En el curso de la historia, la política mundial ha sido objeto de sucesivas mutaciones, siempre vinculadas a reacomodos de poder e influencia. Por ello, no es de extrañar que esa constante transformación se manifieste hoy y confirme que el orden global es transitorio y que su estabilidad se mantiene en la medida en que las élites nacionales y transnacionales tienen sus intereses a buen recaudo. El actual entramado global ofrece señales de agotamiento, que perfilan tendencias políticas y pautas de conducta social inéditas, las cuales se reflejan en el deterioro del arreglo liberal que sucedió a la Segunda Guerra Mundial y en una secuela de desequilibrios y tonos diplomáticos disonantes en diferentes regiones.
En las relaciones internacionales, prevalece la incertidumbre y el temor a perder la seguridad que, con sus limitaciones, ha permitido a la comunidad de naciones contener la amenaza de un conflicto de grandes proporciones e impulsar la cooperación y la paz. Los signos del cambio inquietan y se están acentuando. La pérdida deliberada del liderazgo global de Estados Unidos estimula a algunos países a llenar vacíos de poder regionales, y con ello, a reacomodar hegemonías. A esta tendencia se suma el retorno de nacionalismos exacerbados, de narrativas chovinistas y de un concepto de soberanía cerrada, en detrimento de los valores de la globalización económica y de la solidaridad, tolerancia y democracia liberales.
Las expectativas de desarrollo con justicia, que tanta ilusión generaron después de la caída del mundo socialista, se han pospuesto una vez más ante la incapacidad del libre mercado para generar estándares mínimos de bienestar entre los sectores más necesitados, lo que estimula el deterioro del tejido social y de las instituciones nacionales, la emigración y la delincuencia internacional organizada.
Paradójicamente, el autoritarismo emergente en distintas naciones contrasta con la cercanía de los pueblos, que gracias a las tecnologías de la información, dialogan en temas como derechos humanos, con énfasis en los de género y sobre la importancia de preservar el medio ambiente, en beneficio de las generaciones actuales y futuras.
Las expresiones de la actual tensión global son sintomáticas de una época impredecible y peligrosa; son eventos que configuran un patrón perverso de relaciones entre los pueblos, donde el potencial para el conflicto gana terreno en las cuatro latitudes del orbe. Los actuales son tiempos complejos, que exigen imaginación política y buena fe diplomática para revertir desencuentros. El reto no es sencillo; las herramientas de la paz deben perfeccionarse en beneficio de una convivencia cimentada en el derecho y en la justicia económica internacionales, de tal suerte que se atenúe la plataforma que propicia la violencia y se favorezca el progreso y la inclusión de todos en una dinámica mundial de perfil más virtuoso.
Internacionalista