuesto, y el gasto gubernamental se asigna contando con esos ingresos. Los recortes, pues, significan que no se cubrirá el gasto en educación, en salud, en infraestructura y lo demás. Aparte de este efecto directo, hay que recordar que el gasto gubernamental, como lo destacó Keynes hace casi un siglo, es el principal impulsor de la actividad económica, de modo que disminuir el gasto tiene la consecuencia perversa de propiciar la recesión, es decir el descenso de la actividad económica. Y esto, cuando la economía apenas creció el 1 por ciento en 2013 y un muy magro 2 por ciento en 2014.
La devaluación tiene también efectos graves, pues precisamente por la dependencia de la economía mexicana, que cada vez es más profunda, la actividad económica no puede realizarse sin importar insumos y bienes de capital, de modo que cuando el dólar se encarece, significa que todas las importaciones suben de precio, y eso determina un impulso a la inflación, porque los empresarios que importan esos insumos o productos intermedios, y que por lo tanto ven aumentar sus costos, reaccionan subiendo los precios para mantener su margen de ganancia. En un mercado cada día más estrecho, porque los salarios han disminuido sin interrupción, el aumento de los precios significa desde luego un descenso de los niveles de vida, pero también una tendencia a la recesión, porque los empresarios encuentran muy difícil vender sus mercancías y lo que han hecho es disminuir la producción y aumentar los precios, también para mantener su margen de ganancia.
Para colmo, el banco central de Estados Unidos, la Reserva Federal, según todos los rumores, aumentará su tasa de interés, y México, también por la dependencia, tendrá que elevar igualmente la tasa, para evitar la fuga de capitales, pues desde hace años tiene que mantenerla más alta que en Estados Unidos, y ahora con mayor razón, para compensar a los inversionistas por la devaluación del peso.
Total, que todas las tendencias van hacia la recesión y el aumento de la inflación. Malos tiempos nos esperan.