El mundo es rehén de instituciones multilaterales cuyos diseños y mandatos son obsoletos para atender los retos de la Posguerra Fría. Claramente, Naciones Unidas es la organización que padece con mayor severidad esta situación; sus herramientas, con frecuencia utilizadas a manera de parche, responden parcialmente a los desafíos de la nueva agenda mundial y no reflejan las particularidades del orden global en gestación, donde avanzan hegemonías voraces y se articulan extraños equilibrios. A la ONU hay que hacerle cirugía mayor, para que cuente con capacidades idóneas para afrontar temas como cambio climático, migración, amenazas tradicionales y nuevas a la paz y la seguridad, así como los siempre pospuestos capítulos de la cooperación para el desarrollo y la justicia económica internacional. Algo similar debería ocurrir con los arreglos regionales, donde las sinergias de la vieja bipolaridad retrasan la evolución de sus agendas e impiden su modernización.

En el campo de la paz y la seguridad internacionales, el tema no es menor. La  interacción de hegemonías tradicionales y recientes propicia tensiones inéditas y situaciones de alto riesgo, como los denominados conflictos congelados que existen en la cuenca del Mar Negro. A esta realidad se añaden el terrorismo, las amenazas híbridas y la siempre latente posibilidad de que la energía nuclear sea utilizada, con fines no pacíficos, por parte de actores estatales y de otros no estatales, de vocación radical e incluso criminal. Si nos atenemos a la conceptualización de paz y guerra, cooperación y conflicto que consagra la Carta de San Francisco, es claro que la realidad supera las previsiones del sistema multilateral de la Segunda Posguerra.

La comunidad de naciones se enfrenta a dilemas vitales, que exigen resolución pronta y realista. En la década de los cincuenta del siglo pasado, se inició el estudio científico de las relaciones internacionales, con la deliberada intención de interpretar la dinámica mundial y aportar elementos útiles a los gobiernos para la toma de decisiones y la gestión de conflictos con criterios pragmáticos, aunque acotados al Derecho Internacional. Hoy, con ese valioso capital académico y político, individuos, think-tanks y gobiernos, están llamados a repensar la arquitectura multilateral y a proponer soluciones a los problemas del aún joven Tercer Milenio.

Las nuevas generaciones no parecen estar, como antes ocurría, interesadas en las militancias ideológicas; más bien, aspiran a sumarse a causas que les permitan tener oportunidades, eliminar la violencia en cualquiera de sus manifestaciones y vivir en entornos armónicos y eco-sustentables. Por ello, es pertinente que quienes tienen la capacidad para tomar decisiones políticas y tejer entendimientos diplomáticos, se atrevan a dar un golpe de timón, que alerte sobre la importancia de frenar paradigmas aislacionistas y nacionalismos xenófobos y, en su lugar, pavimente el camino para la recuperación de Gaia, el planeta que vive, hogar común de la humanidad que, en su orden natural amenazado, no conoce de fronteras y tampoco de ambiciones de poder.

Internacionalista.