La Iglesia católica y EU

Guillermo Ordorica R.

Por más que la Iglesia católica afirme que no hace política porque su reino no es de este mundo, la verdad sea dicha es que Roma es asertiva a la hora de buscar posicionamientos sobre temas controvertidos y cuando aspira a lograr nuevos acomodos en el cambiante escenario internacional de nuestro tiempo. Cierto, en su doble condición de jefe de Estado de la Santa Sede y de líder de millones de católicos en todo el orbe, el papa no es ingenuo y está llamado a extremar precauciones cuando hace alguna declaración, de tal suerte que no se desvirtúe la condición soberana de la primera ni se lastimen las convicciones religiosas de los fieles. Así sucedió hace unos cuantos días, cuando Francisco envió un mensaje de felicitación al 45º presidente constitucional de Estados Unidos, en ocasión de su toma de posesión de tan elevado encargo.

Acostumbrado a lidiar con asuntos espinosos, Bergoglio cuidó las formas. Al hacer referencia al legado liberal y democrático de esa poderosa nación, encomió al nuevo titular del Ejecutivo para que sus decisiones sean guiadas por la “espiritualidad rica y los valores éticos que han dado forma a la historia del pueblo estadounidense” y su compromiso con el avance de la dignidad y la libertad en todo el orbe. Consciente del alcance de sus palabras, añadió que del nuevo gobierno se espera que el tamaño —yo diría el papel— de Estados Unidos “siga siendo medido” por su preocupación por los pobres. Para un líder espiritual como Francisco, que en su encíclica Laudato Si y en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium ha dado muestras fehacientes del compromiso de su pontificado con la preservación ecológica del planeta y la consolidación del papel misionero de la Iglesia, los señalamientos formulados al nuevo inquilino de la Casa Blanca expresan la inquietud vaticana de conferir un rostro humano a la economía y la política internacionales, de tal manera que, por encima de cualquier interés, se coloque en el centro de las preocupaciones a la persona y sus derechos.

El reinado del papa argentino está sacudiendo la Iglesia y envía un poderoso mensaje al mundo acerca de la necesidad de caminar por nuevas vías, que garanticen paz, cooperación y prosperidad para todos. Su distanciamiento del conservadurismo de Juan Pablo II y de Benedicto XVI en diversos temas es notable y le permite desenvolverse, sin ataduras, en un mundo en el que hay una notable descomposición del tejido social, así como descreimiento en la capacidad de los gobiernos y sus líderes para resolver las causas estructurales de la pobreza, la violencia, la migración, la delincuencia organizada, los conflictos militares y el deterioro del medio ambiente, entre otros asuntos.

En ese sentido, el mensaje del sumo pontífice al presidente de Estados Unidos pone sobre el escritorio de la Oficina Oval el tema de la globalización, lo mismo de sus aspectos virtuosos que de aquellos que deben ser revisados para que dicho fenómeno sea capaz de derramar sus beneficios en las cuatro latitudes de la esfera y no, como ahora sucede, para concentrar la riqueza en manos de unos cuantos y ahondar las carencias de millones de desposeídos. Visto desde esta perspectiva, una vez más Jorge Mario Bergoglio ha formulado, ahora a la Casa Blanca, un llamado a acabar con la que él ha denominado “la globalización de la indiferencia”.

No obstante, el tono diplomático del mensaje papal al nuevo inquilino de la casona de Washington no borra de la memoria el desencuentro que ambos tuvieron en febrero del año pasado, cuando Francisco, en alusión a palabras del entonces aspirante presidencial, aseveró que es mejor hacer puentes ya que construir muros no es cristiano. En esta inédita realidad, la Iglesia se posiciona rápidamente como vanguardia del espacio liberal.

Por su parte, siguiendo el tono del sucesor de Pedro, la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, en voz de su presidente, monseñor Joseph Kurtz, felicitó al mandatario estadounidense y, en términos tomistas, recordó que ha llegado el tiempo “de gobernar para el bien común de todos los ciudadanos”.

En su misiva, Kurtz solicitó al nuevo gobierno escuchar al pueblo estadounidense; proteger la vida humana, desde la concepción hasta su fin natural; brindar una acogida humanitaria a migrantes y refugiados; proteger a los cristianos perseguidos en Oriente Medio, y defender la libertad religiosa en ese poderoso país de América del Norte.

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Esta variada canasta de peticiones, que incluye aspectos dogmáticos y doctrinarios, es particularmente relevante en dos apartados. Por un lado, constituye un llamado al diálogo nacional, para restañar las divisiones que generó el proceso electoral y construir un gobierno para todos. Por el otro, en materia migratoria, los obispos consideran que los migrantes y refugiados pueden ser “humanamente bienvenidos sin sacrificar nuestra seguridad”, en clara alusión a que Washington no haga oídos sordos a un fenómeno del que todas las naciones son corresponsables y cuyo tratamiento exige respeto a los derechos humanos y un enfoque integral, objetivo y de largo plazo, que no criminalice la migración.

Así las cosas, la Iglesia católica hace política internacional y busca un modus vivendi con la nueva administración del país más poderoso del orbe, que le permita tener un diálogo bilateral constructivo, administrar coincidencias y canalizar de manera positiva y con base en el respeto mutuo las diferencias que pudieran tener en la agenda de un mundo que no deja de transformarse.

Internacionalista

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