Construir la paz parece sencillo y solo requeriría evitar el conflicto, en cualquiera de sus manifestaciones. Sin embargo, el asunto es más complejo. La palabra paz está en los diccionarios de todas las lenguas; como inquietud intelectual, es objeto de atención desde los tiempos primigenios. Cierto, la paz no es solo ausencia de conflicto, si bien el pensamiento estratégico del antiguo mundo bipolar sostuvo que, para mantenerla, hay que prepararse de manera constante para la guerra. Paradójicamente este enunciado, con los graves riesgos que conlleva, no ha sido desechado del todo, aunque ahora, en un contexto diferente, compite con las denominadas nuevas amenazas a la paz y la seguridad internacionales, entre otras las denominadas híbridas (cibernéticas y/o multidimensionales), el terrorismo y la delincuencia internacional organizada.

De las nuevas amenazas, el terrorismo destaca por su violencia intrínseca. Así lo confirma el estado de conmoción global generado en 2001 por los atentados del 9/11 en Estados Unidos, cuya raíz puede encontrarse en el conflicto en Medio Oriente. No menos traumáticas fueron las repercusiones de estos hechos en el mundo islámico, en particular la guerra emprendida por Washington en contra de Afganistán y posteriormente Iraq, con el objetivo de combatir y humillar al Islam. Todavía hoy, estos hechos tienen consecuencias, entre otras el brutal ataque al semanario satírico francés Charlie Hebdo, el 7 de enero de 2015, por sus caricaturas y publicaciones anti-islámicas.

Hay consenso en que el terrorismo islámico no define al Islam y que Dios no puede invocarse para legitimar la violencia. Sin embargo, ese terrorismo seguirá siendo posible mientras Occidente insista en imponer sus valores a otras culturas y en vulnerar la coexistencia respetuosa entre las naciones El Papa Francisco lo tiene claro y, de la mano del Concilio Vaticano II, impulsa el diálogo interreligioso para ampliar la tolerancia y la distensión entre las tres grandes confesiones monoteístas. Como premisa para dicho diálogo, el Obispo de Roma considera que no puede haber acercamientos entre los pueblos olvidando a Dios, pero tampoco es posible tener lazos con Dios pasando por alto a los pueblos. De manera natural, esa afortunada premisa conduce a la paz.

La propuesta papal ofrece una rica veta a los analistas de las relaciones Internacionales, en particular a quienes las visualizan con base en criterios vinculados al poder y a paradigmas de acción-reacción; con la idea maniquea del combate al enemigo, sin importar que sea real o ficticio. La consecuencia es evidente: este tipo de enfoque aleja la posibilidad de construir acuerdos, ya que menosprecia la buena voluntad recíproca de acercamiento que pudiera existir entre partes antagónicas. Además, cuando mezcla lo sagrado con lo político, estimula narrativas de absolutos que derivan en confrontación. Así ocurre con el conflicto en Levante, ejemplo destacado de esta dinámica perversa, polarizante y dogmática, a la que lamentablemente se añade tensión por el trato discriminatorio que reciben los musulmanes en algunos países europeos. Con ello en mente y mientras se insista en la rendición incondicional del Islam a Occidente, el diálogo interreligioso que fomenta el Papa poco podrá hacer para contrarrestar al terrorismo islámico y edificar el bien común al que tenemos derecho todas las personas, creyentes o no.

Internacionalista