Ahora que vamos a elegir, en el orden federal, a un presidente de la república, 64 senadores de mayoría relativa, 32 senadores de primera minoría, 32 senadores de representación popular, 300 diputados de mayoría relativa y 200 diputados de representación proporcional, con sus respectivos suplentes, excepto del primer mandatario de la república, además de 8 gobernadores y un jefe de Gobierno; diputados de mayoría relativa y de representación proporcional en 27 entidades federativas e integrantes de ayuntamientos en 24 estados y de juntas municipales en Campeche; 16 alcaldes en la Ciudad de México, más 160 concejales; todos los ciudadanos, mujeres y hombres, jóvenes y adultos, tenemos el deber de meditar, con toda prudencia, a favor de qué candidato(s) vamos a votar; por cuál partido político o coalición votaremos.

En un sistema democrático pluripartidista, como el que rige en México, con libertad plena de asociación partidista para constituir coaliciones, presentar candidaturas comunes o celebrar convenios de participación con las agrupaciones políticas, además del derecho de los ciudadanos de postular candidatos independientes para todos los cargos de representación popular, el universo de posibilidades de votar se expande con generosidad, pareciera que verdaderamente el ciudadano tiene de dónde escoger.

Ante este gran número de posibilidades debería existir un auténtico abanico de propuestas factibles; verdaderas plataformas electorales realizables, además de diferentes; un gran cúmulo de medios posibles para resolver los problemas nacionales; para que el pueblo progrese, con seguridad y certeza jurídica, con justicia y dignidad; debería estar la sociedad pletórica de información jurídica, política y económica; los ciudadanos deberíamos estar atentos; gratamente sorprendidos, con tantas expectativas viables de cambio real, hacia un mundo nuevo y mejor, insisto: ¡con justicia y dignidad!

Sin embargo, la realidad política, por regla, es otra: un mundo político electoral lleno de promocionales generalmente sin contenido, que insultan la inteligencia, pensados por los expertos en mercadotecnia, que solo pretenden colocar un producto político en el mercado de la política rampante, trepadora, que nos aleja del auténtico sistema democrático, para sumergirnos en la demagogia, en el populismo.

Cómo no recordar las lecciones que, casi 400 años antes de la era cristiana, impartiera el filósofo de Estagira, tras analizar la organización jurídica y política de las ciudades de Grecia. Aristóteles dividía los sistemas de gobierno por el número de gobernantes y por el fin señalado, ya sea el bien común, el interés público o el interés egoísta, particular, personal o de grupo. Las formas puras de gobierno eran, para Aristóteles, la monarquía o gobierno de uno, la aristocracia o gobierno de pocos y el gobierno de todos, al que identificaba como república. Las correlativas formas impuras o degeneradas de gobierno las identificó, en función del número de gobernantes, como tiranía, oligarquía y democracia, considerando la democracia como el peor sistema de gobierno, cuando se cae en la demagogia o populismo, se diría en el tiempo presente.

Los días que transcurren deben ser de profunda reflexión, no solo los tres días previos al de la jornada electoral (1 de julio); debemos tener mucho cuidado en determinar qué futuro queremos, para nosotros y las nuevas generaciones; el futuro está a la vuelta de una hoja de la agenda diaria; ya han transcurrido 30 días de los 90 de campaña electoral; estamos a pocos días de concurrir a la mesa directiva de casilla única a depositar nuestro voto.

Con todo respeto: permítanme sugerirles razonar detenidamente por quién votar.