Con cuatro nominaciones en la pasada entrega de los Oscar, incluida la de Mejor Película, Llámame por tu nombre (Call me by your name, EU, Italia, Francia, Brasil, 2017) es uno de esos proyectos cinematográficos de larga cocción que en un principio iba a ser dirigido por el célebre realizador estadounidense ya nonagenario James Ivory (con una amplia y reconocida filmografía que incluye el aquí indiscutible referente Maurice, a partir de la novela homónima del polígrafo británico E. M. Forster), por cierto ganador de su único premio a Mejor Guión Adaptado, a partir de una no menos impecable lectura del best seller del mismo nombre del escritor egipcio-norteamericano André Aciman.

Por exceso de trabajo y la propia edad avanzada de la citada leyenda viviente californiana, la responsabilidad del filme recayó finalmente en el cineasta italiano Luca Guadagnino, autor de muy celebrados documentales y cortos (entre otros, Bertolucci por Bertolucci, sobre el célebre creador de Novecento y El último tango en París, auténticos hitos del cine italiano), pero también de largometrajes exitosos como Los protagonistas, Melissa P., El amante y Cegados por el sol.

Atmósfera bucólica

Con una más bien reducida pero sustancial filmografía en su haber, el cine de Guadagnino se caracteriza precisamente por su lenta y elaborada confección, por un oficio que suele detenerse siempre en el detalle y en darle un peso específico a las fuentes —incluido el propio libro cinematográfico que es razón primaria de ser— de las cuales se nutre y le dan sentido a sus proyectos más o menos personales.

Llámame por tu nombre responde claramente a esta naturaleza de ejecución, pues en principio nunca se pierden aquí de vista tanto la novela original de Aciman como el consecuente guion de un sabio, sensible y dotado cineasta como Ivory a quien el propio Guadagnino ha confesado tener entre sus maestros de cabecera. Como la mencionada Maurice de Ivory, destinada a convertirse en otro clásico del llamado cine queer, se centra en la relación que se establece en una villa italiana de Liguria, durante un caluroso verano, entre un adolescente y un becario diez años mayor que se instala por varias semanas en el caserón familiar para trabajar en un elaborado proyecto sobre la cultura greco-latina con el padre del más joven.

Imbuida de esa característica atmósfera bucólica que baña la poesía lírica clásica, todavía al margen de una condenatoria moral judeo-cristiana, Llámame por tu nombre cuenta además con una no menos cuidada fotografía del muy talentoso Sayombhu Mukdeeprom, quien por otra parte ha sido vital en la filmografía del joven realizador tailandés ya de culto Apichatpong Weerasethakul.

Con un ritmo lánguido que bien subraya esta naturaleza idílica implícita en el propio original literario que inspiró al mismo James Ivory y la emparienta con su precedente Maurice, va de la mano con la hondura de un discurso que profundiza sobre el sentido de la vida y el amor, del arte como fuente de conocimiento y apreciación de la naturaleza y la propia condición humana con sus rasgos tanto sublimes como grotescos. Mucho contribuye aquí también el hermoso registro sonoro de Sufjan Stevens, que por su contexto aprovecha éxitos de la década de los ochenta en la cual se ubica la historia y fragmentos de obras clásicas que refieren el ambiente intelectual de sus protagonistas.

En los papeles estelares, Armie Hammer y Timothée Chalamet.

Cinéfilo inteligente y sensible

Otro tanto habría que decir del atinado casting, pues Guadagnino contó con el joven actor francés-estadounidense de moda Timothée Chalamet (también destacado en su participación secundaria en la de igual modo este año nominada Lady Bird, de Greta Gerwig), cuyas frescura y espontaneidad alimentan una aquí ascendente actuación protagónica que por su intensidad dramática —sobre todo conmovedora en su paroxística escena del desgarrador discurso final de su padre— mereció la nominación como Primer Actor tanto en los premios de la Academia como en los BATFA. Con solvencia encarna aquí al adolescente que despierta al amor, cuyos miedos, dudas, zozobras y pasiones distienden la crisis de la historia, pero que aquí tuvo la difícil tarea de competir en esta categoría con dos viejos lobos de mar como Gary Oldman —con quien ya tenía la Academia una vieja deuda por saldar— y Daniel Day-Lewis, y el hecho de haber sido considerado a su edad representó ya para él todo un triunfo.

Las otras partes resultan aquí más que complementarias, como la de Armie Hammer, joven actor también muy activo que en de igual reciente El último retrato, en torno a la vida del pintor suizo Alberto Giacometti, de Stanley Tucci, ha logrado su actuación más destacada. Más habría que decir de Michael Stuhlbarg (con una pequeña pero sobresaliente parte en la galardonada La forma del agua, de Guillermo del Toro) que tiene el privilegio de pronunciar el discurso nodal de la historia, que expresa con categoría y plena convicción: “¿Es mejor hablar o morir?”, frase del Hectamerón, de Margarita de Angumela, que tiene que ver con la indisoluble conexión en el ser humano entre los sentimientos y el lenguaje, entre el ser y el decir. También en papel está Amira Casar, como la madre, de igual modo culta y comprensible, incapaz de juzgar y mucho menos de condenar.

Llámame por tu nombre no es ni mucho menos un proyecto comercial, sobre todo si consideramos a un espectador medio plagado de toda clase de prejuicios y de fobias. Apuesta, en cambio, por un cinéfilo inteligente y sensible, enterado y de amplio criterio, capaz de acceder a un luminoso discurso por la libertad, sin reivindicar nada en absoluto, salvo esa sensible intimidad entre dos seres que se quieren y se aceptan hasta el punto de llamarse el uno al otro por su propio nombre. Sin estridencias ni escándalos, es en cambio un filme sobre el deseo, conmovedor en su proyección y en su hechura, admirable tanto por su honestidad como por su impecable manufactura, que descubre en el amor un estadio emocional asequible en la atracción, la curiosidad, el recelo, el enfado, la chispa, la confianza y la total entrega, como en La ley del deseo de Pedro Almodóvar, o La ley del más fuerte de Rainer Werner Fassbinder, o la citada Maurice de James Ivory. Ampliamente recomendable.