Un Santo/II-II

Guillermo García Oropeza

Decíamos que un suceso religioso como la beatificación de monseñor Óscar Romero, de El Salvador, es para nosotros mexicanos un mensaje político sugerente sobre el papel de la Iglesia católica en nuestra América y la posibilidad de que con el papa Francisco se haga el milagro de tornar una institución tradicionalmente conservadora, por no decir reaccionaría, en una cercana a nuestros pobres pueblos. Y especialmente en México donde se vive una creciente crisis con tantos hasta ahora pequeños brotes de violencia. El tema me ha interesado siempre. Es decir el de la larga y compleja relación entre la Iglesia católica y el Estado a partir de la lucha de Independencia, donde una jerarquía monárquica no controlaba el espíritu nacionalista de muchos curas insurgentes.

El siglo XIX fue teatro de espectaculares luchas entre ambos poderes. La Iglesia se enfrenta con sus inmensos recursos a los liberares que con Juárez logran derrotarla con unas leyes de Reforma odiadas por los clérigos. Pero con Porfirio Díaz la Iglesia se reconcilia con el poder del dictador para luego oponerse a la compleja Revolución Mexicana, llegando a la lucha armada durante la rebelión cristera, la que termina.

Y aquí hay que recordar los buenos oficios del embajador norteamericano, con los llamados arreglos entre los dos poderes. Si Calles y Obregón son el diablo para los católicos, Lázaro Cárdenas lo es un poco menos con su nacionalismo y programa de educación, pero al llegar a la silla el conciliador Avila Camacho, la Iglesia inicia un acercamiento al gobierno, el cual se porta con ella a veces demasiado bien olvidando su esencia laica. Yo no diría que Iglesia y Estado vivan un romance pero sí un matrimonio de conveniencia.

La Iglesia critica muy poco y muy dulcemente al antiguamente diabólico gobierno, sobre todo al nivel de los altos jerarcas. Sólo que nunca faltan ciertos curas y hasta obispos disidentes que se atreven a alzar la voz sobre las injusticias que los rodean, especialmente en el conflictivo sureste. Y no es que nuestro clero de izquierdas sea fanático de la teología de la liberación que nos viene de Sudamérica, teología que el ultraconservador papa polaco tuvo a bien aplastar y es que Roma, si tenía un temor, era hacia todo lo que oliera a rojo y materialista, aunque convivía muy feliz con un capitalismo igualmente materialista.

Todo clérigo como monseñor Romero que no estuviera de acuerdo con la maldad del sistema era regañado por el alto poder pontificio que veía con benevolencia la teología de la prosperidad predicada por ciertas órdenes millonarias y de lo más elegantes. Pero el papa Francisco parecería que piensa que la Iglesia es sobre todo defensora de los pobres y por eso beatifica a Romero.

Y nos preguntamos qué hará la Iglesia mexicana ante nuestros dolorosos problemas sociales, si preferirá la prudencia a la denuncia. Aunque a mí me parece producto del viejo catolicismo español que nunca podrá abandonar una mentalidad conservadora, amante del orden, predicadora de la resignación, practicante de los arreglos y madre amorosa de nuestra buena y devota alta burguesía.