La obra de arte encarna un drama de la inteligencia

frente al absurdo del mundo tal y como funciona.

A.C.

Uno de los pensadores y escritores más personales y congruentes del siglo XX, Albert Camus (Argelia, 1913-Francia 1960), concebía el arte como el único medio expedito para incidir en el mundo y la realidad exteriores al sujeto, conforme entendía la creación como una forma genuina —en cuanto viva y palpitante— de pensamiento. Lejos de percibir el arte como una mera representación del mundo en sí, es decir, realista, siempre vio la creación más bien como una forma de rebeldía, en la medida en que altera, trastoca, inquieta, sacude, al plantearse la búsqueda de lo inalcanzable como antítesis del absurdo. Como ya lo habían esbozado los románticos, quienes pretendían volver al orden lo que antes era caos, la estética camusiana aboga por la reformulación del mundo, proveyéndole así de la coherencia y la unidad de las que en principio carece.

Aunque estrenada hasta 1945, Camus empezó la escritura de su neurálgico drama Calígula en 1937, cuando los preámbulos de la segunda gran contienda recrudecían sin amparo el estado anímico tras la corriente existencialista de entreguerras. Siguiendo los cánones del teatro clásico grecolatino, en la figura del despótico y conflictuado emperador romano que tras el asesinato de su hermana y amante Drusila se obsesiona con la búsqueda de lo absoluto, Camus nos revela la crisis de quien en el crimen consuetudinario y la perversión sistemática de todos los valores cree no menos absurdamente haber consumado un impulso de libertad tan relativa como ilusoria. Quien rechaza toda forma posible de amistad y de amor, de solidaridad humana, sin distingo alguno entre el bien y el mal, después de sus atrabiliarios actos comprueba que sus crisis existenciales y su sentimiento de soledad solo se han acrecentado, frente al repudio de quienes se han visto sometidos bajo el yugo de sus arbitrariedades.

“Historia de un suicidio superior”

Más allá de conseguir rebelarse contra el destino, el yerro mayor de este sátrapa con poder consiste en la negación de los otros hombres, de la libertad de los demás porque, como bien afirma Camus, “no se puede destruir todo sin destruirse a sí mismo”. Quien con la negación del otro solo está cavando su propia tumba, con Calígula concibió Camus el drama donde mejor se condensa su tesis de lo que él mismo denominó “historia de un suicidio superior”; crónica del más humano y trágico de los errores, que es la anulación de la libertad del otro tras la búsqueda de la consumación de la propia, Calígula cree haber alcanzado una supuesta lealtad a sí mismo, para caer en cuenta que solo se trató de un espejismo y nadie puede salvarse solo. Lector asiduo de Nietzsche, el polígrafo acentuaría sus juicios y filosofía en la versión definitiva que afinó terminada la Segunda Guerra Mundial, con la desesperanza y el desencanto recrudecidos tras la profunda crisis provocada por una dura experiencia frente a un conflicto de tan severas repercusiones anímicas e intelectuales.

Con su Calígula definitivo también definió Camus su propia poética teatral, al concebir la escena como un arte de carne y hueso que otorga a seres vivos la invaluable oportunidad de expresar sus pensamientos y emociones, un arte al mismo tiempo grosero y sutil, con el potencial adiestramiento excepcional de los movimientos y la voz, de todas las variables y especialidades teatrales. Pero de igual modo lo entendía como la más convencional de las manifestaciones, al plantear una complicidad entre el dramaturgo, el actor, los demás oficiantes del teatro y el espectador, que le dan un consentimiento mutuo y tácito a la misma ilusión, eso sí, siempre tras la búsqueda de cambios sustantivos y sustanciales en el individuo y en el propio contexto que le rodea. Todas estos juicios e ideas se confirmarían y verían recrudecidos en sus ulteriores dramas El malentendido, El estado de sitio y Los justos.

El ciclo del absurdo

Después de un primer periodo donde predomina el talante crítico del pensador, como bien se deja ver en su ensayo de formación y despegue El revés y el derecho de 1936, se podría decir que Calígula inaugura su llamado “ciclo del absurdo” en el que también caben su primera gran novela de revelación El extranjero de 1942, su vital ensayo El mito de Sísifo de 1942 y su segundo texto de confirmación dramática El malentendido de 1944. Esta vital etapa intermedia lo vincula a otros grandes autores del absurdo como el rumano Eugène Ionesco y el irlandés —también formidable novelista— Samuel Beckett, quienes de igual modo terminarían escribiendo y publicando en francés, porque aun en el caos bélico París seguía siendo un centro de vital efervescencia cultural.

Lo cierto es que este intermedio ciclo de la negación o del absurdo, tanto de madurez como de confirmación, ya anuncia el siguiente llamado “de la rebeldía”, que con su otra medular novela La peste de 1947, sus adicionales y ya mencionados dramas El estado de sitio de 1948 (especie de homenaje a sus muy reverenciados autores españoles Calderón de la Barca y Lope de Vega, a partir de sus traducciones de Devoción de la cruz y El caballero de Olmedo) y Los justos de 1949, y su central gran ensayo El hombre rebelde de 1951, acaba de delinear la enorme figura de este notable pensador y polígrafo argelino-francés, Premio Nobel de Literatura en 1957. En la cuarta y última etapa, a la que suele denominársele de “la soledad y las dudas”, se acrecentaría la exploración que a todo importante pensador lleva a más hondas e insondables interrogantes, como se prueba en la novela La caída de 1956, el libro de cuentos El exilio y el reino de 1957 y la testamentaria e inacabada narración autobiográfica El primer Hombre.

Uno de los filósofos y escritores más influyentes del siglo XX, puntal del existencialismo francés con su primero muy cercano amigo y más tarde antagonista Jean-Paul Sartre, Albert Camus nos ha legado una obra tan sólida como indispensable en los más diversos géneros, y su lastimosa muerte prematura, en un trágico accidente automovilístico apenas iniciado 1960, truncó la carrera y la producción polifacética de un personaje indispensable en la conformación del pensamiento contemporáneo.