Memorizó su guion de misericordia
La visita del papa Francisco quedó atrás. Alguna gente negó la utilidad de su visita, de acuerdo con una encuesta citada en radio. Como dijeron sus adelantados, Francisco no venía a resolver los problemas del país, sino, él lo dijo, como un peregrino, como un misionero. Por eso se negó a recibir a los “padres de los 43 desaparecidos”, que se hubiera entendido que bendecía a ese grupo político. Algunos pecaron de ingenuidad —se peca de todo—, dijeron que no se lo permitió el gobierno. El dolor es universal y no es propiedad de un sector específico de la sociedad.
¿Oyeron los indios al Papa?
En este sentido me pareció un tanto extraño que Francisco pidiera perdón a los indios de México, aunque se podría interpretar que era a todos los indios de América. ¿Fue un perdón personal? ¿Para qué sirve el perdón? Los indios, ¿lo oyeron, les significó algo? En Argentina los exterminaron, dicho por Jorge Luis Borges; lo mismo que en Estados Unidos; y en México, en donde no sólo no los exterminaron, sino que prevalecieron, lanza su mensaje. Benito Juárez era indio zapoteca, verbigracia. ¿Por qué no lo hizo el Papa en Argentina o en Estados Unidos?
Recordemos que una de las tareas de la Conquista fue la evangelización para “ganar sus almas”. La Santa Inquisición no los perseguía y se redactó la Constitución de Cádiz con un aire proteccionista de los “naturales”. Éstos merecen el respeto y el apoyo del Estado mexicano, igual que cualquier otro de sus ciudadanos, con base en la misma Constitución de 1917 y los mismos derechos y obligaciones. No necesitan protección adicional ni perdón. ¿O son minusválidos o niños? ¿O no tienen “alma”? Si es que algunos permanecen fuera de la organización nacional, se requiere que sean incluidos: en programas de educación en español —como todos los mexicanos— y la creación de fuentes de trabajo. Pero si insisten en sus “usos y costumbres”, como dicen algunos, sea, México es una democracia, siempre que no choquen con nuestras leyes nacionales ni interfieran en el ordenamiento general de la enorme y diversa comunidad mexicana.
El mismo Francisco se refirió en otro momento a nuestra cultura mestiza, india y criolla, que no la hay en este grado en Suramérica, de ninguna manera en Argentina. En México, las culturas indias se han venido asimilando desde la Conquista. Por otro lado, Juan Pablo II ya les había pedido perdón, creo que en 2007. Si cada papa lo va a hacer, significa que es un acertado guiño político y mediático en México y de aquí para el mundo.
Decir no empobrece
En Chiapas, ante un público menor al de Ecatepec, Francisco habló de la “marginación, del despojo, de la humillación”, de los indios, se entendía, sin decir quién se los había infligido. Otro orador dijo que ellos “siempre dan lo mejor que pueden”. ¿Por qué tendrían que dar siempre lo mejor? No existen, como en las telenovelas, los personajes que sólo son buenos y los que sólo son malos. Aquella afirmación es falsa, demagógica. En ese contexto a Francisco se le pudo ver como un político populista. Decir no empobrece y el populista ofrece lo que cree que espera la gente: “el pueblo”. También es un lema del comercio, dar al cliente lo que pida. Eso es lo que hace la televisión y más o menos los otros medios. De ahí la empatía de las televisoras mexicanas con la neoevangelización de Juan Pablo II a Francisco. Aparte las utilidades con la captación de millones de televidentes dentro y fuera del país. En una sociedad de masas todo lo convierten en un espectáculo. El mercado, el arte popular, el futbol, las catástrofes, la política y la visita del papa.
No estoy en contra de las religiones, menos del catolicismo, que es vertebral en la idiosincrasia del mexicano; el ateísmo de cierta tradición mexicana (en contra de la católica, no la protestante) me parece una necedad.
En otro momento, en una cárcel de Ciudad Juárez, Francisco pidió que “no se encarcelaran en el pasado”, pero entonces a qué vino el pedir perdón a los indios: él y la historia de México se han encarcelado en el pasado: los indios siguen siendo la cárcel del pasado.
Pero Francisco es un político. A los presos les dijo, “¿por qué yo no y ellos sí?” Puso a rezar a todo el mundo. Citó a Octavio Paz y su Laberinto de la soledad. Cuando dejó que dos de los presos de Juárez se postraran, se hincaran ante él, asidos de sus manos, con la cabeza gacha, y él inmóvil, como la estatua de un santo, me pareció más que un acto de santidad, de condescendencia o de victoria.
Su lenguaje en México fue desde el inofensivo “échale ganas” hasta su “si tienen que pelearse, peléense; pero como los hombres”. Sin olvidar cuando uno de sus fieles le puso la mano en el hombro, dijeron que lo jaló, pero el que dio un jalón fue el Santo Padre, con un movimiento agresivo se echó a un lado y luego gritó, fuera de sí, “¡no seas egoísta!”
La fe que se pierde
Fuera de estos deslices, reconozcamos que estuvo en su papel, en el de un papa-político que memorizó su guion de misericordia y de siervo de la fe. Pero ¿para qué sirvió? Su negocio no es de este mundo, es el de la fe católica que se está perdiendo en el país, mientras aumentan los grupos seguidores del protestantismo, que son, inevitablemente, la forma de pensar y de ser de los estadounidenses sajones: la penetración más efectiva, silenciosa. Los liberales del siglo XIX alegaban que debía haber libertad de credos, eso estaba muy bien, pero, con eso, también se abrieron a la penetración espiritual, que se hunde más que los cuchillos, de Estados Unidos. Ahora somos más agringados y menos católico-hispanos y jamás seremos, ni de chiste, estadounidenses sajones.
No se firmaron tratados de comercio, pero fue una popular imagen para el gobierno actual y para el país. Quizá turismo. Quizá confianza. Francisco fue el superstar de las oraciones callejeras. Las misas multitudinarias ya las conocíamos por Juan Pablo II. Y por favor, no se olviden de rezar por mí, decía con más humor que humildad. Más atinado fue aquel: “¡México siempre fiel!