El humor social está modificándose. Los problemas han estado ahí, están aquí y estarán acá. En tramos breves para la historia del país no se pueden resolver rezagos acumulados; algunos ancestrales. Los comicios y la seguridad de la renovación con la alternancia factible hacen renacer la posibilidad de encontrar soluciones; de que la esperanza florezca y se vea la viabilidad de superar las dificultades con nuevos bríos y mayores ánimos.
Nuestro país requiere cambiar. Es –quizás– el objetivo más apremiante. Pero, ¿cómo?, ¿hacia dónde? y ¿con todos o sólo con algunos?
Con el cambio del siglo, por la magia del número que cierra o que inicia la cuenta, el optimismo, la vanguardia. El nuevo siglo como espacio para avanzar y mejorar. Sin embargo, el emblema es la década perdida; la primera de la centuria. El bono democrático se desperdició.
La segunda alternancia de nuestro nuevo siglo político fue rechazada. Se concretaron reformas pertinentes para participar de mejor forma en la economía globalizada, pero se deterioró la confianza en los acuerdos y la posibilidad de coincidir y disentir sin confrontaciones o rupturas sistémicas. La sentencia popular basada en la percepción de la corrupción fue contundente.
Desde buena parte del siglo pasado, con la profunda transformación del sistema electoral para afirmar legitimidad en la diversidad y dar credibilidad a los comicios, emergió con singular potencia la realidad de nuestra sociedad: México es plural.
No cabía todo en el partido hegemónico y menos en el partido dominante. Fue factible en un tramo por los cambios detonados e impulsados en virtud de las ideas inscritas en la Constitución discutida y votada en Querétaro y ante el amago recurrente del vecino del norte, pero un espejismo más allá de una sociedad que creció, se hizo urbana y caminó en la senda de su complejidad.
Del aprendizaje de conciliar las diferencias con marcado énfasis para acceder a las responsabilidades públicas por la vía dominante, al aprendizaje de hacerlo con el horizonte marcado por la convivencia democrática entre opciones diversas. De la pluralidad adentro a la pluralidad afuera. De los acuerdos al interior a los acuerdos al exterior; pero, al final, los acuerdos.
La pluralidad no puede ser exclusión, sino enriquecimiento; es debate y contraste de ideas con base en el reconocimiento de la identidad esencial y los objetivos comunes y compartidos. Desconocer la pluralidad es tapiar el acceso a la comprensión de nuestra sociedad y sus pulsiones. Es dejar de comprender la dinámica social en su sentido más amplio y, por ello, lo que está ocurriendo.
En condiciones de fortaleza real derivada del resultado electoral, el presidente Andrés Manuel López Obrador optó y ha reiterado su vocación no sólo por soslayar la pluralidad, sino por dividir y polarizar al país, al grado de simplificar el rico mosaico del pensamiento y la amplitud del espectro político a la dicotomía entre la transformación que postula y alienta, y sus antagonismos ficticios: los conservadores y el neoliberalismo. Unos son enemigos que conspiran y otro es el causante de todos los males de México y del mundo. Sin embargo, no es así de simple.
Son cortinas de humo que cada vez tienen menos efectos. Con el resultado electoral del 2018 y la sobrerrepresentación de Morena y sus aliados en la Cámara de Diputados, con los obsequiosos líderes empresariales que reaccionan con los genes de cuando sus antecesores estaban subordinados al poder presidencial y con la dispersión de las opciones del contrapeso y la competencia nacional fraccionada en 300 demarcaciones, por dar algunas pinceladas, se requieren más elementos que los estribillos de las conferencias matutinas del Ejecutivo Federal para acreditar la real existencia de los enemigos que embiste y, mucho menos, de las tramas y las confabulaciones que denuncia.
Ante los problemas que estaban y están con nosotros, el desconocimiento y el rechazo a la pluralidad de todo orden -político, económico, social, intelectual, cultural- obstaculiza la posibilidad de construir entendimientos y acuerdos que son, a mi juicio, esenciales para hacer frente a los componentes que los agravan y agravarán aún más.
Quien, desde la jefatura del Estado, escinde por norma, descalifica por sistema y confronta por estrategia exclusiva, crea para sí mismo una arena contraproducente a la posibilidad y, en ocasiones, necesidad de ejercer un liderazgo nacional y convocar a la articulación efectiva de los acuerdos indispensables para preservar el interés nacional y asegurar el bienestar del pueblo, más allá del asistencialismo.
A la incertidumbre económica generada por causas propias (decisiones que propiciaron inseguridad para la inversión y privilegiaron los subsidios sobre el fomento del crecimiento y el desarrollo), se suma la emergencia de la sobre oferta de petróleo barato y los efectos en el tipo de cambio; esto traerá varias consecuencias, pero para buena parte de la sociedad la cuestión impacta en las percepciones políticas.
A la crisis de inseguridad y violencia de hace varios lustros, se agregan la ausencia de una estrategia convincente y la determinación de crear la Guardia Nacional como una institución policial civil con mando militar real y la pervivencia de la delincuencia más peligrosa.
Al deterioro del sistema nacional de salud por falta de planeación y de las capacidades profesionales requeridas para su funcionamiento, se acerca la realidad del Covid-19 y sus consecuencias para la población, así como sobre la muy poca capacidad para atender a quienes lo contraigan. Más allá de la preocupación por su letalidad, al no hacerse nada para evitar el contagio, pronto estaremos en el riesgo del colapso de la capacidad de las instituciones de salud para hacerle frente.
A la vergonzosa realidad de la violencia que se ejerce contra la mujer en todos los ámbitos y estratos de nuestra sociedad, se agrega la insensibilidad ante las demandas legítimas y la voluntad de descalificar el amplio movimiento por asumir que la manifestación es contra el gobierno, cuando es contra siglos de agravio, desigualdad y falta de libertad.
De los problemas a la crisis. De la ilusión de la elección a la realidad de la gestión. De la idea de la transformación a la incapacidad de generar los grandes acuerdos que requiere el cambio.

