La verità, de Daniele Finzi Pasca
Mario Saavedra
Hace ya más de treinta años que el deslumbrante sueño de los quebecuas Guy Laliberté y Gilles Ste-Croix se detonó por las calles de su ciudad natal, en una especie de explosiva resurrección contemporánea de esa no menos destellante representación quimérica de la realidad que fue el Teatro del Arte renacentista italiano.
Auténticos humanistas de nuestro tiempo, concibieron y llevaron a cabo la conformación del “Gran Espectáculo del siglo XXI”, a partir de una tecnificada decantación de las más complejas y eclécticas virtudes del “perfecto histrión” capaz de actuar, de cantar, de bailar, de saltar, de contorsionarse, de hacer reír y llorar, de sorprenderse y sorprender con toda clase de actos ilusionistas, con el talento y los recursos imprescindibles para generar esa envolvente atmósfera dentro de la cual todo se torna posible y la imaginación no tiene límites.
Me refiero, por supuesto, al ahora ya mundialmente reconocido Cirque du Soleil, novedoso y creativo proyecto que ha venido diseminando una noción muy distinta del propio espectáculo circense, sin el uso y el abuso de animales, entre otros tantos clichés desgastados. En cambio, la inclusión casi absoluta de todas las suertes artísticas y atléticas en las cuales predominan la habilidad y el talento humanos, la creatividad sin restricciones, contenidos el decorado escenográfico y la ambientación, la composición de una partitura ex profeso, el trazo coreográfico, la delineación de un vestuario y un maquillaje sugestivos, el uso de un no menos ambicioso proyecto de iluminación, o incluso la escritura de una o varias estructuras dramáticas como hilo conductor, más la concepción de arias cuasi “belcantísticas” para lucimiento de la voz.
El nivel de la perfección
El Cirque du Soleil y todos sus ahora posibles sucedáneos, porque se ha convertido en una práctica tan replicada como perfectible, condensan en sí mismos todas las artes escénicas del pasado y el presente, con el empleo igualmente aprovechado y creativo de la tecnología, siempre en beneficio de la ilusión sensitiva que hace de la sinestesia absoluta su mayor signo distintivo. El propio arte del clown, por ejemplo, ha alcanzado en esta práctica del “espectáculo total” su máximo desarrollo en cuanto a expresiones corporal y gestual heredadas de los más extraordinarios exponentes en dicha especialidad, a través de personajes en los cuales es posible ahora distinguir además muchas otras habilidades propias de los acróbatas, los prestidigitadores o los contorsionistas. La técnica y el oficio convierten a estos esmerados artistas-atletas en una suerte de demiurgos de la expresión integral, cuyos ejercicios y números, prácticas y ejercicios diversos, signados por la pasión y por la excelencia, ponen un especial acento tanto en la natural destreza como en el impostergable trabajo, es decir, en la técnica y el oficio decantados hasta el nivel mismo de la perfección.
A la vez heredero y aportante de una práctica escénica cada vez más rica y sofisticada, conforme él mismo ha trabajado de la mano en ciertos espectáculos con el Circo del Sol, el suizo-italiano Daniele Finzi Pasca es fundador de una más pequeña pero no menos espléndida compañía que ya otras veces ha venido a México con extraordinarios espectáculos que caminan más o menos en esta misma línea expresiva.
De vuelta a nuestro país ahora con “La verità”, que teje fino en torno a esta idea muy bien esgrimida por Mario Vargas Llosa de que la legitimidad del arte no responde ni mucho menos a su porcentaje implícito de ficción, por lo que “la verdad de las mentiras” suele ser no sólo reflejo sino detonante de cuanto acontece a nuestro alrededor, este otro mucho más intimista gran espectáculo firmado por el talento de Finzi Pasca apuesta en esta ocasión por un retorno a todas estas artes y especialidades artístico-atlético-circenses casi en su estado puro, carentes de artificios tecnológicos, por lo que vuelven a su origen teatral, incluso callejero, y por lo mismo bañadas de pureza, de autenticidad, de poesía.
Vida, amor y muerte
Con sólo trece histriones en escena, por lo que todos hacen de todo y bien (circo, maroma y teatro), “La verità” tiene como pretexto y cauce de origen la subasta de un característico y a la vez sui generis telón de Salvador Dalí, hecho ex profeso para una puesta en la Metropolitan Opera House de Nueva York de Tristán e Isolda, de Richard Wagner, en 1944, casi en el ocaso mismo de la Segunda Guerra Mundial. Hermoso pretexto, “La verità” despliega toda una sugestiva serie de interlineados y digresiones en torno a los estadios de la propia creación artística, incluso de la misma estética del genio catalán, del arte como espejo de la vida, del amor y la muerte (Eros y Thanatos), de la guerra y la paz, de lo místico y lo mundano, de lo sublime y lo grotesco, elementos todos éstos implícitos de igual modo en la citada gran ópera maestra de Wagner.
En corta temporada en el Teatro de la Ciudad, donde con mucho éxito la presentó la Secretaría de Educación y Cultura del Gobierno del D.F., “La verità”, de la prestigiada Compañía Finzi Pasca, es uno de esos espectáculos que por su belleza, por su circularidad, por su perfección (no faltó quien dijera que se repite con otros anteriores del mismo autor, y que algunas de sus rutinas le parecieron sucias), bien vale la pena verse y disfrutarse con gozo, con la única voluntad de dejarnos seducir y conmover, de sorprendernos, porque el arte de verdad sólo atiende al talento, a la imaginación desbordada, a la creatividad sin freno, a la inteligencia y la emoción compenetradas, al oficio que es pasión y entrega.
Ante un mundo de magia y ensoñación donde todo se torna posible y convincente, sin el menor resquicio para que la razón intervenga con cuestionamientos necios, “La verità”, de Daniele Finzi Pasca y otros doce dotados artistas-atletas en escena (¡qué dominio del cuerpo y de la mente, de sus emociones!), nos reconcilia con la vida, con lo que esta condición nuestra ahora tan devaluada es también capaz de crear.

