Luis Mesa Delmonte*

La reciente decisión rusa de incrementar su apoyo militar al gobierno sirio, marca una nueva fase en el agudo conflicto que tiene lugar en ese país de Medio Oriente desde marzo del 2011. Moscú siempre ha brindado a Damasco un sostén político —y especialmente militar—, en su condición de principal socio estratégico en la zona, pero las actuales iniciativas podrán tener un impacto muchísimo mayor y apuntan a ser decisivas en la próxima evolución del conflicto armado.

La decisión tomada en septiembre por los rusos de fortalecer su presencia militar en la ciudad de Latakia, enviando algunos cientos de soldados, técnicos y asesores, aviones de combate, helicópteros, tanques, piezas de artillería, y procediendo a la ampliación de una pista aérea, se sumó a la previa modernización de la base naval rusa en Tartús que garantiza su acceso al Mediterráneo y a otros mares meridionales.

Pero también esta acción parecía perseguir otros  varios propósitos, entre ellos: brindar un apoyo decisivo en materia militar al gobierno de Bashar Al Asad en su enfrentamiento de la oposición armada; fortalecer la propuesta de Moscú de que se tome como prioridad al ataque y aniquilación del peligro que representa el Estado Islámico; ocupar una posición central y sólida respecto al conflicto en Siria donde ya Rusia probó que podía influir decisivamente al lograr en el 2013 un acuerdo para el desmantelamiento de los arsenales químicos sirios; y obviamente, reforzar su papel global en medio de una coyuntura internacional de reactivación de tensiones con Occidente.

La decisión estratégica rusa generó inmediatas preocupaciones en otros espacios, especialmente en los Estados Unidos e Israel. Mientras el gobierno de Obama insistió en su visión de que Bashar tiene que abandonar el poder por ser responsable principal de la crisis humanitaria siria, el primer ministro Benjamín Netanyahu decidió volar a Moscú para entrevistarse con Putin en aras de conocer un poco más sobre el alcance militar diseñado por los generales rusos, y sobre todo, establecer mecanismos de coordinación bilateral para evitar cualquier tipo de enfrentamiento accidental entre fuerzas rusas e israelíes en el espacio aéreo sirio.

Frente a esto, el presidente Putin ha insistido en que la prioridad absoluta tiene que ser la lucha colectiva contra el Estado Islámico y que Bashar tiene que permanecer en el poder. No obstante, si revisamos los cuatro años de conflicto, veremos que en determinadas ocasiones Rusia, a semejanza de Irán, han jugado con la idea de que en un proceso negociador futuro, podría prescindirse de la continuidad de Bashar, en un marco negociador que contemple garantizar intereses centrales de la comunidad alawita, de otros sectores aliados, e incluso de sectores opositores activos. En otras palabras, la actual posición rusa de defensa de Bashar no será inamovible en el futuro.

El pasado 30 de septiembre, la fuerza aérea rusa comenzó a atacar emplazamientos de la oposición cerca de la ciudad de Homs, en una acción coordinada con fuerzas sirias terrestres, y luego de haber informado previamente a Washington y a Tel Aviv. Este hecho se convierte entonces en el primero que marca una participación directa de Rusia en el conflicto, más allá del tradicional suministro de armas al gobierno sirio. También con estas acciones, Rusia homologa su papel con el de los Estados Unidos y otros actores europeos y árabes que participan en la coalición contra el Estado Islámico y que desde hace un año desarrollan ataques aéreos contra este grupo extremista tanto en territorio sirio como iraquí.

Curiosamente, el cambio en la proyección rusa hacia el conflicto en Siria, ha coincidido con una cierta reevaluación de la estrategia de los Estados Unidos. Desde hace mucho tiempo, diversos sectores del pensamiento estadounidense, han cuestionado la eficiencia de la decisión de la administración Obama de apoyar política y militarmente a sectores “moderados” de la oposición siria. La clave de la crítica radica al menos en dos factores: primero, en la dificultad de poder identificar con certeza quienes son los moderados dentro de una oposición muy dividida, divergente y cambiante; y segundo, y aún más importante, que los 500 millones de dólares dedicados a entrenar y armar a varios de estos grupos no cumplen con su objetivo, pues en muchas ocasiones tanto las armas suministradas, como los propios combatientes recién entrenados, pasan a fortalecer las capacidades combativas de grupos islamistas extremos como An Nusra, Estado Islámico y otros.

Para fines de septiembre, el Departamento de Defensa anunció que suspendería el entrenamiento de nuevos combatientes sirios en campos militares de Turquía, aunque las Fuerzas Especiales de los Estados Unidos continuarían entrenando a los que ya están participando en el programa. De hecho, el Pentágono dio a conocer que estaba solicitando 600 millones de dólares para este mismo programa, dentro del presupuesto de defensa para el año 2016.

Rusia, al igual que los Estados Unidos, no desea “empantanarse” en el conflicto militar sirio, pero parece concebir que con una estrategia militar fuerte coyuntural, puede generar un mayor nivel de presión, diálogo y coordinación con los Estados Unidos y con otros actores implicados en el conflicto. Golpear al Estado Islámico repudiado por todos, también servirá a Rusia para atacar la oposición armada siria de diversa inspiración. En este nuevo escenario podrían recuperarse algunas viejas propuestas negociadoras y generarse otras nuevas. Moscú y Washington tienen hoy una gran tarea frente a ellos.

*Catedrático del COLMEX.