Mal espectáculo/III y última parte
Guillermo García Oropeza
En esta pequeña serie hemos explorado la política como un espectáculo que hoy se da a través de los medios. Claro que la política siempre ha comprendido la importancia del espectáculo pero es el siglo XX con la aparición de los medios masivos, sobre todo con la televisión, que la política ha encontrado su gran aliado, sí pero también su gran peligro. Y es que los hombres en el poder, y en particular el presidente, no son ya figuras lejanas sino que quedan demasiado cerca de los espectadores.
Un político y entre más alto —esto es más cierto— debe ser un buen actor. Bastaría con recordar el éxito justamente de un actor que fue Ronald Reagan. Hablábamos en el artículo anterior del caso mexicano en donde los presidentes han sido muy poco mediáticos en general. Una excepción, decíamos, fue Vicente Fox que tenía una imagen atractiva para muchos, original y rebelde pero desgraciadamente detrás de la imagen no había nada.
Felipe Calderón fue uno de los peores actores de nuestro máximo espectáculo. Rígido, austero, aburrido en un sexenio increíblemente lleno de violencia. Calderón logró el milagro de hundir su partido al cual tanto trabajo le había costado llegar al poder. Y es que un actor político debe ser o poderoso o simpático, y tener ese algo que distingue —diríamos en términos de cine— a una estrella de un actor común y corriente.
Y hablando de este sexenio, cuando algunos medios muy importantes están totalmente al servicio del poder, y gobernar debiera ser muy fácil de acuerdo con la teoría la realidad, es que algo, y hablo en términos de imagen, no funciona; quizá los mexicanos nos estemos haciendo escépticos o las redes sociales sean un buen contrincante de los medios aludidos, pero la verdad es que este espectáculo actual no satisface. Los secretarios de Estado son bastante lejanos o catastróficos como en el caso de Murillo Karam, quien aunque se supone que poseía la verdad oficial tuvo que dejar el puesto. Por algo sería; y en el caso del presidente Peña Nieto que debería —por su aspecto, voz y posición— ser la gran estrella, mucho me temo que algo le falla. Ojala sus asesores encuentren la fórmula del estrellato antes de que el sexenio se estrelle.