En 1976 Saúl Bellow (Canadá, 1915-Estados Unidos, 2005) obtuvo el Premio Pulitzer por El legado de Humboldt (1975), y tres meses después le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura. Aquí las primeras líneas de esa, su novela más famosa, entre su vasta narrativa de viajero y observador de la naturaleza humana.

El libro de baladas que Von Humboldt Fleiser publicó en la década de los treinta alcanzó un éxito inmediato. Era lo que todo el mundo había estado esperando. Yo, en verdad, había estado esperando con ansiedad allí en el Medio Oeste, pueden estar seguros de ello. Humboldt era un escritor de vanguardia, el primero de una generación, de aspecto atractivo, rubio, fuerte, juicioso, instruido. El hombre lo poseía todo. Todos los periódicos se ocuparon de su libro. Su fotografía apareció en Time sin ninguna crítica acerba, y en Newsweek, con un elogio. Leí con entusiasmo Las baladas de Arlequín. Por aquel entones yo estudiaba en la Universidad de Wisconsin, y la literatura ocupaba mi mente día y noche. Humboldt me descubrió nuevos modos de hacer las cosas. Estaba embelesado. Envidiaba su suerte, su talento y su fama, por lo que en mayo me dirigí al este para poder verlo, quizá para acercarme a él. El autobús Greyhound, que seguía la carretera de Scranton, hacía el viaje en unas cincuenta horas. Pero esto no me importaba. Las ventanas del autobús iban abiertas, y yo nunca había visto verdaderas montañas hasta aquel momento. Los árboles estaban cubiertos de flores y hojas; aquello me recordaba la Pastoral de Beethoven. Me sentía refrescado interiormente por el verdor. Manhattan también me gustó. Alquilé una habitación por tres dólares semanales, y pronto encontré trabajo como vendedor a domicilio de cepillos Fuller. Todo me entusiasmaba. Escribí a Humboldt una larga carta en la cual le expresaba mi admiración y fui invitado a Greenwich Village para discutir sobre literatura e intercambiar ideas. Humboldt vivía en la calle Bedford, cerca de Chumley. Primero me ofreció un café y después vertió un poco de ginebra en la misma taza… El éxito de Humboldt duró unos diez años y empezó a decaer al final de la década de los cuarenta. Al principio de los cincuenta conseguí hacerme famoso y llegué a ganar mucho dinero. ¡Ah, dinero, dinero, dinero! Humboldt esgrimía el argumento del dinero contra mí. En los últimos años de su vida, cuando no se sentía demasiado deprimido para hablar —en cuyo caso se encerraba en un silencio lunático— iba por Nueva York hablando amargamente de mí y de mi “millón de dólares”… Cuando su mente estaba suficientemente lúcida, utilizaba su ingenio para criticarme. Realizaba un gran trabajo.

Novedades en la mesa

Ediciones Antílope publica la multipremiada novela Opisanie swaiata de la brasileña Veronica Stigger, en traducción de Paula Abramo. Se trata del periplo de un hombre para encontrarse con su hijo…  También en Ediciones Antílope, el poemario Los que regresan de Javier Peñalosa M., galardonado con el Premio de Poesía Joaquín Xirau Icaza 2017.