Las relaciones internacionales de esta segunda década del Siglo XXI son complejas y contradictorias. A diferencia de los tiempos de la Guerra Fría, cuando la estabilidad global se mantenía por el equilibrio del poder y el férreo control de las superpotencias en sus respectivos bloques, hoy todo es incierto y lo impensable puede traducirse en realidad. Temor e incertidumbre campean en el planeta y son acompañados por nacionalismos xenófobos, que se traducen en peligrosas iniciativas económicas y políticas, las cuales amenazan con derruir el orden liberal de la segunda posguerra y sus valores.

En este contexto, lleno de riesgos, existen también renovados afanes hegemónicos en diversas regiones, que buscan llenar los vacíos de poder e influencia que se generaron como consecuencia de la caída del otrora poderoso bloque socialista. Así, la contención de las amenazas, con las herramientas tradicionales de la diplomacia multilateral, parece ser cada vez menos efectiva. Ciertamente, la mutilación progresiva de los organismos internacionales es consecuencia de una tendencia que privilegia lo unilateral, y también de la recurrencia a negociar, en espacios bilaterales, capítulos que son sensibles para la paz y la seguridad globales, como es el caso de la carrera armamentista y de la justicia económica internacional.

La agenda mundial, cada vez más rica en asuntos conflictivos y más pobre en aquellos de índole virtuosa, deja ver dos cosas. Por un lado, que el desarrollo tecnológico abre puertas insospechadas al armamentismo y actualiza la posibilidad de la destrucción mutua asegurada, en caso de un conflicto de dimensiones mayores. Por el otro, que la anhelada meta pregonada por las Naciones Unidas de alcanzar el desarrollo, parece cada vez más lejana. En este escenario, poco ayudan fenómenos que potencian el desencuentro entre naciones y fomentan la escalada de narrativas políticas agresivas. Tal es el caso, entre otros, de la migración, la pobreza, el deterioro del medio ambiente, las guerras comerciales, el terrorismo y la delincuencia internacional organizada. Todos estos temas acreditan el alto nivel de vulnerabilidad de la paz, lo mismo al interior de las naciones que a escala universal.

En tan desolador escenario, el género humano está obligado a confirmar su probada capacidad para traducir riesgos en oportunidades, en este caso para revertir tendencias destructivas y edificar los pilares del mundo sustentable, pacífico y justo al que todos tenemos derecho. Aunque nadie sabe cuál es la mejor vía, es crucial la atención del tema del desarrollo y el combate a la pobreza. En la medida en que esta se siga posponiendo, el tejido social de los pueblos continuará deteriorándose y con ello avanzarán, de manera inexorable, amenazas de desencuentro, conflicto y guerra.

En un mundo lleno de falsos profetas, donde incluso hay quienes mercadean con la idea de Dios o lo invocan con fines terroristas, conviene a todos apostar por la capacidad del orden liberal para suprimir los riesgos inherentes a la ausencia de democracia, justicia económica, libre comercio y desarrollo social.

Internacionalista.