Frankestein y Drácula

 

Era verano, pero parecía el crudo invierno. El frío, con una incesante lluvia, pintaba de gris los días en la Villa Diodati. Fue esa larga noche del 16 de junio de 1816. A la orilla del lago de Ginebra, Suiza, el poeta romántico inglés, Lord Byron, había alquilado la casa para pasar una calurosa temporada. Pero la erupción de un volcán en Indonesia echó a perder los planes vacacionales… hasta cierto punto. Byron y sus invitados, Mary Shelley, Percy Shelley, su médico John W. Polidori y hasta Matthew Lewis (que había escrito El monje, extraordinaria novela de terror publicada anónimamente en 1796) transformaron el mal tiempo en la fiesta de una noche de alcances insospechados.

El aburrimiento pudo haberse adueñado del encierro involuntario, pero Byron tuvo una excelente idea. ¿Por qué no leían historias de miedo y, luego, por qué no se proponían escribir historias parecidas? La propuesta tuvo buena acogida. Mary Shelley escribiría Frankenstein o el moderno prometeo y John W. Polidori El vampiro, antecedente del vampiro moderno que, en 1897, saldría a la luz con el nombre de Drácula, novela de Bram Stoker, de gran influencia en todo el siglo XX tanto en la literatura como en el cine de vampiros —véase el filme de Tod Browning, con el inolvidable Bela Lugosi, de 1931, basada en Drácula de Stoker; sin olvidar la versión de F. W. Murnau, de 1922, Nosferatu, el vampiro.

El hombre creado de partes de cadáveres recientes por un científico “loco”, el doctor Frankenstein, fue un símil de El Golem, una historia mítica judía de mayor antigüedad y que a diferencia de Frankenstein fue creado por la magia de la cabalística, un conocimiento judío. Frankenstein fue originado por la ciencia, el hambre de conocimiento y la pasión de vencer a la muerte. De este modo se identifica más con el género de la moderna ciencia ficción que al de terror tradicional.

Si se reflexiona un poco sobre Frankenstein, de Shelley, se ve que este monstruo es digno de miedo, pero también de cierta compasión. Todo monstruo, ese ser que se excluye o lo expulsan, por alguna deformidad, fealdad o diferencia extraordinarias, de la comunidad que debería acogerlo (aunque también se defiende) como a cualquier otra de sus criaturas, al ser rechazado se le condena a la soledad, uno de los peores padecimientos del género humano. De ahí que los fantasmas, esos monstruos intangibles, etéreos, muchas veces invisibles, recluidos en la oscuridad y el silencio eternos, sufran la más terrible de las soledades: hasta el fin de los tiempos.

Por lo anterior, Frankenstein, como se le conoció al engendro del doctor del mismo nombre, es un monstruo que quiere ser aceptado por los otros, pero éstos lo rechazan, llenos de miedo por su aspecto y por lo que pudiera hacerles. En toda comunidad se excluye —y con esto se busca destruir— lo diferente.

El vampiro de Polidori no le va a la zaga al Frankenstein de Shelley. Es otro monstruo, y por lo tanto, se encuentra hundido en la soledad absoluta. Pero lucha por ejercer e imponer su libertad sobre una sociedad que quiere desaparecerlo. El individualismo es su voluntad, pero lo gótico y el romanticismo, que campea en el ambiente del principio del siglo XIX, le dan vida. Se dice que en Villa Diodati, en aquella noche de junio de 1816, se consumió opio y se leyeron textos terroríficos. Era el imperio de lo raro, lo diferente, que se identifica con lo atemorizante y esto propicia los monstruos del romanticismo.

En la primera edición de El vampiro, con fecha de 1 de abril de 1819, aparece Lord Byron como el autor. Éste era famoso y prestigiado, en cambio Polidori era poco menos que desconocido. No sé si Byron lo consintió, con lo que le causó un gran dolor a Polidori. Aunque éste tal vez se apoyó en la personalidad y hasta se dejó influir por aquél. En 1821 tomó un veneno mortal que lo llevó no a la muerte-vida sino a la muerte definitiva. En las ediciones posteriores de El vampiro se le da el crédito que le corresponde.

El vampiro es un rebelde nato, en medio de un ambiente de la Edad Media idealizada; es un tipo de antihéroe o héroe del mal que debe resultar atractivo aun en nuestros días para aquellas almas románticas, que se sientan perdidas en el engranaje de una sociedad dada, inadaptadas, pero con mucho aprecio a su individualidad y por las fuerzas de la noche. Al contrario de las que prevalecen, que son las del día y las de la sociedad humana.

En suma, los monstruos que son Frankenstein (Mary Shelley) y El Vampiro (John W. Polidori), a doscientos años de su creación, pueden causar miedo otra vez, por su rareza y rebelión, que está dirigida en contra de los que se han adueñado de la realidad.