Una nota publicada recientemente en la prensa rumana llamó mi atención. Se trata de una entrevista a Maricica Puica, ex atleta de ese país quien obtuvo la medalla de oro en los tres mil metros planos en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, en 1984. Entre otros aspectos, la hoy septuagenaria se refirió a “la valiente decisión del Presidente de Rumania, Nicolae Ceausescu”, de enviar una delegación rumana a esos Juegos, cuando los países del extinto bloque comunista los boicotearon.
En un gesto que combina reconciliación y repudio, la señora Puica señaló que los deportistas de aquel entonces “deberían haber perdonado al dictador”, ya que gracias a él pudieron participar en dicha Olimpiada. La ex atleta refirió también que las reglas impuestas por el sistema comunista, entre otras adoptar una actitud sobria en caso de ganar alguna medalla, no permitió, a campeones como ella, expresar públicamente su júbilo. Finalmente, Puica indicó que nunca aceptó ofertas para permanecer en el extranjero por temor a que la entonces poderosa “Securitate”, la policía secreta de la Rumania socialista, ejerciera represalias en contra de ella y de su familia.
La entrevista ofrece un notable testimonio sobre la singular apreciación que existe actualmente en Rumania sobre Ceausescu y el gobierno comunista, una apreciación que, al reconocer algunos méritos al primero, no lo exime de responsabilidad por la falta de libertades y la persecución a disidentes del régimen que encarnó. Otro aspecto que se desprende de esta entrevista es la singularidad de su política exterior, la cual habría permitido al país coquetear con el Movimiento de Países No Alineados durante el proceso de descolonización en África, diversificar contactos con la comunidad internacional y mantener cierta distancia de Moscú. En efecto, para dirigentes soviéticos, en particular aquellos de la etapa de transición, primero Mihail Gorbachov y luego Boris Yeltsin, quien disolvió a la URSS en 1991, Ceausescu fue una piedra en el zapato dentro del Pacto de Varsovia.
Hoy las cosas son distintas. La mayoría de los rumanos, señaladamente la juventud, cree en la globalización y rechaza todo lo relativo al desaparecido autócrata. La apertura democrática y la economía de libre mercado que sucedieron al comunismo, tras el triunfo de la Revolución de 1989, son ahora las fortalezas del país. Rumania es una nación progresista, comprometida con los valores liberales, el multilateralismo, el desarrollo y la paz. Desde su ingreso a la OTAN en 2004 y a la Unión Europea en 2007, este hermoso país, calificado por el Papa Francisco como el jardín de Europa, registra notables avances en todos los órdenes y una capacidad creciente para fungir como el principal aliado de Occidente en la puerta oriental del Viejo Continente.
Es cierto, la percepción de la señora Puica, al igual que la de algunos rumanos que ahora rebasan los 60 años de edad, combina nostalgia y condena. Nostalgia, por el respeto a los maestros y por el orden que, afirman, existían con Ceaucescu. Condena, porque el régimen comunista fue sostenido con terror y a punta de bayonetas. En cualquier caso, el inevitable reemplazo generacional, la consolidación de la democracia y el progresivo éxito económico de Rumania, confirman al mundo la férrea vocación libertaria de su pueblo, cuya rica historia e identidad cultural le permiten vincularse, de forma natural, con las mejores causas de la humanidad.
Internacionalista