George Floyd, de 46 años cuyo asesinato por la policía el lunes 25 de mayo, ha provocado la rebelión más impresionante en los Estados Unidos; desde las protestas que ocurrieron tras el asesinato de Martin Luther King hace más de 50 años.

Desde Minneapolis, hasta Washington, incluyendo Chicago, Nueva York cientos de miles están movilizados. Las protestas  rebasan más de 150 ciudades en prácticamente todos los Estados de la Unión Americana.

Los más iracundos, los más radicales han lanzado todo tipo de proyectiles  e incluso han incendiado edificios de la policía, comercios  e incluso de vivienda.

Las protestas se han expandido fuera de los Estados Unidos.

Grandes concentraciones  se han dado en Ámsterdam, Vancouver, Londres y otras partes del mundo.

Todo ello en plenas medidas de confinamiento o cuarentena por la pandemia de Covid-19.

Es muy alentador eso.

Muchos “teóricos” y mucha gente sacaron una terrible conclusión: después de la pandemia prevalecerá el egoísmo. El aislamiento  nos conducirá a una era de rechazo al otro.

La virtualidad sustituirían la vida del contacto, del apapacho, del cachondeo.

Las máquinas se convertirán en las dueñas del planeta. Meros instrumentos de los grandes  poderes, el uno por ciento.

Es una variante de aquella “tesis” del “fin de la historia” tras la Caída del Muro.

Trump actúa con una arrogancia inusitada. Amenaza con usar al ejército para reprimir al movimiento antirracista. Habla de considerar a los grupos de activistas como terroristas.

La terrible condición de los afroamericanos, los negros, como orgullosamente  se consideraron así mismos desde los años sesenta, se expresa ante la misma pandemia del Covid-19.

Las minorías sufren el 63 por ciento de los contagios, ante un 36.5 de la población blanca.

Porcentajes exactamente invertidos en relación con la proporción de la población de los Estados Unidos. El 62 por ciento es blanca y el 38 por ciento es la de las otras etnias, donde prevalecen los negros y latinos.

Son ejemplares las  conductas de muchos policías  que se niegan a “cargar” contra los manifestantes y se hincan imitando a Colin Kapernick, Quater Back de los 49’s de San Francisco, al escuchar el himno norteamericano  y el izamiento de una “bandera” usada para imponer los intereses de una minoría a nivel planetario, obligando a los negros a combatir e inclusive morir, casi siempre para oprimir a otros pueblos.

Está aberrante realidad no debiese conducir a la satanización de los Estados Unidos.

El antiyanquismo es o puede ser tan pernicioso como el racismo.

Justamente ante está  violencia racista, es necesario resaltar el carácter pluriétnico de los Estados Unidos y su existencia como país  de migrantes.

El asunto rebasa la coyuntura electoral, aunque  brinda una gran oportunidad para fortalecer las posibilidades de derrotar a Donald Trump en noviembre.

El silencio ante ésta política criminal del presidente Trump, no debiese ser la conducta del presidente  de México.

Callar ante el racismo de Trump, en la crisis actual en los Estados Unidos, en aras de mantener  una supuesta relación de “amistad”, dejaría en el desamparo a decenas de millones de mexicanos que viven y trabajan al otro lado del Río Bravo. Independientemente de su estatus formal.

Las reservas de la sociedad y de la humanidad, estrictamente hablando, son inmensas y pueden convertir ésta crisis humanitaria, en el impulso a una nueva  era; donde  los humanos  sean fraternales y superen la terrible experiencia de ésta pandemia, que nos colocó ante la terrible experiencia de ver al otro como un peligro mortal. Un riesgo de contagio

Tan es absurda la “tesis” de la “confinación” de los humanos como destino inevitable, como lo son tantas “teorías” delirantes en torno a la gestación y conclusión del Covid-19, incluyendo la que apuesta al establecimiento de un “modelo” totalitario Estatal que ponga fin a todo tipo de libertades en el plano individual y social.

Por múltiples  razones, tanto históricas como personales, resultan muy esperanzadoras las movilizaciones parisinas.

Paris vuelve a ser Paris, con sus cafés y bares abiertos; sobre todo con manifestaciones en sus calles.

Es el París de mi generación.

En julio de 1968 estuve en el Barrio Latino. Cada esquina estaba ocupada por “flics” (policías) con sus  escudos, sus cascos, sus macanas y sus gases lacrimógenos. Apenas había concluido el Gran Mayo francés.

Los estudiantes lanzaban piedras a los flics. Los provocaban. Cuando los flics los correteaban por las callejuelas del quartier  latin, los más osados los esperaban y los golpeaban con una especie de  “macanas” elaboradas con periódicos  Le Monde o incluso el conservador Le  Fígaro. Los doblaban de manera  que adquirían una dureza tal, que podían romperle la cabeza a cualquiera. Olvidé como hacer esas “macanas” gauchistes.

Mi vida entera a estado relacionada con los movimientos, específicamente con el movimiento estudiantil.

En gran medida los cambios, los espacios, los derechos logrados a nivel planetario y nacional tienen su raíz en los movimientos.

Soy declaradamente culpable del “delito” movimientista.

La decadencia actual del régimen partidocrático, hoy bajo la hegemonía de un engendro como Morena, que fundió en un aparato las peores tradiciones y costumbres del priismo, las izquierdas castristas e incluso del peor oportunismo panista, bajo el control  unipersonal del presidente, puede superarse  mediante  la construcción de otro camino.

La vía del fortalecimiento de las tendencias latentes de lo que podría ser una creciente autonomía de los movimientos  civiles, sociales, culturales, de género, ambientales y expresiones inéditas de los nuevos fenómenos, es un horizonte esperanzador que va mucho más lejos de la vulgar confrontación del gobierno y algunas tendencias primitivas anticomunistas que  existen entre sus opositores.

Tanto la  crisis del Covid-19 , como la gran rebelión de los negros contra el racismo y la solidaridad internacional que los respalda, nos muestran que: la vida está en otra parte.