En recuerdo de Daniel Sada, originario de Mexicali, fallecido el 18 de noviembre de 2011, amante de la métrica en la prosa y del humor sutil, transcribo un fragmento de su relato “Cualquier altibajo” (Registro de causantes, Joaquín Mortiz, 1992).
Antes que nada debería estar prohibido hacer juegos de ocho, diez, o más horas en época de verano, pues son demasiado largos para los espectadores y los mismos peloteros se fastidian a causa del calorón. El besibol divierte o cansa, según sea el punto de vista. Sin embargo, esta vez no fue como otras, ¡ni Dios mande! Empezaron a jugar luego de la madrugada aprovechando el relente para sí terminar pronto, digamos, antes del anochecer. Se enfrentaban los acérrimos rivales: Cachorros de Sacramento contra Forajidos de Boquillas: los segundos: visitantes. El juego se llevó a cabo en el llano que está hacia la orilla sur, por el rumbo del panteón. Siempre se utilizaba una bola porque era la costumbre, o más bien, para evitar despilfarros. Poca gente se dio cita: unos ocho sombrerudos que llevaban lonche y soda. Éstos sentáronse en unas piedras. Ni siquiera vendedores ambulantes por ahí.
Los Forajidos traían un total de doce hombres, con dos píchers abridores en la banca y listos para el relevo, también un jugador de refresco por si acaso se ofrecía; en tanto que los Cachorros justo eran los nueve batos. De fallarles el picheo alguno de los del cuadro tenía que cubrir la ruta. ¡Claro!, podía presentarse el caso de que uno se lesionara, pues ni modo, a ver cómo se arreglaban para remover gorrudos a distintas posiciones encontrando las ideales de acuerdo al bateo enemigo. Para colmo, ninguno de los conjuntos traía a su manejador.
Fue por ello que desde antes que empezaran los del cuadro visitante se sintieran ya ganados burlándose con descaro de los pobres contrincantes que ni siquiera contaban con una mínima porra que los pudiera animar. Después del calentamiento los capitanes de equipo y el ampáyer se llevaron más de una hora discutiendo varias reglas de terreno. Los Cachorros, por su parte, comentaban entre ellos que ojalá viniera el resto de sus demás compañeros, pero que el inconveniente es que en la noche de ayer hubo fiesta en Sacramento: mucha bala y borrachera, además del consabido desvelo. Acá en las averiguatas lo que les llevó más tiempo fue discutir quién recogería la bola, ya que era una impertinencia nombrar en forma oficial a uno de los asistentes para labor tan molesta. Se acordó que los propios peloteros fueran los recogedores tanto en terreno de ful como si la bola se iba hasta el mismito panteón, el cual estaba bien lejos, aunque pudiera ocurrir.
Esto era precisamente lo que retardaba el juego. El cácher, el responsable, si el batazo iba hacia atrás. Lo mismo el primera base o el jardinero derecho —depende— calculando la distancia donde muriera la línea, o quien quedara más cerca…
Novedades en la mesa
La nueva novela de Mónica Lavín, Cuando te hablen de amor, editada por Planeta; y la novela biográfica de Silvia Cherem, Esperanza Iris. La última reina de la opereta en México (Planeta, 2017).