Nuestro origen

Humberto Guzmán

Espanta la capacidad de autoengaño que tenemos los mexicanos, por ejemplo, en cuanto a nuestro origen. Entiendo que las naciones hacen su historia a su conveniencia, pero, ¿es la nación o un grupo que se ha apoderado de ella? Dicen que la historia la hacen los que ganan la guerra, victoria que es moldeada según los criterios de una minoría en el poder y la relata. México no es la excepción.

Nos han (hemos) adoctrinado desde el seno familiar hasta la escuela oficial, los medios, los gobernantes, los políticos y académicos, etcétera. Inconcebible, es un acuerdo nacional: Seguimos siendo aztecas, aunque yo jamás he visto uno en toda mi vida.

Entiendo también que se decrete tal mentira desde el poder, el emanado a partir de la Independencia que fue en 1821, no en 1810, firmada por Agustín de Iturbide. Pero, ¿por qué los ciudadanos lo han aceptado tan dócilmente? Es intrigante. Millones de mexicanos recitan el mismo Credo. Tal vez muchos de ellos no han tenido voz y a nadie le ha importado lo que piensen.

El decreto es que los españoles no han existido en México. Una vez llegaron para “invadir” —¿a quién?, porque el país México no existía, hasta que los españoles le dieron nombre; y no fue España, fue un grupo de españoles financiados con su propio dinero—, para “robar” y “esclavizar”. ¿A quiénes? Dicen: “nos esclavizaron”, “el dominio español”, “la Colonia”…

Pero no éramos nosotros los que habitábamos esta parte mesoamericana en 1521. Existían no uno, sino muchos pueblos indios —“indígenas”— dice la moralina oficial y la social de las clases medias “ilustradas”, así se sienten bien, que les ha dado por ser “de izquierda” y muy “moralistas”; el nombre histórico es “indio” y no fue un insulto.

La nacionalidad mexicana surge a partir del arribo de aquellos “villanos” españoles. Aquella hace cinco siglos no existía, no existía nada parecido quiero decir. Desde los primeros mestizos, y no los de Gonzalo Guerrero —que se transformó en un indio de verdad—, sino los descendientes de los “conquistadores”, de “Malinche” (Hernán Cortés) y de “la Malinche”, que debería ser considerada una heroína, no solo por las feministas, sino por las familias mexicanas: representa el nacimiento del México contemporáneo.

Pero no crean que escribo en estos términos porque niego a “los indios de México” (título de Fernando Benítez), Dios me libre. No dejan de causarme estupefacción y aun admiración. Aunque mis antepasados provienen, de varios siglos atrás, del Bajío, Salvatierra y Moroleón y Morelia (como lo cuento en mi novela La congregación de los muertos o El enigma de Emerenciano Guzmán) y en estos territorios, en 1521, como hoy, no había aztecas —habrán sido otras etnias—, si los conocían, solo los habrían odiado por la explotación, incluida la esclavitud, a las que pudieron someterlos.

De modo que me han interesado Octavio Paz, Miguel León Portilla (El reverso de la conquista), Ángel María Garibay, aunque no creo que los aztecas hayan tenido literatura ni les haya preocupado ese concepto, que es occidental, hasta Hugh Thomas (La conquista de México) y J. Lafaye (Quetzalcóatl y Guadalupe), José Luis Martínez (Hernán Cortés) o Bernal Díaz del Castillo (Historia verdadera de la conquista de Tenochtitlán, debió titularse), sin olvidar a Lucas Alamán, José Vasconcelos y otros anteriores.

En la historia patria prefabricada, la nacionalidad, nuestro génesis, nuestro rostro, es una incógnita o una máscara. ¿Cuántos aztecas habrá de verdad? Otros grupos indios tienen comunidades, pueblos. No son tan grandes ni tan influyentes, aunque recibimos herencias indias que han sobrevivido al paso del tiempo, como en la lengua.

La mayoría de los mexicanos son mestizos, como en todos los pueblos y por circunstancias similares. Nuestra cultura mestiza, de la que es parte la criolla, es una realidad, con sus manías, tradiciones e inseguridades: parece la cultura de la duda, la soledad y la fiesta. Así de contradictoria.

Creo que ha habido y hay ciertos grupos interesados, por oscuras razones, en que continuemos enmascarados de aztecas. Nacionales y extranjeros: se alían desde el siglo XIX. ¿Por qué reconocer un solo lado de nosotros y pensar y vivir de otra manera diferente?

De repente los mexicanos nos avergonzamos de lo que creemos ser, aunque alardeamos, como en las fechas septembrinas o en el futbol, de lo que no somos. La bipolaridad de los mexicanos. Paz observó, con Samuel Ramos, que los mexicanos nos sentimos únicos e insignificantes simultáneamente. La verdad es que nos vemos al espejo y no nos reconocemos, ni de un lado ni del otro.

 

Posdata: En días pasados murió Carmen Balcells, promotora del boom latinoamericano. En una carta me dijo que tenía excelentes comentarios de mi novela La caricia del mal, cuando, un año después de que la recibió, se estaba publicando en México. ¿Cuántos nos veremos cuasi difuminados por no contar con una Carmen Balcells?