A los diecinueve años de edad, con un futuro incierto en un mediocre empleo bancario, Herman Melville se embarcó por primera vez en Nueva York rumbo a Londres, viaje al que siguió una serie de aventuras marinas por varios años, que serían la materia prima de gran parte de su obra. Nacido hace casi doscientos años (1 de agosto de 1819), Melville murió en la miseria, a los 72 años (28 de septiembre de 1891). Aquí las primeras líneas de Moby Dick o La Ballena Blanca, su novela más leída, en traducción de Enrique Pezzoni, para la Editorial Sudamericana:

Pueden ustedes llamarme Ismael. Hace unos años, no importa cuántos exactamente, con poco o ningún dinero en mi billetera y nada de particular que me interesara en tierra, pensé darme al mar y ver la parte líquida del mundo. Es mi manera de disipar la melancolía y regular la circulación. Cada vez que la boca se me tuerce en una mueca amarga, cada vez que en mi alma se posa un noviembre húmedo y lluvioso; cada vez que me sorprendo deteniéndome, a pesar de mí mismo, frente a las empresas de pompas fúnebres o sumándome al cortejo de un entierro cualquiera y, sobre todo, cada vez que me siento a tal punto dominado por la hipocondría que debo acudir a un robusto principio moral para no salir deliberadamente a la calle y derribar metódicamente los sombreros de la gente, entonces comprendo que ha llegado la hora de darme al mar lo antes posible. Esos viajes son, para mí, el sucedáneo de la pistola y la bala. En un arrogante gesto filosófico, Catón se arroja sobre su espada; yo, tranquilamente, tomo un barco. No hay nada de asombroso en esto. Pocos lo saben, pero casi todos los hombres, sea cual fuere su condición, alimentan en un momento dado esos sentimientos que me inspira el océano.

Aquí está pues, la ciudad insular de los manhattoes, rodeada de muelles como las islas indígenas por los arrecifes de coral. El comercio la ciñe con su oleaje, a derecha e izquierda, las calles llevan hacia el mar. En la puerta extrema de la ciudad está el fuerte, augusta mole refrescada por brisas y bañada por aguas que, pocas horas antes, eran invisibles desde tierra. Miren ustedes la multitud que contempla las olas.

Recorran ustedes la ciudad en la tarde soñolienta de un sábado. Vayan desde Corlears Jock hasta Coenties Slip y desde allí, pasando por Whitehall, hacia el norte, ¿qué ven ustedes?

Apostados como centinelas silenciosos en torno a la ciudad toda, hay millares y millares de mortales perdidos en divagaciones oceánicas. Algunos apoyados contra los pilotes; otros sentados en las escolleras; otros mirando más allá de las amuradas de naves llegadas desde China; otros en lo alto de los aparejos, como empeñados en obtener una vista aún más amplia del mar. Pero todos son hombres de tierra firme…

Novedades en la mesa

A dónde vamos y de dónde venimos, esa es la búsqueda desaforada de los protagonistas de la nueva novela de Dan Brown, Origen (Planeta), el escenario es el Museo Guggenheim de Bilbao.