Pensar y escribir claro
Mario Saavedra
He vuelto a leer con sorpresa el ya clásico Teoría del texto e interpretación de los textos, donde su autor, el semiólogo argentino Walter Mignolo (Corral de Bustos, 1941), aborda e intenta definir también, por sus características intrínsecas y extrínsecas, el texto ensayístico. Y me volvió a llevar a él la relectura a su vez de la más que reveladora biografía del gran genio del Renacimiento francés Michel de Montaigne (1533-1592), escrita nada más y nada menos que por ese otro gran talento judío austriaco que fue Stefan Zweig (1881-1942), quien ya persegiuido por los nazis concibió este hermoso acercamiento a la personalidad y la obra del considerado padre del género ensayístico como una gran alegoría de la libertad como esfuerzo de actitud creativa, en cuanto expresión personal que especifica entre sus rasgos distintivos ese espiritu de lúcida independencia.
De la mano de Montaigne, e incluso de los propios Zwieg y Mignolo, dichos elementos característicos, algunos de ellos propiamente lingüísticos, conducen a su vez a plantear una variante de clase/género según las siguientes premisas: que el conocimiento compartido de una lengua permite cifrar y descifrar “mensajes”, y que el conocimiento de ciertos “marcos discursivos” conduce a interpretar y producir textos en relación a una clase específica. Es decir, los diferentes marcos discursivos resultan ser el producto de los sistemas de codificación, pero como para Montaigne-Zweig-Mignolo dichos “marcos discursivos” no muestran ser estructuras fijas, estáticas, será siempre necesario partir de los tiempos y espacios específicos de escritura e interpretación para complementar el curso vital de cada discurso.
Real y marginal
Los tres coinciden de igual modo en situar el ensayo dentro de la distribución de conocimientos asociados a la plural y ecléctica formación discursiva literaria, extendiéndose a su vez a otras vetas del conocimiento, con variantes específicas en cada caso. Su mayor distintivo, sin embargo, se origina en que no responde a una situación comunicativa imaginaria sino “real”, y según Mignolo, se acerca más a los que él llama géneros literarios “marginales”.
El ensayo se define, dentro de la función poética o literaria del lenguaje, por su menor ambigüedad, y sobre todo porque inaugura, desde el mismo Montaigne, un nuevo proceso —he ahí su mayor germen vital— de reflexión. Y Zwieg hace hincapié en la flexibilidad del género, en su carácter humanista, en su naturaleza ecléctica, refiriéndose a cómo el concepto de “lo literario” también se modifica y se amplía paulatinamente, con lo cual el ensayo ha extendido sus posibilidades y en cada época sugiere una nueva línea de interpretación, acorde a su espíritu libre y ajeno a clichés.
Admirador de Montaigne y Zwieg, Mignolo también se inscribe entre quienes ven en esta forma de expresión un tipo discursivo específico, valioso sobre todo por su natural y permanente sentido de la transgresión. A partir de los tipos y las estructuras discursivas que cambian conforme la época y el contexto, y que incluso se acaban de definir de la mano de los rasgos de cada lengua y por supuesto de cada pensador/creador específico, lo cual implica además los conceptos de metatexto y autor implícito, se reconstruyen los diferentes criterios bajo los cuales la comunidad interpretativa organiza los discursos en clases más concretas. Estructura trazada ya desde un principio por el mismo Montaigne, lo cierto es que nos tenemos que situar ante otra forma discursiva que pareciera única e irrepetible en cada caso, ubicada ésta fuera de los moldes previamente establecidos y por lo mismo no-canónica… Forma renacentista, humanística, vino entonces a reemplazar el tratado rígido y ortodoxo, que para entonces había empezado a agotarse, a ahogarse bajo el propio peso de la pretensión inamovible.
Niveles de interpretación
De frente al ensayo como forma de expresión moderna por antonomasia, como en igualdad de circunstancias se erigió la novela desde Cervantes, se infieren y matizan otros valores más del género como forma heterodoxa de expresión, y por supuesto que también de pensamiento: “la verdad del ensayo es su verdad”, dice el mismo Walter Mignolo. Producto de un “sujeto ideológico” que se inscribe en un tiempo y un espacio concretos, estamos de todos modos frente a una propuesta personal, unívoca. Siempre cercano a otras disciplinas o materias de conocimiento, el discurso ensayístico resulta periférico, y dicha amplitud de juicio o de movilidad —carácter humanístico— es precisamente la que lo justifica y le da su razón de ser.
Todos los distintos teóricos y defensores del ensayo coinciden en destacar sus tres diferentes niveles de interpretación: el sintáctico, el semántico y el pragmático, puesto que las particularidades de un tipo discursivo no pueden analizarse en un solo nivel, es decir, dentro de la primaria e inicial estructura sintáctico-semántico, sino que resulta necesario contemplar, además, el nivel superior, es decir, el pragmático.
Mignolo va mucho más allá e infiere que en este último se tendrían que considerar, so pena de equivocarnos en su decodificación, el campo situacional o contextual, el modo de expresión o valor imperante del discurso o valor histórico y el rol o papel del ensayista dentro de su medio como autoridad intelectual. Tratándose de un texto no especializado, periférico, la inserción del ensayo en una actividad disciplinaria dependerá, en la mayoría de los casos, del rol social que asume su escritura, y esto obedecerá, a su vez, a la jerarquía social de quien lo concibe.

