Afecta a ricos y pobres

Magdalena Galindo

Ciertamente, la crisis económica, que significa en primer lugar un deterioro drástico de los niveles de vida de las clases trabajadoras, también termina por afectar el conjunto de los agentes económicos, aun los sectores más altos de la burguesía. En el caso de México, lo que hemos visto es una invasión de la inversión extranjera que más que crear nuevas empresas se ha dedicado a comprar las ya existentes y cada vez se apropia de una mayor parte de la riqueza nacional.

Pero no sólo eso. La crisis económica, y en particular las políticas neoliberales que se han aplicado desde 1982 hasta ahora, han determinado el estrangulamiento del mercado interno, fundamentalmente porque la orientación de la economía hacia el exterior significa: que se ha apostado sólo a dos vías para el crecimiento: la inversión extranjera y las exportaciones. Y ambas vías tienen como único sustento la baratura de la fuerza de trabajo mexicana. Esa baratura se ha mantenido a base de disminuir de manera constante, desde 1977 hasta ahora, los salarios reales de los mexicanos.

Como en la economía todo está relacionado, la caída de los ingresos de los trabajadores ha determinado el estrechamiento del mercado, pues un menor consumo de la inmensa mayoría de la población también significa, del otro lado, que los capitalistas y con mayor razón los pequeños empresarios encuentran dificultades para vender sus mercancías. La semana pasada, el INEGI dio a conocer que entre 2010 y 2014 habían desaparecido un millón 630 mil 415 unidades, lo que es equivalente a una tercera parte del total que existía en 2010. Hasta el presidente del INEGI dijo que es un dato que llama la atención y que “debería despertar la inquietud entre los encargados de diseñar las políticas públicas”.

En efecto, es alarmante que un tercio de los negocios en el país hayan quebrado, con todo lo que implican esas quiebras, no sólo en la merma del patrimonio y las ilusiones del empresario, sino la destrucción de capital y el desempleo que implica la masiva desaparición de más de un millón 630 mil establecimientos. Pero es evidente que ese fenómeno ni preocupa, ni siquiera llama la atención de los funcionarios que manipulan las políticas económicas, que sólo se interesan en cómo volver más competitivo el país en el terreno de atraer la inversión extranjera.

También la semana pasada se registró en las noticias que Oxfam, cuya directora participó como copresidenta en el foro de Davos, que reúne a los más ricos del mundo, pronostica que para 2016, o sea dentro de un año, el 1 por ciento de la población mundial, o sea unos 72 millones de personas, tendrán un patrimonio mayor que el que se reparte entre los otros 7 mil 128 millones de personas que forman la población mundial. El dato es realmente escandaloso.

Y es que lo que ha sucedido en el mundo en general, y en México en particular, es que la brecha de la desigualdad es cada vez mayor y esa desigualdad ha tenido numerosas consecuencias sociales y políticas. Una de ellas es que las elites gubernamentales, ubicadas en ese reducido sector que goza de todos los privilegios, no sólo se desentienden de las necesidades, aspiraciones y demandas políticas de las clases trabajadoras, sino que consideran que ese orden puede y debe continuar, y que una combinación de discursos y acciones represivas lo pueden mantener eternamente. Como lo muestra la historia y lo señalan las innumerables protestas sociales, esa desigualdad extrema no puede mantenerse y más vale que las elites empiecen a despertar de su autoengaño.