Cuantiosas fugas de capitales
Magdalena Galindo
Quizá porque tengo una fobia particular a las ratas, siempre me ha parecido desagradable esa frase común que afirma que las ratas son las primeras que abandonan el barco cuando se está hundiendo, en esta ocasión, sin embargo, no puedo evitar que la recuerde al conocer las cifras de los depósitos de mexicanos en bancos de Estados Unidos, que suman ya la impresionante cantidad de 73 mil 927 millones de dólares. Ese monto casi es igual al saldo total de la deuda pública externa que en diciembre del año pasado fue de 77 mil 352 millones de dólares.
Ciertamente no se trata de un fenómeno nuevo, porque la decisión de los millonarios mexicanos de enviar su dinero a bancos extranjeros y en especial al vecino del norte ha estado presente durante las últimas décadas, y en algunos momentos se ha intensificado en niveles que han precipitado o acentuado la crisis económica.
Supongo que todo el mundo recuerda aquella frase del entonces presidente José López Portillo que decía “ya nos saquearon, no nos volverán a saquear”. Claro que sólo la primera parte resultó cierta —eso de que ya nos saquearon—; en cuanto a la segunda, de que no se repetiría, no se cumplió, porque una y otra vez, los que entonces se nombraban sacadólares han seguido haciendo de las suyas hasta el presente.
Si bien se trata de un fenómeno constante, en lo que va de la actual administración las fugas se han acelerado, pues en estos dos años han tenido un crecimiento de 35.5 por ciento, cuando los depósitos de mexicanos en los bancos estadounidenses pasaron de 54 mil 550 millones de dólares a los 73 mil 927 millones que mencionaba. Dicho en otras palabras, entre diciembre de 2012 y noviembre de 2014, los mexicanos fugaron 19 mil 377 millones de dólares.
Hay que destacar que en ningún momento esa salida de capitales se ha podido explicar por la voluntad de encontrar mayores beneficios, pues de manera constante la tasa de interés en México se mantiene, por lo menos, dos o tres puntos por encima de la de Estados Unidos, precisamente porque las autoridades mexicanas la mantienen así con el objetivo de atraer capitales y desanimar las fugas. Ahora, menos puede tener esa supuesta justificación, porque la tasa de interés en Estados Unidos está prácticamente en cero, de manera que los depósitos de los mexicanos más bien sufren una merma, puesto que la inflación —el aumento de los precios y en consecuencia el menor valor del dinero— es más alta que la tasa de interés.
Llama la atención que mientras los millonarios sacan esa cantidad de divisas a Estados Unidos, en cambio los trabajadores mexicanos, que malviven en el exterior para enviar parte de su sueldo a sus familias, compensan y superan las fugas, pues en estos dos años las remesas sumaron 44 mil 498 millones de dólares.
Para agravar la situación, también los extranjeros han decidido huir, de modo que sólo en los dos últimos meses sacaron de la Bolsa Mexicana de Valores otros 8 mil 830 millones de dólares. Esta salida no sorprende, pues este tipo de inversión se caracteriza precisamente por su volatilidad, o lo que es lo mismo por su inestabilidad. Por lo pronto, el descenso de las inversiones provocó una caída de la Bolsa en enero de este año, de nada menos que 5.1 por ciento.
En principio, la salida de divisas del país, ejecutadas tanto por inversionistas extranjeros, como por los millonarios mexicanos provocan un problema de liquidez, pues el Estado tiene que proporcionar los dólares para los depósitos en el extranjero.
Además, las fugas de capital sobre todo en cantidades tan significativas acentuarán los problemas de la economía, pues redundan en un descenso de las inversiones y por lo tanto acentúan las dificultades del empleo y en consecuencia de las condiciones de vida de los trabajadores. Las fugas muestran que ya empezó el sálvese quien pueda de los mexicanos ricos, ante las señales de que el barco de la economía mexicana comienza a hundirse.