Justificaciones históricas

Guillermo García Oropeza

Los mexicanos, que somos país de migrantes, que no podemos retener a nuestra población con una vida digna y suficientes trabajos, debemos tener una espontánea solidaridad con esos migrantes que hoy por hoy llegan a Europa huyendo sobre todo de los conflictos de Oriente Medio. Ese río humano que tiene que cruzar el mar y brincar de país en país para llegar a un prometido paraíso que es la rica Alemania y los otros países prósperos de una Europa muy desigual.

El espectáculo de esta pacifica invasión es indignante y deprimente y está causado por una situación muy complicada que no podemos comprender desde aquí, pero la complicación va más allá de lo que se comenta diariamente en los medios y tiene extraños matices y antiguas complejidades.

Hoy quisiera detenerme en un punto que rara vez se menciona en torno a esta pacifica invasión. Me refiero a las resistencias europeas, a los viejos temores, a las antiguas desconfianzas frente al islam. Mientras Alemania, poderosa, abre sus puertas, países como Hungría o algunos en los Balcanes se niegan a recibir a los refugiados musulmanes. Y es que, aunque esto nos parezca políticamente incorrecto, la actitud de estos países que se oponen a abrir sus puertas tiene viejas justificaciones históricas. Tanto Hungría como los Balcanes sufrieron por siglos a los turcos, esos turcos que, por cierto, despiertan en la derecha alemana un violento rechazo.

Los recuerdos del imperialismo turco están vivos en la memoria colectiva. En Hungría muchos manifestantes llevan un cartel con un claro mensaje: “No al islam”. Para bien o para mal los húngaros quieren tener un país blanco y cristiano. Es fácil criticarlos pero recordemos que el sentimiento antislámico en un mayor o menor grado se da en toda Europa y es que el cristianismo y el islam lucharon por largo tiempo una guerra sangrienta.

El otro día, llenando una de mis muchas lagunas literarias, leí por fin La Chanson de Roland, ese poema épico que inaugura la literatura francesa y que nos cuenta una batalla entre el cristiano rey Carlomagno y el gobernante musulmán de España, en donde Roland o Roldán —como queramos— muere bella y heroicamente. Y qué decir de la reconquista española de su territorio ocupado por los árabes y de los posteriores enfrentamientos entre Turquía y los cristianos, incluyendo a Lepanto, de fama cervantina.

Y luego las luchas por el control del norte de África hasta llegar a una reciente guerra de Argelia, para no meternos en los laberintos de Irak o Afganistán. Una larga historia de guerras y también de una incontenible invasión islámica de una Europa que oscila entre las aceptación y el rechazo.

Alguna vez en Berlín nuestra excursión entró en un mundo extraño, nada europeo; se trataba de un barrio turco de dimensiones colosales llamado Kreuzberg, donde había desaparecido la lengua alemana y todo, letreros, comida, transeúntes eran más de Estambul o Ankara que berlineses. Experiencias similares se podrían dar en Londres o París o en España. Algo que nos pone a pensar.