Viajero consumado, siempre bajo la sospecha de ser espía, el inglés D. H. Lawrence (septiembre de 1885-marzo de 1930) ganó su lugar en la literatura universal con la novela que inició la corriente erótico literaria del siglo XX, El amante de Lady Chatterley (1920). Aquí las primeras líneas:

…[a Constance] La guerra le había derrumbado el techo sobre la cabeza. Y ella se había dado cuenta de que hay que vivir y aprender. Se había casado con Clifford Chatterley en 1917, durante una vuelta a casa con un mes de permiso. Un mes duró la luna de miel. Luego él volvió a Flandes, para ser reexpedido a Inglaterra seis meses más tarde, más o menos en pedacitos.

Constance, su mujer, tenía entonces veintitrés años, y él veintinueve. Su apego a la vida era maravilloso. No murió, y los pedazos parecían irse soldando de nuevo. Durante dos años estuvo en manos del médico. Luego le dieron de alta y pudo volver a la vida, con la mitad inferior de su cuerpo, de las caderas abajo, paralizada para siempre. Esto fue en 1920. Clifford y Constance volvieron a su hogar, Wragby Hall, “sede” de la familia… Clifford era ahora un baronet, Sir Clifford, y Constance era Lady Chatterley. Fueron a comenzar su vida de hogar y matrimonio en la descuidada mansión de los Chatterley, sobre la base de una renta más bien insuficiente…

Paralizado sin remedio, sabiendo que nunca podría tener hijos, Clifford había vuelto a su hogar en los sombríos Midlands para mantener vivo mientras pudiera el nombre de los Chatterley. Realmente no estaba acabado. Podía moverse por sus propios medios en una silla de ruedas, y tenía otra con un pequeño motor incorporado con la que podía deambular lentamente por el jardín… Sus hombros eran anchos y fuertes, sus manos potentes. Vestía ropa cara y llevaba corbatas elegantes de Bond Street. Y, sin embargo, en su cara podía verse la mirada vigilante, la ligera ausencia de un paralítico…

Constance, su mujer, rubicunda, de aspecto campesino, tenía el pelo castaño, un cuerpo fuerte y movimientos pausados, llenos de una energía poco frecuente. Era de ojos grandes y admirativos, con una voz dulce y suave; parecía recién salida de su pueblo natal. Nada de esto era cierto. Su padre era el anciano Sir Malcolm Reid, en tiempos muy conocido como miembro de la Real Academia de Pintura. Su madre había sido una de las cultas Fabianas de la floreciente época pre-Rafaelita.

Entre artistas y socialistas cultos, Constance y su hermana Hilda habían tenido lo que podría llamarse una educación estéticamente poco convencional. Las habían enviado a París, Florencia y Roma para respirar arte, y habían ido en la otra dirección, hacia La Haya y Berlín, a los grandes congresos socialistas, donde los oradores hablaban en todas las lenguas civilizadas sin que nadie se asombrara. Las dos chicas, por tanto, y desde edad muy temprana, no se sentían intimidadas ni por el arte ni por la política teórica. Era su ambiente natural. Eran al mismo tiempo cosmopolitas y provincianas, con el provincialismo cosmopolita del arte…

Novedades en la mesa

En las mesas de novedades mexicanas, hay al menos dos novelas del Premio Nobel de Literatura 2017, Kazhuo Ishiguro, editadas por Anagrama: Pálida luz en las colinas y El gigante enterrado.