De oficio carpintero y de vocación narrador, Heinrich Böll (21 de diciembre de 1917 – 16 de julio de 1985) es pieza angular de la literatura surgida de los escombros de las guerras del siglo XX. Parapetado con el maquillaje de un payaso, el prolífico novelista, multipremiado (Nobel de Literatura en 1972) lanzó una diatriba contra la violencia que sigue siendo referente para los lectores actuales. Opiniones de un payaso es su novela más conocida, de la que transcribo las primeras líneas.

“Oscurecía cuando llegué a Bonn, y me forcé esta vez a no poner en marcha el piloto automático que en cinco años de viajar se ha formado en mi interior: bajar las escaleras del andén, subir las escaleras del andén, dejar maleta, sacar billete del bolsillo del abrigo, recoger maleta, entregar el billete, al puesto de periódicos, comprar periódicos de la tarde, salir a la calle, llamar un taxi. Durante cinco años partí yo casi todos los días de algún punto y llegué a cualquier otro punto, por la mañana subía y bajaba las escaleras de la estación, tomaba taxis, buscaba dinero en el bolsillo de mi chaqueta para pagar al conductor, compré periódicos en el quiosco, y en algún rincón de mi conciencia disfruté la incuria minuciosamente estudiada de este piloto automático. Desde que Marie me ha abandonado para casarse con este católico, Züpner, el funcionamiento se ha hecho todavía más automático, sin perder su incuria. Para el trayecto de la estación al hotel, del hotel a la estación, hay una unidad de medida: el taxímetro. Y así dista dos marcos, tres marcos, cuatro marcos cincuenta de la estación. Desde que Marie se ha ido, he perdido el ritmo una que otra vez, he tomado el hotel por estación, nervioso ante la conserjería he buscado mi billete o a la entrada del andén he preguntado al empleado el número de mi habitación, algo, llámesele casualidad, o lo que sea, me hizo recordar mi profesión y mi situación. Soy un payaso, de profesión designada oficialmente como “Cómico”, no afiliado a ninguna Iglesia, de veintisiete años de edad, y uno de mis números se titula: la partida y la llegada, una larga (casi demasiado) pantomima, en la cual el espectador acaba confundiendo la llegada con la partida; puesto que frecuentemente vuelvo a ensayar dicho número en el tren (consta de más de seiscientos mutis, cuya coreografía debo naturalmente tener presente), es evidente que de vez en cuando cedo a mi propia fantasía: entro precipitadamente en un hotel, busco con la vista el cuadro de salidas de trenes, lo descubro al fin, subo o bajo corriendo las escaleras, para no perder mi tren, en tanto que no necesito más que subir a mi habitación y ensayar mi número. Afortunadamente me conocen en la mayoría de los hoteles; en el intervalo de cinco años se alcanza un ritmo con escasas posibilidades de variación, que de ordinario se puede tomar por una cierta armonía interior –y que además preocupa a mi representante, quien conoce mi manera de ser. Lo que él llama ‘la sensibilidad del alma del artista’, es enteramente respetado, y tan pronto como entro en mi habitación me envuelve un’hálito de bienestar’: flores de un lindo jarrón, y apenas he tirado el abrigo y dejado caer con estrépito mis zapatos (odio los zapatos) en un rincón, una bonita camarera me tre café y coñac…”

 

Novedades en la mesa

Lumen anuncia como “edición definitiva” el libro Mujercitas de Louisa May Alcott que ha puesto en las mesas de novedades con prólogo de Patti Smith.