El colectivo veracruzano Brujas del Mar, integrado por feministas que luchan por la erradicación de la violencia de todo género en contra de las niñas y las mujeres, lanzó la convocatoria para complementar las marchas conmemorativas del Día Internacional de la Mujer (8 de marzo) con una jornada nacional sin mujeres al día siguiente: el 9M.
Establecer con la ausencia deliberada, con #undíasinnosotras, un sentido adicional a las expresiones que demandan respeto, igualdad y el cese absoluto de la violencia de género: exigir y mostrar la insustituible contribución de las mujeres de toda edad al ser y el hacer social. Un ser vulnerado y un hacer agredido por los roles preconcebidos para hombres y mujeres que propician un falaz sentido de dominación, por unos, y de aliento a la dependencia, por otras.
Esta convocatoria singular despertó diversas reacciones y la adopción de distintas posturas. Rescatemos que concitó la renovada atención nacional en el grave problema de la discriminación y el mal trato de que mayoritariamente son víctimas las mujeres en el México de hoy. La información agregada que presenta el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) es contundente.
En la Encuesta Nacional sobre Dinámica de las Relaciones en los Hogares (2015), 66.1 por ciento de las mujeres mayores de 18 años han sufrido algún tipo de agresión física, psicológica o sexual; esos hechos se producen en los ámbitos comunitario (38.7 por ciento), laboral (27 por ciento) y escolar (25.3 por ciento), y sus manifestaciones son por demás vergonzosas: acoso y abuso sexual; hostigamiento, humillación e intimidación; acecho; discriminación por embarazo; golpes, y asesinatos.
Esa es la realidad a la que se enfrentan las mujeres. De ahí el grito de YA BASTA y la incontrovertible legitimidad de sus exigencias. Las agresiones tienen que cesar; lo que ocurre no es ni puede asumirse como “normal” por ser el resultado de patrones de formación aceptados, requiere tener visibilidad y demanda el fin de la impunidad.
El cambio de conductas y de actitudes es el objetivo último. ¿Cómo va a ser que en un país donde el insulto más grave es la inferencia a la violación propia de la madre, la ofensa y la degradación de las mujeres sea el patrón mayoritario de socialización? ¿Paradójico? Es la conducta de la hipocresía transmitida y aprendida: demeritar al género femenino per se y excluir de ello a ciertas personas del género por la razón peor; es decir, el vínculo con el varón que gradúa.
Esta visión, que enfatiza la perspectiva masculina, apareció con nitidez en el análisis y las opiniones sobre la convocatoria al 9M, como una jornada nacional sin la participación de las mujeres en las actividades de toda índole que se realizan en nuestra sociedad. Hubo, además, una tendencia a asumir la convocatoria en la esfera de las diferencias políticas entre propuestas para la acción pública.
En particular, por ser la más notoria, el recorrido hecho por el presidente de la República. Fue de la insensibilidad a la descalificación por una supuesta razón ideológica, de ahí a la tolerancia condescendiente y luego al descuido del respeto mínimo a no competir con esa convocatoria, para concluir en la rectificación con el afán de superar lo que se asumió como el ánimo por demeritar lo que no comparte. En el fondo, una manifestación -como muchas otras- de incapacidad para entender lo que sucede.
¿Cuáles son los problemas de esas visiones, confundidas o no con la preponderancia de la lucha política entre opciones distintas? Al menos dos: la incomprensión de que la exigencia de que cese la violencia en contra de las niñas y las mujeres rebasa y trasciende a quienes ejercen cargos públicos o aspiran a recibir el mandato popular, y la actitud condescendiente o paternalista con la cual se ha asumido el planteamiento y la determinación de las mujeres por marcar -con su ausencia- la necesidad imperiosa de actuar.
La incomprensión inicial de muchos dio tropezones reprochables por la falta de empatía, la ausencia de sensibilidad y el mensaje de indiferencia que implicaba. Al paso de buscar lo políticamente correcto apareció el paternalismo más revelador: expresar respeto a la decisión que adopte cada mujer y otorgar la anuencia para lo que defina cada quien. Es una forma de comportamiento sobre la cual debemos reflexionar.
Ese respeto y es anuencia restan a la convocatoria y la ausencia de las mujeres el 9M la trascendencia que tiene. La condescendencia implica desvalorizar el movimiento y, sobre todo, la exigencia que lo sustenta.
No es cuestión de respeto al derecho de asumir una forma de expresarse o de aceptar con tolerancia la decisión de no aparecer, sino de la más amplia y convencida solidaridad. Las niñas y las mujeres de México merecen la adhesión sin reservas a la causa que enarbolan porque atiende un problema de desigualdad, de discriminación, de ausencia de equidad y, sobre todo, una injusticia que no deben soportar.
La demanda no es por el respeto al derecho de manifestarse o cómo hacerlo, sino por la adopción de las decisiones necesarias para superar los patrones de agresiones y violencias de todo tipo que padecen las mujeres. No es la protesta -ese es el medio- sino el fin: asumir un compromiso nacional para cambiar el entorno de violencia en el cual tienen que desarrollar sus actividades cotidianas en nuestra sociedad.
Las mujeres de nuestro país están en pie de lucha por la igualdad sustantiva. Van a marchar el Día Internacional de la Mujer y van a parar el 9 de marzo, para que los ecos de las consignas y el silencio de la ausencia mueva al resto de la sociedad en todos sus ámbitos. El 9M demanda acciones consecuentes el 10 de marzo y para adelante. Es imperativo que esas expresiones se transformen en acciones.
Con humildad y pasión hay que promover y asumir la agenda nacional para eliminar la desigualdad real en la cual, sin demérito de muchos avances normativos e institucionales, viven las niñas y las mujeres. Una agenda que, con base en el diagnóstico de la reproducción de roles preconcebidos y que son el caldo de cultivo de la violencia de género, establezca políticas públicas, programas en los sectores público, privado y social y metas susceptibles de medirse y evaluarse.
Cuatro esferas resultan prioritarias para modificar los patrones de conducta: el hogar como espacio básico de socialización; la escuela como espacio para la formación con base en los valores y el conocimiento; el lugar de trabajo como espacio donde la discriminación en el salario y las promociones compiten con el uso de la jerarquía para intimidar, y los espacios públicos como ámbitos donde el anonimato se asume como vía para la impunidad.
El 9M debe movernos a adoptar una agenda de compromisos para que cese la violencia y la discriminación en contra de las mujeres. No nos equivoquemos.

