En un santiamén leí la reciente novela de Mario Vargas Llosa, “Tiempos recios” (Alfaguara, 2019). Con cautivadora narrativa, el peruano invalida argumentos que, por años, se dieron por ciertos sobre las razones que derivaron en la renuncia forzada del Presidente de Guatemala, Jacobo Arbenz, el 27 de junio de 1954, y en el arribo al poder del Coronel Carlos Castillo Armas, también llamado “caca”. Habituados a la cosmovisión Este-Oeste que imperaba en esa época en América Latina y a la presunción de la amenaza soviética a la seguridad continental, “Tiempos recios” descarta animosidades bipolares en el golpe contra Arbenz y subraya las maquinaciones de la United Fruit Co. para preservar sus intereses económicos en la industria bananera en Guatemala, con la complicidad de Estados Unidos.

Vargas Llosa afirma que, con base en informes facciosos dirigidos a los centros de poder en Washington, esa poderosa compañía se inventó la historieta del peligro comunista, y así denostó los esfuerzos de Arbenz para impulsar en su país la reforma agraria, cobrar impuestos a las multimillonarias ganancias de la bananera y combatir rezagos sociales. Estas y no otras, habrían sido las causas de  inconformidad de esa empresa, que no escatimó recursos para interrumpir el proceso democrático y abrir la puerta a más de tres décadas de autoritarismo y violencia en esa nación istmeña.

En la novela hay personajes que merecen atención. Es el caso de José Manuel Fortuny, fundador del Partido Guatemalteco del Trabajo, destacado líder social y muy cercano a Arbenz, a quien previno de los riesgos que tendría su renuncia. De Fortuny se dijo siempre, sin sustento, que fue agente del Partido Comunista de la URSS, paradójicamente en Guatemala, donde la Constitución prohibía las organizaciones con vínculos internacionales. Lo que sí es cierto, y así lo indica Vargas Llosa, es que fue un político de probada honestidad y congruencia. El otro personaje es una polémica mujer, Marta Borrero Parra, quien fue la querida de “caca” y de la que, entre otras cosas, se sabe que tuvo conexión con el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, al que por cierto se señala, junto con Borrero, como instrumentos de la CIA para contener al comunismo. Un actor adicional citado por el peruano es la Iglesia Católica en Guatemala, que con el ánimo de contrarrestar la influencia política de Marta Borrero, fue incondicional de la esposa de “caca”. En la trama del novelista, esto explicaría el asesinato del malogrado Coronel en julio de 1957 y la atrabancada salida de su amante de la tierra del quetzal, con rumbo a Santo Domingo.

Vargas Llosa desvela lo sorprendente: la presunción estadounidense de la amenaza roja en Guatemala, y yo agrego Centroamérica, fue entonces ficticia y propició la radicalización política y el surgimiento de movimientos insurreccionales, como ocurrió en la misma Guatemala y después en Cuba, donde el “M26 de Julio” llevó al poder a Fidel Castro y sus barbudos. A Washington le salió el tiro por la culata; las secuelas de la mentira de la United Fruit Co. aún lastiman el tejido social de Guatemala y de otros países istmeños. Esa mentira explicaría, en parte, que miles de personas de dicha región emigren hoy para escapar de la violencia de la delincuencia internacional organizada y buscar oportunidades de progreso y una vida mejor.

Internacionalista.