Biografía Kafka. Los años de las decisiones/II y última parte

Reiner Stach nos recuerda en Kafka. Los años de las decisiones que éste “no quería demostrar nada, sino representar en una forma pura lo que le inquietaba”. Tampoco le interesaba participar en la polémica política —rechazar a la política es una forma de hacer política—, tenía disgustos por eso en la oficina y en casa. Lo trascendente lo encontraba en la escritura, o en cosas como el escenario de los actores judíos orientales (despreciados por los judíos “burgueses” de Praga) que valoró, más allá de su miseria y falta de higiene, por su autenticidad. Por lo demás, no ignoraba que muchas veces algo que parece falso puede ser verdadero y viceversa. La ficción literaria de Kafka nos logra desgarrar por la veracidad que posee: es una alegoría contemporánea imprescindible.

Raro y diferente

No ambicionaba el reconocimiento per se (al contrario de su amigo Max Brod), y lo pensaba antes de ofrecer sus textos para ser publicados. Lo acosaban las dudas sobre sus relatos, los “nocturnos”, porque los “diurnos”, los que escribía en la oficina, los consideraba desechables. En algunas de sus cartas a Felice Bauer manifestó su odio por su trabajo de oficina y no era un mal empleo. La vida era la ficción literaria.

Perfeccionista del texto, no descuidaba el menor detalle tanto de la historia, como de los protagonistas y las diversas situaciones, como de novedosas técnicas narrativas —fue pionero de algunas de ellas—. Se refirió a El desaparecido: “la novela soy yo, mis historias soy yo”, en una carta a Felice. Ese texto quedó inconcluso, tal vez por eso, era el mejor autorretrato. Admiraba a Dostoievski, a Gustave Flaubert, a quien leía en francés —éste coincidía con Kafka, había dicho de su personaje Madame Bovary: “Yo soy Madame Bovary”.

Se sabía raro, diferente. Debido a este sentimiento de marginalidad interior, más que de facto, muchas veces le asaltó el temor de volverse loco y alguna otra pensó en saltar por la ventana de su habitación al vacío. Escribió en su diario: “es improbable que sepa vivir con alguien, pero soy incapaz de soportar solo la tempestad de mi propia vida… el insomnio, la proximidad de la locura…”. Harto de la vida familiar y laboral que lo alejaban de la literatura, se imaginaba encerrado en un silencioso sótano, dedicado a escribir. Stach dice que Kafka padecía una tormenta de miedos, pero no intenta psicoanalizarlo, lo cual sería una tontería. Cierto: Kafka es importante con sus miedos. No puede ser él sin sus miedos —de origen filosófico, sociológico, existencial, metafísico…

Quería escapar, pero nunca encontró la manera de hacerlo por completo. Cuando estuvo a punto de emigrar a Berlín, asesinaron a Francisco José en Sarajevo y poco después estalló la Primera Guerra Mundial. Se acabó el orden, se cerraron las fronteras, los hombres jóvenes se alistaron en los ejércitos, pronto, escasearon el dinero, los alimentos, los servicios, medicinas, muchas empresas cerraron, todo se fue al diablo. Al final se contarían alrededor de 8 millones de muertos. ¿A favor de quiénes?

El articulista, en la tumba de Kafka.

Literatura o muerte

Por eso, Kafka era un asceta. Le daba la espalda al mundo. En una carta escribió sobre sus “grandiosas capacidades ascéticas innatas”. Adoptar el ascetismo requiere de gran fuerza de voluntad, él la tenía, en contradicción con su aparente debilidad física y de carácter. Dice Stach que Kafka: “renuncia al calor, a la carne, a las drogas, a los medicamentos” (se adelantó 80 años). “Reducción de la ingestión alimentaria” (fue vegetariano), “endurecimiento del cuerpo” (hacía gimnasia), “sencillez de vida” (desaprobó algunos gustos de Felice). Su padre despreciaba estas prácticas, sus amigos y hermanas se reían de ellas. Pero era “sobre todo una práctica de autocontrol y autoformación… sobre el cuerpo, el yo y la vida”. Comía fruta y frutos secos, masticaba largamente, caminatas… Pero su mayor autocontrol era interior. Rechazaba a los médicos por su gana de recetar medicamentos de “efectos impredecibles”. Buscaba la limpieza como prevención de enfermedades —no había antibióticos—. Debemos pensar en una enérgica autodisciplina. Stach habla de ascetismo, pero pudo ser cierto misticismo.

Kafka fue declarado inútil para la guerra. Muchos de sus amigos se fueron al frente. Los correos andaban mal y él escribía muchas cartas. Muerte y racionamiento. Rechazaba la guerra. Al contrario de los cientos de miles que la ponderaban en el mundo. Por eso se hizo la Primera Guerra Mundial (como todas), porque la deseaban.

La política folclórica que se está dando en México no es muy diferente, en su lucha por el poder, a la búsqueda de poderes entre naciones que se dio en 1914 en Europa. “Los años de las decisiones” (1910-1915) de Franz Kafka, destrozados por ambiciones de poder de grandes caudillos. Como un destino impuesto. Símbolo de la tragedia griega. Stach alude a la “mala suerte” de Kafka. Las fuerzas colectivas destruían a los individuos por más inteligencia y talento que tuvieran.

Si nos acercamos, veríamos a Kafka aplastado por la mediocridad de los políticos y sus agresivas multitudes que destruían el mundo.

Kafka pensaba en “literatura o muerte”, al contrario de la frase política “patria o muerte”. Por lo menos no arrastraría con sus decisiones a muchedumbres esclavas. Pero sufrió de tuberculosis, aislamiento y aun olvido. Aunque muchos años después de su fallecimiento (1924), resucitó con la publicación de su “trabajo nocturno”. Gracias a Max Brod (escribió una biografía sobre Kafka), que publicó los escritos que debía destruir; a Felice y Grette, que vendieron sus cartas. (Todavía no aparecía Milena Jerenská.) De ahí la importancia de una biografía como ésta, Kafka. Los años de las decisiones, de Reiner Stach, para acercarnos a un personaje fundamental de la tragedia del siglo XX.

 

Personaje central del siglo XX.

Pensó que era un monstruo

La biografía y la literatura de Franz Kafka son opuestas a la política de los caudillos nacionales y del extranjero. Habría que leerlo y meditar sobre su vida y obra: ahora. Conocer su mundo interior. Él, al revés de los caudillos, no se sentía infalible e insustituible, sino que representaba el papel de un condenado a muerte, como en “La condena” o en El proceso. Llegó a pensar incluso que era un monstruo, por no seguir las corrientes superficiales de los demás, pero no uno que amenazaba, sino al contrario, uno pequeño, inofensivo, un insecto, como Gregorio Samsa, de La metamorfosis, al que cualquiera, como su padre, podía encajarle una manzana en la espalda para matarlo o barrer su cadáver, como lo hizo su querida hermana, una triste e indiferente mañana. Leo a Kafka y luego pienso en las quimeras del insomnio.

Fotografías: Cortesía Humberto Guzmán y Siglo Veintiuno Editores-España