Mal de muchos
Guillermo García Oropeza
La corrupción en este país se presenta con distintos rostros. Uno de ellos es el rostro lejano, diríamos, de la corrupción, el abstracto del que se habla mucho, pero que no llega a tocar al menos sensiblemente al ciudadano. Se habla y escribe de esta corrupción como de un mal vago pero extendido que campea en las altas esferas de la sociedad. En esta corrupción se manejan cifras inalcanzables de comprender al ciudadano común y corriente. Yo, al menos, pasado cierto nivel, que sé yo, el de los mil millones de pesos, por dar alguna cifra, me parece que hablo de números fantásticos.
No sabemos los ciudadanos comunes y corrientes cómo funcionan los mecanismos, dijéramos, de esa alta corrupción, cómo y entre quiénes se dividen estas cantidades inimaginables, qué pasa con ellas, a dónde van, en qué se invierten.
Se habla de paraísos fiscales, que como el paraíso original, ignoramos exactamente dónde estaba, ignoramos las conexiones internacionales, los altos contactos, los grandes promotores, es como si se tratara de un súper mundo. Esto sucede, tanto en los sectores públicos, claro no hablo únicamente de México, sino en ese pequeño mundo de las finanzas internacionales.
Las catástrofes causadas por los grandes bancos, las maniobras de financieros que pueden hacer lo que sea sin que nada ni nadie los controle y cuyas acciones vienen a afectar economías enteras. Llegando en algunos casos a poner en peligro la viabilidad misma de los países, piénsese, por ejemplo, en el caso de Grecia, que tras incontables sacrificios está ahora buscando una salida hacia la supervivencia, con un sorpresivo y joven gobierno de izquierdas, mientras que en España surge un partido espontáneo a relevar un socialismo derrotado y caduco.
Pero estamos hablando en un mundo en donde ser inocente no garantiza nada, ni ser culpable necesariamente conlleva un castigo, lo que sí priva es esa pequeña pero maravillosamente organizada corrupción, en la cual participan tantos: policías, pequeños y grandes empleados administrativos de los mecanismos de justicia, algunos abogados, jueces, etc. etc. y no se podría, en rigor, hablar de el todo mundo, pero sí de muchos.
El ciudadano en peligro de perder su libertad, recurre a abogados que son a veces más peligrosos que los mecanismos de justicia. En México todo se negocia, es decir, la ley se cambia por mecanismos de conveniencia. Lo más grave es que todo el mundo acepta esto como lo normal, como lo único normal.
Nadie realmente protesta, porque sabe que toda protesta es absolutamente inútil, los parientes que apoyan a una víctima de una acusación saben que lo único que hay que hacer es conseguir dinero y si posible regatear, si es posible. Se paga y se calla y todo el mundo parecería estar de acuerdo con que éste es el único posible estado de cosas.