El tedio de la vida política es peor que el confinamiento. Tenemos un panorama cada vez más incierto. Estamos como la anécdota atribuida al cacique potosino Gonzalo N. Santos, donde solamente el perro que va delante sabe por qué y a qué le ladra.

Los eternos casos de “peces gordos”, que casi todos los sexenios son enviados a la cárcel para regocijo del “respetable”, solamente pueden dar base a especular en torno a los casos de Emilio Lozoya, César Duarte y los  que se “acumulen ésta semana”. Las entretelas de los procesos  contra  los corruptos más vulgares de los sexenios anteriores, pueden  favorecer a los eternos  “gargantas profundas” , que acuden al mercado a vender sus “exclusivas filtraciones”.

No se combate la corrupción  bajo el apotegma de “hágase la voluntad divina en los bueyes de mi compadre”.

Me parece sensato lo que plantea Ugo Pipitone en su libro Un eterno comienzo, “Una historia de nuevos comienzos, de expectativas que renacen periódicamente sin conducir a los resultados que en su momento se creyeron al alcance de la mano. Y al final de cada ciclo, la frustración  que alimenta la necesidad de experimentar un nuevo rumbo que, con su desencanto, hace más dura la capa del cinismo colectivo que acumula el humor  nacional”.

Este eterno camino circular, está profundizando la decadencia política.

No se trata solamente de la decadencia de la partidocracia,  la clase política, la “mafia del poder”, las élites gobernantes o cualquier denominación que se  le haya dado a la casta que controla los poderes desde hace más de un siglo, con máscaras, ropajes y etiquetas diferentes; estamos ante una decadencia generalizada a nivel del conjunto de la sociedad.

Ese mismo panorama favorece, como dice Pipitone, que “generación tras generación”, siempre aparece alguien  (un seductor, un iluminado, un herético o un joven favorecido por la desconfianza acumulada en todos los demás) que anuncia el milagro”.

Ante los reiterados datos de un quebranto político, social, sanitario, cultural  incluso de la dignidad nacional, existe un universo inmenso de creyentes fervorosos de la epopeya que vivimos y ante la cual sus diabólicos enemigos conspiran todos los días.

El desafío de ejercitar un camino diferente, exige no refugiarse en los oxidados recursos de una estridencia primitiva anacrónica, semejante al clamor de los cazadores de brujas, alimentados por los “pastelazos” que propina el gobierno todos los días a  sus “adversarios conjurados”.

Los grotescos gritos anticomunistas de “manifestantes de automóvil” , sus proclamas al borde del analfabetismo e incluso algunos de sus líderes autonombrados como demócratas heroicos, ni el más afiebrado persecutor gubernamental  puede sustentar que son “golpistas”.

Unos “golpistas” imaginados a la altura de los delirios del caudillo.

Los poderes fácticos capaces de promover un golpe de Estado, están aglutinados en torno al presidente y su gobierno.

Acaso algunos empresarios de rango medio, se expresan  con murmullos, vergonzantes, sin dar la cara, ante algunas de sus  delirantes medidas, pero ni por asomo se plantean derrocar al presidente.

Nadie con dos dedos de frente se lo plantea.

El típico “factor externo” del golpismo en América Latina y en el lejano golpe de la decena Trágica en México, la famosa “embajada” , mucho menos.

Su jefe, apenas hace unos días rindió homenaje a su “amigo” el presidente mexicano que ha “colaborado” con él. Quizá el más furioso presidente anti inmigrante de los Estados Unidos. Ambos presidentes celebraron públicamente haber frustrado los pronósticos de “pleito”.

No hay que buscarle chiches a las víboras.

Ante la decadencia del gobierno, no existe aún la fuerza capaz, de sentarlo a negociar una opción viable ante la desastrosa situación de la economía.

Los límites de esa carrera hacia el abismo están acercándose de manera inquietante.

Los efectos de ésta  “campaña” gubernamental contra “el golpe suave”, la  llamada “infodemia” y otras acciones de intimidación  y censura en ciernes contra los disidentes de cualquier signo político, ideológico, cultural o meramente ciudadano, están a la vista: sesiones  diarias de 2 horas  en las mañaneras, donde el presidente combate  “molinos de viento” y señala a los “conservadores”  con  nombre y apellido, exhibiendo una intolerancia poco vista en sus antecesores. Al menos no tan burdamente expresada, salvo las “pedradas” de Echeverría contra  los “miembros del coro fácil”, los “jóvenes fascistas”, entre los que tuve el honor de estar, haciendo frente a sus  patéticas  difamaciones.

La paranoia gubernamental se ha convertido en el control creciente de los canales  públicos de televisión, de las estaciones de la radio pública; el despido de muchos de esos medios y de la prensa escrita que son sustituidos por propagandistas de la “Cuarta Transformación” .

No se tolera el menor cuestionamiento a la “estrategia” gubernamental contra la pandemia del Covid-19, quienes opinan con fundamento científico, que  se están cometiendo graves errores, son descalificados  como “neoliberales”, aunque algunas de esas voces tengan gran prestigio en los medios científicos nacionales e internacionales.

Por supuesto que  a los diversos aspirantes o “suspirantes” les debe  caer “como anillo al dedo” aprovechar la lapidación de los  criticos, para deshacerse de sus contrincantes, me refiero a todos los niveles de esa salvaje  pelea a navajazos en Morena, no solamente a la disputa en el nivel  presidencial por “la grande”, sino los  miles de espacios  que estarán por “renovarse” en las  elecciones intermedias dentro de un año.

Quedar bien con las “masas populares” que exigen “sangre”  para poner fin a los “políticos”, siempre y cuando no sean los actuales  jerifaltes, puede ser un buen negocio para las “tribus” que hoy están disfrutando los diferentes puestos del Estado, los  popularmente llamados  huesos.

Cada día presenciamos  disputas entre los integrantes del gabinete, unas  muy burdas y otras empleando los viejos  recursos del “depuesto prianismo”.

En esa fétida atmósfera es totalmente comprensible el desencanto ante la política de una inmensa mayoría de ciudadanos. Es igualmente necesario desbaratar los intentos abiertos o soterrados de restauración de la época de la presidencia imperial.

No hay muros de intolerancia que no se puedan derribar. Surgirán opciones de cambio de rumbo, de los lugares y en los momentos más inesperados.

Esto no se acaba hasta que se acaba.