En la historia de las relaciones internacionales los factores de riesgo se asocian, tradicionalmente, a la ruptura de los acuerdos que articulan la paz. Para los teóricos  del realismo político, la paz es consecuencia, entre otros aspectos, del equilibrio de poder y de la observancia de principios legales y morales de aceptación universal, que están por encima de cualquier ideología política o confesión religiosa. Estas consideraciones tienen estrechos vínculos con normas de Derecho Natural (jusnaturalismo) que postulan justicia, igualdad y libertad para todas las personas, por el solo hecho de ostentar esa condición e independientemente de su origen nacional, condición social, género, credo o color, entre otros caracteres distintivos.

Paradójicamente el jusnaturalismo, que parece conservador y en ocasiones tan pasado de moda, está retomando fuerza con inusitada rapidez debido a las condiciones generadas por la pandemia de Covid-19. Ciertamente, al ser de dimensión global, la crisis sanitaria vuelve a poner en el centro de la atención mundial a la persona, al subrayar sus derechos a la salud y a una vida digna y con oportunidades. En este proceso de reflexión, tienen también preponderancia consideraciones éticas, así como la bondad esencial y la maleabilidad de la naturaleza humana.

La pandemia ha relegado a posiciones secundarias aquellos factores que usualmente ponen la paz en vilo, en particular la lucha por el poder, el armamentismo, los supremacismos y las ambiciones hegemónicas. La emergencia ha venido a poner el acento en lo más sencillo y básico: en la necesaria corresponsabilidad global, como fórmula inequívoca para afrontar con éxito el reto sanitario. Así de simple y así de dramático, pero de igual manera, así de pedagógico para la comunidad mundial, que en un abrir y cerrar de ojos ha confirmado el carácter incierto e impredecible de las relaciones internacionales, en este caso debido a un virus y no a la conducta errática o inesperada de grupos terroristas o incluso de algún estado o grupo de estados belicosos.

El microscópico Covid-19 desafía la soberbia y la vociferada grandeza de la humanidad; de paso y en la coyuntura, le gana la partida a la condición del hombre como lobo del hombre. Reta también a los que postulan que el interés nacional de cada país es diferente, aunque a la postre se traduzca en términos de poder, en sus diversas acepciones. Hoy, el interés nacional de los estados es unívoco; todos buscan obtener, a la brevedad, la vacuna contra el siniestro virus, aunque en algunos casos lamentables esa meta se arrope con narrativas xenófobas y guerreristas. Se cumple así el postulado de Tucídides, de que la comunidad de intereses es el más sólido vínculo entre estados e individuos. En efecto, el interés nacional se reinterpreta en función de las circunstancias, tiempos y lugares donde está pegando el Covid-19. En estas condiciones extremas y observando argumentos de realismo político y de Derecho Natural, los gobiernos están obligados a combatir la pandemia con la doble prueba del conocimiento científico y la experiencia. Siguiendo a Hans Morgenthau y a Santo Tomás de Aquino, la moral política que guíe los esfuerzos contra el Covid-19 debe tener, como referentes esenciales, la solidaridad y prudente búsqueda del bien común universal.

 

El autor es Internacionalista