EL CONTEXTO 2020
El proceso electoral de los Estados Unidos en 2020 no solo reflejo la presencia de comicios muy competidos, tensos y fuera de serie por realizar el voto anticipado vía correo postal que se dio por la presencia de la epidemia del Coronavirus-19; sino que también proyectó un hecho sin precedentes sobre el papel que desempeñaron los medios de comunicación electrónicos como el “Cuarto Poder” en la Unión Americana.
Ante la relevante desventaja que gradualmente se registró para Donald Trump durante la larga dinámica electoral de conteo de votos, el presidente difundió por televisión el 5 de noviembre de 2020 desde la Casa Blanca un mensaje plagado de falsedades y provocaciones, en el cual afirmaba que había ganado los comicios norteamericanos pero que Joseph Biden y el Partido Demócrata habían cometido un monumental fraude que le negaba su victoria legítima
LAS REACCIONES
Frente a la realización de dicha peligrosa osadía política desesperada de Donald Trump algunos medios de comunicación norteamericanos reaccionaron interrumpiendo la difusión de su mensaje y otros lo propalaron completo incorporando algunas advertencias al finalizar el comunicado presidencial.
Así, por una parte, las principales cadenas televisivas de la Unión Americana críticas al ejecutivo como ABC, NBC, CBS, MSNBC, Univisión, PBS, grupos radiofónicas como NPR, y diversas redes de televisión, vinculadas con YouTube, Facebook y Twitter, interrumpieron la transmisión del mensaje presidencial. Sin embargo, por otra parte, diversos consorcios comunicativos muy cercanos a la ideología trompista como CNN y FOX News si difundieron íntegramente el mensaje y al final de la transmisión alertaron a sus televidentes sobre la falta de pruebas en las acusaciones realizadas por el presidente Trump.
LAS PREGUNTAS
Esta situación colocó en la reflexión colectiva los siguientes cuestionamientos fundamentales con relación a la defensa de las garantías comunicativas de los ciudadanos: ¿Hasta dónde pueden estirarse los límites del ejercicio de la libertad de expresión en momentos de crisis política? ¿La garantía de la libertad de información autoriza la difusión de fake news? ¿Qué tanto para preservar la democracia se debe recurrir a la censura mediática o se tiene que permitir la expresión de todas las voces? ¿Los ciudadanos son tan limitados mentalmente que los medios deben convertirse en sus guardianes dosificando la transmisión de los hechos que suceden o permitir que los públicos decidan por sí mismos que pueden asimilar?
UN ÁNGULO DE MIRADA
Para responder con mayor claridad y equilibrio ante tales cuestionamientos es indispensable previamente aclarar que es lo que se quiere construir en la sociedad contemporánea: se pretende crear partidismos preferenciales o se quiere edificar auténtica democracia.
Si se busca crear partidismos preferenciales, es decir favoritismos políticos, no hay duda qué lo que se tendría que realizar sería cancelar o censurar con cualquier argumento los mensajes presidenciales y muchos otros más de los opositores para apoyar al bando político que se intenta respaldar. Esto es, restringir lo más posible la capacidad de utilización de los medios de comunicación masivos por los sectores rivales con objeto de evitar que se fortalezca su respaldo popular.
Por lo contrario, si lo que se procura construir es democracia se tiene que permitir que todas las corrientes se expresen, aunque no coincidan o hasta se opongan a las concepciones propias y no colocar “filtros sanadores” o mecanismos de “censura patriótica” sosteniendo que con ello se contribuye a conservar la democracia como un bien mayor. La democracia no se mantiene con la práctica de la censura o las “intervenciones purificadoras” de las instancias de poder, sino con la reflexión plural argumentada sobre los hechos, la aplicación del orden del derecho y la creación de consensos.
En un auténtico modelo de gobernabilidad democrática no se puede tener una “democracia informativa a la carta” que modifique el acceso a los medios de comunicación según sean los intereses oportunistas coyunturales que se desean satisfacer por las corrientes con mayor poder o por los grandes consorcios mediáticos en momentos político-sociales críticos. Esto da origen a la “censura patriótica” caracterizada por sacrificar el flujo de la comunicación de la sociedad en aras de amparar ideales, mitos o fines superiores del proyecto de gobernabilidad.
Si se aplica la misma lógica de la “censura patriótica” que ejercieron los principales medios de difusión norteamericanos debido a las mentiras propaladas por Trump, igualmente se deberían de castigar o cancelar los mensajes de todas las televisoras, estaciones de radio, periódicos y redes sociales pues todos han incurrido en cometer el mismo pecado. Sin embargo, ¿por qué en algunos casos si se tolera la existencia de la mentira comunicativa y en otros se ejerce la “censura sanadora” como una forma regulatoria benéfica para la estabilidad de las comunidades? La respuesta reside en la capacidad de fuerza política que tienen algunos sectores para aplicar sus mecanismos de control o subordinación de sus opositores. En este sentido, lo que existiría no sería la instauración de la verdadera democracia, sino la prevalencia de la dominación del más fuerte sobre el más frágil, justificado por el discurso mesiánico del salvamento de la patria, la nación o el “bien común”.
En el fondo el mecanismo de la “censura patriótica” no es un elemento de la ética comunicativa, sino es un arma blanda que forma parte del arsenal bélico de la guerra sucia informativa que se despliega en un momento dado de fragilidad en la lucha política para intentar ganar la batalla informativa.
Si los medios impiden que la sociedad tenga acceso al derecho a la información y censuran los flujos de datos hacia la sociedad se estaría realizando una “democracia censurada” o “democracia infantil” que es equivalente a impulsar la “autocracia comunicativa” que trata a los ciudadanos como menores de edad y solo le presenta los aspectos que según sus ideologías, motivaciones e intereses empresariales o de control político-gerencial consideran que deben asimilar. Esto equivale a aplicar sobre la conciencia de los ciudadanos adultos el mecanismo automático del “control parental infantil” que tienen los mecanismos de programación de los aparatos de televisión para que los niños no puedan acceder a ver algunos programas inconvenientes por ser menores de edad. Ello choca con el derecho a la información y la libertad de opinión que es una garantía crucial de los ciudadanos modernos en el siglo XXI.
Los comunicadores no deben convertirse en los tutores de la sociedad, sino en los promotores de la maduración de la conciencia de las comunidades a partir de enriquecer su percepción sobre la realidad con la dotación de la mayor cantidad de información plural y verídica. No se soluciona un conflicto acallando una de las partes, sino examinando racionalmente con total rigor objetivo sociológico y jurídico los fundamentos que intentan sostener las razones de cada sujeto.
El papel de los medios de información democráticos es actuar como contrapesos al poder nutriendo a la sociedad objetivamente de todo tipo de informaciones, posiciones e interpretaciones diversas sobre los acontecimientos que suceden en realidad y permitir que las personas reflexionen crítica y libremente con los datos proporcionados para que tomen las decisiones óptimas para su existencia. No se actúa como contrapeso silenciando al oponente, sino desarmándolo con el rigor y la fuerza de la razón. El extendido sentimiento justificado de repugnación a Trump no de nublar las reglas de edificación de la democracia.
Uno de los desafíos más grandes de la “democracia adulta” es permitir la expresión equilibrada, igualitaria y autónoma de todas las voces, ideologías, pensamientos, preferencias, interpretaciones, orientaciones, cosmovisiones, etc. de los individuos, grupos e instituciones que existen en un mismo territorio, para que los ciudadanos se informen amplia y realistamente sobre lo que acontece y adopten sus deliberaciones para auto regularse en función del presente y futuro que desean alcanzar. De lo contrario, no se crearía “democracia madura”, sino la dominación de sectarismos privilegiados por una autocracia que alumbraría una frágil “democracia pueril”.
El auténtico periodismo libre, profesional y ético no se somete al poder político o al poder económico, sino se debe a los derechos de las audiencias que significa informar a la sociedad lo más objetiva, plural, imparcial y oportunamente sobre los sucesos de la realidad con el fin de que los individuos se formen su propia opinión y, en base a ello, decidan autónomamente las mejores acciones para sus vidas.

