Del talentoso y experimentado realizador inglés Stephen Frears, Victoria y Abdul (Reino Unido, 2017) confirma el buen oficio de un cineasta que ha tenido en la Historia su fuente vital de inspiración, en su caso tras la búsqueda de un estilo pausado y preciosista que igual tuvo en el medio teatral su primera querencia y su inicial espacio de formación. Discípulo y ayudante de directores de la talla del bohemio Karel Reisz y sus coterráneos Albert Finney y Lindsay Anderson, definió desde su primer gran éxito Mi hermosa lavandería, de 1985, un particular interés por el encuentro o cruce, unas veces violento y otras menos ríspido, entre razas y culturas polarizadas por distintos y contrastantes valores identitarios. Su nueva cinta teje fino en este sentido, conforme retrata de igual modo el racismo, los prejuicios sociales, la desigualdad y el abuso, de frente a dos personajes polarizados por su origen pero igualmente complementarios por su aguda sensibilidad.

Uno de los personajes más novelados a raíz del paradójico contraste entre la imagen de quien representaba un imperio poderosamente opresor y su auténtica fragilidad emocional, quizá sea su “idílica” relación con el príncipe Alberto de Sajonia que la dejó viuda siendo todavía muy joven, sola y más bien indefensa, la etapa más abordada de quien ascendió al trono con diecinueve años de edad y murió ya octogenaria. Desde Victoria, la Grande que Herbert Wilcox rodó en la década de los treinta, y hasta la de igual modo multipremiada La joven Victoria que Jean-Marc Vallée hizo en 2009, en el cine ha sido de igual modo uno de los personajes históricos más recurrentes y atractivos sobre todo en derredor de ese tópico romántico, y Victoria y Abdul rompe sanamente con esta tradición.

El sirviente indio y la mujer más poderosa del mundo

Autor de la multipremiada Relaciones peligrosas de 1988, a partir del no menos exitoso drama homónimo de su compatriota Christopher Hampton (a su vez inspirado en la incendiaria novela dieciochesca del francés Pierre Choderlos de Laclos, Las amistades peligrosas), su nueva cinta relata la extraña y a la vez conmovedora relación entre la reina Victoria anciana y el mucho más joven indio musulmán Abdul Karim. Como en su anterior The Queen de 2006, en torno al momento de mayor crisis del largo reinado de Isabel II cuando la trágica muerte de Diana de Gales, Victoria y Abdul reconstruye el ocaso de una regencia controvertida y signada por su extremo conservadurismo, donde la viuda soberana se encuentra atrapada entre el aislamiento y la soledad, y siendo víctima del abandono y el desamor de sus hijos, de la hipocresía y la voracidad de sus allegados más cercanos, solo encuentra cobijo en la sabia y leal amistad de un sirviente indio que le revela un mundo paradójicamente insospechado para la mujer más poderosa del mundo.

En ocasión del Jubileo de Oro para celebrar a la hasta entonces reina decana en 1887, Victoria y Abdul aborda el ocaso de la soberana hasta su muerte, cuando el sirviente indio fue escogido al azar para servir como lacayo real exótico en la corte británica, sin sospechar nadie que se convertiría en su amigo más cercano y su confidente, superando así el escándalo que ya había representado para esta corte moralina la no menos sabida estrecha relación anterior con su sirviente escocés John Brown. Como en otros filmes de época de Frears, una cuantiosa y estupenda producción ha permitido cuidar hasta los detalles en apariencia más insignificantes, con lo que de verdad creemos estar frente a la corte victoriana, con todo su esplendor y sus opulencias, a lo que mucho contribuyen de igual modo una fotografía impecable de Danny Cohen y un no menos cuidado montaje de Melanie Ann Oliver. La extraordinaria banda sonora del reconocido Thomas Newman también suma a la causa.

Frears y el peso específico de la palabra

Como en sus de igual modo premiados Café irlandés, Mrs. Henderson presenta y Philomena, tres de sus largometrajes más declaradamente intimistas, Frears vuelve a mostrar su peculiar interés por la elaboración de un hondo e incisivo discurso donde la palabra tiene un peso específico, más allá de su referente lingüístico inmediato, porque está ligado a la carga vivencial de quien la enuncia en un tiempo y un espacio determinados. La comunicación de los dos personajes aquí neurálgicos, la reina Victoria y su ensalzado maestro espiritual indio (Munsh o maestro real), se da precisamente a partir y a través del lenguaje verbal, porque la palabra implica conocimiento, revelación, estado de ánimo, desazón y esperanza, y en la medida en que se manifiestan sin cortapisas, ambos descubren la posibilidad insospechada de una relación primigenia y por lo mismo vergonzosa a los ojos de los demás. El propio montaje meticuloso de Frears, en donde el diálogo de tratamiento casi dramático condensa aquí la naturaleza psicológica de cada personaje que se desdobla en cuanto dice y como lo dice, incluida su expresión corporal, vuelve a hacer énfasis en la primera extracción teatral de este dotado psicólogo de personajes y situaciones en vilo.

Otra vez Judi Dench, la grande

Escrita por Lee Hall —a partir del libro homónimo de Shrabani Basu—, y con esplendidas partes de Judi Dench y Ali Fazal que protagonizan un auténtico tête à tête de reveladores alcances, Victoria y Abdul confirma las notables dotes de una primerísima actriz que ya con este papel nos había conmovido en Mrs. Brown de John Madden, entonces en torno a la relación de la reina con su otrora sirviente escocés cuya esporádica muerte representó para ella casi una segunda viudez. Las otras partes de actores de trayectoria como Eddie Izzard, Adeel Akhtar y Michael Gambol, e incluso la más pequeña pero destacada del probado gran Simon Callow (dando vida al famoso compositor de Lucca Giacomo Puccini, en un poco probable pero sugerente encuentro con la reina en un viaje a Florencia, donde le canta un famoso pasaje de su idílica y trágica Manon Lescaut que estrenó en 1893), están a la altura de las circunstancias.

Aunque un poco de más edulcorada la relación entre los dos personajes protagónicos, la verdad es que esta licencia muy poco pesa en esta otra estupenda película de un gran director británico que como Stephen Frears ha seguido apostando por la hechura de un cine inteligente, artístico y de calidad, de lo cual vuelve a dar prueba más que fehaciente su Victoria y Abdul. ¡Ampliamente recomendable!