La globalización topa con dos realidades: el estancamiento de diálogos creíbles y proactivos para la paz y la artritis de los organismos internacionales para atender los desafíos de la posguerra fría. Este binomio, multiplica disonancias diplomáticas y configura riesgos de confrontación en diversas regiones. No obstante, existen también factores para atenuar dificultades y estimular encuentros. No se trata de construir la utopía, sino de reconocer que, frente a la inescapable voracidad humana, la paz es posible si se combinan, de manera virtuosa, el pragmatismo con la buena fe en la política mundial contemporánea.
La experiencia y el estudio científico de las relaciones internacionales, ofrecen las herramientas para tan ambiciosa tarea. Habituados a la idea, por cierto correcta, de que la mejor manera de conjurar una amenaza es el diálogo y la negociación, conviene recapitular en la fórmula que permita articular las diversas conversaciones que ocurren entre las naciones y sus foros, de tal suerte que se construya una genuina cultura de la seguridad preventiva y de la paz. Un ejercicio de este tipo alimentaría ánimos pacifistas globales, no atomizados ni regionalizados, como ocurre hoy. Hay que tener presente que, en el caso específico de las organizaciones multinacionales de vocación militar, las conversaciones que mantienen sus respectivos integrantes tienden a ser excluyentes y selectivas; es decir, favorecen intereses de grupos de países que comparten percepciones de amenaza, las cuales desembocan en iniciativas de defensa común, no siempre convergentes con los mandatos de los foros universales y el Derecho Internacional.
Un buen ejemplo de estas conversaciones selectivas lo ofrece la OTAN, en particular ahora cuando enfoca su atención al combate al terrorismo. Aunque no se lo haya propuesto, las operaciones de la Alianza Atlántica en Afganistán, tras los ataques terroristas del 9/11 en Estados Unidos, vulneraron la confianza de la comunidad mundial en su interlocución tradicional con Naciones Unidas, y restaron mérito a la capacidad de la misma ONU para atender los nuevos retos a la paz y seguridad mundiales, en el espíritu del Capítulo VII de su Carta Constitutiva. Algo similar, pero más complejo, sucede cuando estas conversaciones afectan la unidad de propósito de tales organizaciones miltares. Así ocurre hoy en la misma OTAN, luego de que Turquía inició la operación militar “Peace Spring” en el noreste de Siria y Washington se retiró unilateralmente de ese país, dejando solos a sus aliados en la búsqueda de una solución al conflicto, en el marco de un proceso dirigido por Naciones Unidas.
La recuperación de hegemonías, el deterioro ambiental, la migración y la delincuencia internacional organizada, alimentan armamentismo, unilateralismos y xenofobias que desdibujan a la diplomacia multilateral. Así las cosas, edificar un mismo ánimo a favor de la paz, exige una nueva conversación global, responsable y creativa, que articule narrativas de cooperación, en sentido amplio, e identifique los componentes de la seguridad preventiva que se requiere, con urgencia, en los cuatro rincones del orbe.
Internacionalista.