La serie de televisión Mad Men

Humberto Guzmán

Descubrí en la serie de televisión, Mad Men, un digno reflejo del estilo de vida estadounidense, tan vituperado y tan imitado. Me pareció bien planeada desde aquellos primeros capítulos, encontrados por casualidad en el Canal 11, a las once y media de la noche. Me imagino por qué no en uno más comercial y en un horario más idóneo. No la comprendieron o la rechazaron porque no es banal, tiene personajes adultos, que ejercen su sexualidad y su ambición personal (lo que no reconoce una clase media falaz) y en donde lo único trascendental es ganar dinero y tener éxito. In God We Trust.

En la jungla de rascacielos del New York de Mad Men, la modernidad por sí misma, no se atisba nada más, entre el Lucky Strike encendido en una mano y el scotch en la otra.

Es la realidad, no nos engañemos. Los años sesenta, con sus flash back de los cincuenta y un poco antes, están reflejados al detalle, en el vestuario, el mobiliario, el paisaje, los automóviles y los hábitos de los Mad Men. Fumadores y bebedores compulsivos, para soportar las tensiones y la ansiedad de la competencia y las vidas privadas. Aún no surge el miedo al cáncer por la bebida y el tabaco. No podía faltar el primer hombre (estadounidense) en la luna, con lo que ganaron a los rusos en la carrera espacial. El asesinato del presidente Kennedy en Dallas. El del líder negro Martin Luther King, “I have a dream…”. Todo a través de la pantalla chica, el aparato más familiar e inefable de los hogares de la segunda mitad del siglo XX. Hasta la guerra de Viet Nam la vio todo Estados Unidos (y el “mundo libre”): en familia, por la televisión.

La historia está bien pensada por su creador Matthew Weiner. Se ha observado que las series de televisión son las “novelas de entregas” de hoy. Muchas veces han logrado lo que el cine ha perdido o no ha alcanzado. La continuidad y, con esto, un mayor acercamiento al día a día. También se ha dicho que han desbancado a la novela (literatura) que antes amenazó el cine. Pero, la novela está aparte del cine y la televisión: es otro lenguaje.

Mad Men es un entretenimiento de adultos triunfadores o que pretenden serlo. Lo prueba su público, entre 25 y 54 años de edad, según estudios. Esto explica por qué no lo transmitió un canal más comercial en México. Le dio pavor, protegió a “la familia mexicana” de… la realidad. Preservó no tanto una moral como una versión de la realidad que les acomoda y, además, sus ganancias publicitarias.

La historia me recuerda a aquella serie, esta sí de los años sesenta, llamada El fugitivo, en la que el doctor Kimble era perseguido y perseguidor. Pero no es tan completa, ni de lejos, como Mad Men. En ésta Don Draper (protagonizada por Jon Hamm: logra el estereotipo masculino de los sesenta), publicista estrella de su empresa, de la que pronto se hace socio. Surge la vieja idea de que en “el sueño americano”, si se tienen méritos suficientes, se puede triunfar viniendo desde abajo. El éxito es alcahuete y las mujeres se le rinden. Él encuentra tiempo para ellas y su familia que daría la impresión de ser perfecta, una esposa rubia, dedicada al hogar, y dos bellos niños. Pero no es cierto, su “pasado (sube música) lo traiciona”. Es un fugitivo de su propio destino —como el doctor Kimble. Tenía que inventarse una historia desde su juventud si quería alcanzar el triunfo.

Dick Whitman toma la identidad de un compañero del ejército, muerto en la guerra de Corea, y se convierte en Don Draper, el triunfador por antonomasia. Su niñez, vivida en la miseria y en la orfandad, la malpasó en un prostíbulo, en donde fue educado por las señoritas prostitutas, una de ellas lo golpeaba y humillaba. Casi nadie se levanta de eso, Don Draper (casi) lo hizo.

Sin embargo, no es un héroe (perfecto) sino un antihéroe (imperfecto, como todos). Aquel pasado lo acosa como un animal que habita en su interior y que quiere devorarlo. Echa a perder su bonita familia, aunque su esposa pone de su parte; le causa problemas en su empresa, al grado de que los envidiosos tienen armas para destruirlo y lo intentan. Pero no crean que esta angustia es exclusiva de Draper, los otros competidores andan igual de alumbrados por el oropel del éxito. La esposa rubia opta por un tipo feo que le garantiza mayor seguridad económica. Sin embargo, un triunfador como Draper se da porque es como los demás (un sufridor), sólo que él se sobrepuso, con sus efectos secundarios.

Mad Men, para decepción de los que nos encontramos en ella, después de siete años llegó a su final: Draper, en una posición de meditación, en un grupo hippie, a la orilla del mar, con una leve sonrisa, no como un buda, sino como un “luchón” que sueña su siguiente estrategia. Pero la imagen negra que abre la serie es él mismo al caer en el vacío, entre los rascacielos de New York.