Ciao, Hugo
Guillermo García Oropeza
La muerte de Hugo Gutiérrez Vega es para mí una muy dolorosa pérdida. Muchos años de amistad interrumpida por ausencias, pero siempre recuperadas. Hijos únicos ambos, al final nos tratábamos de “hermanos” y nos saludábamos a la libanesa o parisina, de beso en la mejilla y es que los hijos únicos le pedimos a la amistad que llene nuestra soledad esencial.
Pero no se alarme usted, lector, que este artículo no es personal sino que quiere ser político, cívico. Todo el gran mundo de México a partir de la Presidencia lamentó la muerte de Hugo, muchos hablan del poeta aunque me temo que poco lo hayan leído y se revisó su brillante curriculum. Yo no hablaré de la poesía, la que no es mi oficio aunque la lea como un vicio solitario. Debo señalar, sí, lo que le decía a Hugo cuya verdadera obra para mí era esa gran crónica de la cultura en México, que seguía los pasos de Carlos Monsiváis, de José Emilio Pacheco o de Salvador Novo. Lo que más le gustaba a Hugo era el teatro y muy irreverentemente le decía yo que era un excelente actor que tenía muy bien puesto a un personaje llamado Hugo Gutiérrez Vega. Y es que la irreverencia es esencial en una amistad verdadera.
Ya en serio, Hugo era un conferencista que fue mi inalcanzable modelo, no fue mi maestro de letras sino algo mejor: el perfecto compañero de conversación de libros, de películas, de anecdotarios. Para colmo de males, éramos tapatíos los dos aunque él fue hijo también de Lagos de Moreno, luego queretano, enseguida diplomático en todas partes y refugiado como yo en una amada ciudad de México.
Pero vayamos a lo político: Hugo, formado por los jesuitas, fue uno de esos jóvenes panistas cuyo modelo era Efraín González Luna y que se lanzaron por esos caminos de México a salvar a la patria, ignorando que ésta era insalvable. Luego los corrieron del PAN (y aquí tuvo un momento despreciable Fernández de Cevallos) porque pensaban que el partido blanquiazul tenía que evolucionar hacia la democracia cristiana, entonces triunfante en Italia y luego en Alemania.
Lo vemos después como joven rector en Querétaro con una gestión audaz y divertidísima que no gustó a la linda ciudad conservadora sobre todo cuando el gran amigo de Hugo, Ignacio Arriola pronunció la frase lapidaria: “cuando llegué a Querétaro pensé que estaba poblada por queretanos, ahora sé que está poblada por queretinos”.
Obvio que el joven rector tuvo que hacer maletas para Roma, Londres, Madrid, Washington, Río y finalmente a la Atenas donde había sido embajador ese gran intelectual Antonio Gómez Robledo. Luego la UNAM, la Casa del Lago, el periodismo cultural.
Cuando menciono que esos corridos del PAN entraron al sistema hay que afirmar que fueron como en el caso de Hugo responsables y eficientes servidores públicos. Su ideología, su nostalgia, era un amor perdido.
La militancia en la oposición los hizo ser siempre finos observadores políticos lo que en este país se presta a muchas alarmas y pesimismos. Quizá una consolación para ellos fue ver cómo la Democrazia Christiana en Italia también se murió de corrupción…
