La política tiene algo de teatro
Guillermo García Oropeza
En el siglo XX se dieron grandes avances en el espectáculo político. No quiero dejar de reconocer a un genio del mal, pero genio en fin, que se llamó Dr. Joseph Goebbels que es la otra luminaria del siniestro equipo nazi. Goebbels, el gran precursor, quien descubrió el poder de la radio sobre todo como instrumento de dominio político pero también tenía su corazoncito por el cine, un medio en el cual se sentía sumamente feliz.
Vencido el nazismo todo mundo, democracias y dictaduras, cada cual en su estilo, utilizan los medios como principal arma de dominio y conducción política. La política que era radiofónica y un poco cinematográfica, al igual que periodística, se vuelve mediática gracias a la presencia de la televisión. Un medio que en un principio los políticos manejan torpemente pero que, algunos de ellos, los más inteligentes, transforman en un dócil instrumento y fundamental alianza. El político sabe cuáles son las posibilidades y límites de la televisión y, si es discreto, como dirían nuestros clásicos, se ajusta perfectamente al medio, se convierte diríamos en una dócil “estrella” televisiva.
Los ejemplos serían infinitos y sólo recordaremos un momento clásico cuando el joven, guapo, inteligente John Kennedy derrota en un debate al torpe y antipático y mal rasurado de Richard Nixon. A nivel nacional recordaremos aquella noche estelar en que el jefe Diego, amo de la comunicación, acaba con sus pobres contrincantes Cárdenas y Zedillo.
Muy poco importan las virtudes, los programas, los puntos fuertes del político si los caprichosos dioses de los medios le son adversos. Televisar mal es fracasar, justo o injusto pero así es y no es de otra manera.
Nuestros políticos recientes, es decir, a partir de la aparición de la televisión, tienen diferentes resultados. Echeverría era excesivo y olvidaba que la televisión es rápida y mutable. López Portillo alcanzó ciertos éxitos gracias a sus viejas tablas retóricas, a su buena pinta criolla y a una voz que mucho lo favorecía.
De los que siguieron, triste es hablar, aún cuando Salinas poco dotado para el papel funcionara gracias a su poderío político, a lo que los romanos llamarían su “virtus” o virilidad y voluntad de poder. De la Madrid fue lamentable en su grisura, es un presidente que tendemos a olvidar. Zedillo rígido, acartonado y poco atractivo, curiosamente distanciado de la masa a la que parecía tener miedo o timidez, fue un fracaso de principio a fin, en su sexenio también catastrófico.
Necesitaríamos más espacio para hablar de los fenómenos panistas Vicente Fox y Felipe Calderón, desde el punto de vista del espectáculo, los dos resultan —dijéramos— interesantes, aunque los dos también fallidos, pero ése será motivo de nuestro próximo análisis.